Hay jornadas nocturnas en las que el cuerpo de Galatea no es solicitado, los clientes pagan, pero lo que piden es oírla. Sus terapias son parte del negocio.
—Los hay quienes vienen solo para que los escuche, otros solo lloran—, revela la sexoservidora.
En su mundo, ella y sus compañeras fungen como terapistas de los hombres despechados, los que se sienten traicionados, abandonados y que han roto incluso con sus novias.
“La mayoría de los hombres no llegan por aprender de sexo, casi todos llegan para lo que van y listo, pero hay algunos que sí quieren saber o ser escuchados”, asegura Galatea. Su nombre es postizo para reservar su identidad con sus clientes.
Según Galatea, 80% de sus consumidores superan los 30 años de edad, es decir que en su mayoría son casados, que solo buscan placer y aventura fuera del matrimonio.
Pero el otro 20% son de clientes especiales, de edades menores a los 30 años y resultan ser esposos jóvenes, universitarios, inexpertos en el sexo y que buscan aprender el buen trato a una mujer.
Con ese porcentaje es en el que Galatea hace su trabajo de sicóloga de hombres. Los hace afectivos y sutiles, revela.
A Galatea se le aborda en una avenida de la capital mexiquense. Ahí se pasea cada noche con otro grupo de amigas, prefiere que las preguntas se hagan vía mensajes de celular para evitar afectar a la clientela.
“Nosotras escuchamos parte de sus vidas y opinamos sobre lo que nos cuentan, no podemos decir que nuestros consejos siempre sean los mejores”, aclara la sexoservidora.
Galatea aún es una mujer joven, está en el estándar de compañía que buscan los hombres, aunque revela que las hay hasta de 50 años, y quienes aún mantienen a su clientela. “Muchos buscan las (sexoservidoras) jóvenes o no tan vistas (menos buscadas) y otros buscan a mujeres más maduras, porque las jovencitas los apresuran para atender a otros clientes y no se disfruta el momento”, detalla la prostituta.
En otro punto de la ciudad, en la zona de la terminal conocemos a Rosa, una sexoservidora de 50 años que la mitad de su vida la ha pasado en atender clientes.
Su rostro moreno se mira empañado, cicatrizado por el alcohol que bebe y los dientes amarillentos, por la cantidad de cigarrillos que fuma a diario en cada noche de servicio.
Es baja de estatura, no supera el metro 50 centímetros, y sus pechos ya lucen caídos, también su vientre que sobresale entre sus blusas apretadas y los vestidos pegados al muslo.
“Trabajamos de día sobre todo, nuestro precio es el más bajo”, contesta Rosa, a la petición de sus tarifas.
La sexoservidora normalmente se instala en los baños de vapor de la calle Gustavo Baz de la zona terminal. Sus clientes la conocen de hace años, hay fechas precisas en que regresan, ya no tanto por su cuerpo, sino por su compañía.
El andar diario de Galatea y Rosa, es muy similar, ambas hacen su función de terapeutas en el sexoservicio. Aunque cada una desde estatus diferentes. Galatea es aún una mujer joven y codiciada, mientras Rosa ya lo ha dado todo en su oficio.