“La integración del comercio mundial hace impensable una guerra entre superpotencias, por los costos y la destrucción que traería”. Esto lo dijo el periodista y político británico Norman Angell en su libro de 1909 La gran ilusión, donde afirmaba además que la amenaza de daño mutuo “hacía que el conflicto armado no fuera rentable” y que la expansión del libre comercio ayudaría a que los países fueran más dependientes los unos de los otros.
Cinco años más tarde, con el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del imperio austrohúngaro, estallaría la Primera Guerra Mundial. Lo impensable pasó. Años más tarde, el mundo se dividiría en bloques y pasarían generaciones para retomar la etapa globalizadora y de integración iniciada en el siglo XIX.
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La globalización actual no es la primera pero sí la más profunda hasta la fecha en la historia, porque involucra a más individuos y territorios, la globalización de los Estados-nación que ahora están en crisis.
Los expertos marcan las décadas de 1980-1990 como el último punto de inflexión, tras la desaparición del bloque soviético, el triunfo del libre comercio y la desregulación neoliberal, que produjeron el último salto globalizador. El auge industrial y tecnológico de Japón, la reintegración de China en la economía internacional y el despegue de la rede digital serían algunos de sus principales signos.
Los apologistas del nuevo orden aseguraban que este cambio daría paso a un nuevo mundo unificado por el mercado, la circulación de productos, personas e información que acabarían con las fronteras y las diferencias, así como a la realineación de afiliaciones políticas hacia el liberalismo.
En estas últimas cuatro décadas decenas de guerras y conflictos armados se han sucedido, con las potencias tradicionales casi siempre implicadas, que han derivado en movimientos sociales masivos, disrupciones comerciales y embargos a países. Pero la invasión de Rusia a Ucrania ha provocado un terremoto que pone la globalización en entredicho y siembra dudas sobre la integración económica.
Un mundo vulnerable
Las dudas iniciaron en 2008, cuando el comercio mundial había alcanzado su punto máximo antes de caer con la crisis financiera. Y en 2020, con la pandemia de Covid-19, el mundo se dio cuenta de que la interdependencia lo hacía vulnerable. Muchos de los insumos que se necesitaban provenían de países que no eran necesariamente aliados comerciales. Asomaba una globalización más fragmentaria, como la han empezado a llamar algunos politólogos.
“Se empezó a pensar que era necesario generar lo que necesitábamos para afrontar el coronavirus dentro del propio entorno de influencia. Pero sucedió que la interdependencia era demasiado fuerte. La guerra de Ucrania también lo puso en evidencia. Hoy muchas de las sanciones posibles a Rusia no se pueden implementar por las necesidades que Estados Unidos y Europa tienen. La interdependencia económica es muy grande. Por eso se habla de una globalización fragmentada o por áreas de influencia. Ya no se trata de Occidente u Oriente sino de tres áreas muy grandes, una vinculada a China, otra al espacio euroasiático con Rusia, y otra occidental, además de microrregiones que intentan moverse en todos los espacios, como India”, indica a Reuters Lourdes Puente, directora de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Desde 2016, los servicios de inteligencia de Estados Unidos habían anticipado la injerencia de Vladimir Putin en las elecciones que ganó Donald Trump y después predijeron con precisión sus planes de invadir Ucrania.
Desde la llegada de Trump al poder, más gobiernos se sintieron libres e impunes para lanzar ciberataques a países rivales y las ventas de armas pesadas entre naciones se dispararon. El nacionalismo político y económico también emergió en muchos países, incluidos Estados Unidos, China, Rusia, India y Brasil.
Ahora el mundo está en otro momento histórico inédito y de consecuencias imprevisibles: el Estado-nación ruso desafía a la globalización, aún a costa de su propia ruina.
La actual crisis energética y alimentaria global, la inflación desbordada, el riesgo de recesión y las disputas comerciales han sometido a la globalización a una presión sin precedentes, donde los efectos que trajo a la prosperidad mundial se ven borrosos y sólo se resienten sus consecuencias negativas. Y los efectos económicos de las sanciones que Occidente ha impuesto unilateralmente a la Rusia de Putin no han hecho más que consolidar las dudas de los beneficios de una interdependencia total.
Cuando Rusia fue sancionada por Estados Unidos y sus aliados europeos tras la anexión de Crimea en 2014, Vladimir Putin se abocó a blindar la economía rusa de las sanciones, confiando en la producción nacional. Esto ha sido muy costoso para un país escasamente poblado y rico en recursos naturales que depende de las exportaciones.
Hasta febrero pasado, pese a las tensiones con Occidente, Rusia seguía siendo el principal exportador de petróleo y gas a Europa, así como de cereales al mundo. Esto está cambiando con la invasión a Ucrania y ahora se viene la prueba de fuego para la economía rusa y el blindaje implementado por Putin. ¿Cuánto aguantará su aislamiento del mundo, y cuanto aguantará el mundo las consecuencias de las sanciones?
Por lo pronto, ahora muchos creen que la solución para los Estados-nación es buscar la supervivencia de forma autónoma y reducir su dependencia de las cadenas de suministro internacionales, como en materia de combustibles, alimentos o vacunas.
Además, si bien algunas regiones han obtenido grandes ganancias de la globalización en los últimos años, como el este de Asia y China, otras partes del mundo no han obtenido nada, especialmente en África subsahariana y algunos países de Latinoamérica.
Aún vivimos en un mundo interconectado entre Estados, instituciones, comercio, comunicaciones y salud. Pero la pandemia y ahora la invasión de Rusia a Ucrania pusieron en evidencia que algo ha cambiado en el juego que rige las relaciones internacionales desde finales de la Guerra Fría.
Este juego empieza a exigir de nuevo escoger bandos, y ahora no hay sólo dos opciones como en la Guerra Fría, sino tres o más. ¿Qué sigue? ¿Seremos socios sólo con quienes se parezcan a nosotros en temas como libertad, democracia y derechos humanos?
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¿Estaremos obligados a escoger entre Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá, por un lado, o Rusia y China por el otro? ¿O resucitar por enésima vez la idea de la integración Latinoamericana?