/ sábado 30 de junio de 2018

El populismo llega al corazón de Europa

Por lo menos 6 de los 28 países de la UE están actualmente gobernados por dirigentes que sostienen opciones xenófobas, racistas, islamófobas y anti-liberales

PARIS, Francia – Después de medio siglo de predominio democristiano y socialdemócrata, la Unión Europea (UE) está virando hacia posiciones populistas, nacionalistas y de extrema derecha que sintetizan las tendencias que surgen en todo el continente.



Por lo menos 6 de los 28 países de la UE están actualmente gobernados por dirigentes que sostienen opciones xenófobas, racistas, islamófobas, anti-liberales y con marcadas tendencias autoritarias.


La llegada del austriaco Sebastian Kurz a la presidencia rotativa de la UE –a partir del 1° de julio– confirma la importancia política que alcanzó en Europa esa corriente que algunos académicos anglo-sajones púdicamente denominan i-liberal.


Esa perspectiva hubiera sido inimaginable en el año 2000, cuando el líder de la extrema derecha austriaca, Jörg Haider, logró 26,9% de votos y accedió al poder gracias a una alianza con los conservadores. La UE, creada en 1957 sobre la base de valores democráticos que debían borrar definitivamente las razones que provocaron el surgimiento del nazismo en la década de 1930, reaccionó con severidad a ese fenómeno sin precedentes y adoptó un virtual cordón sanitario.



Ahora, la presencia de Kurz en la cúspide del poder “temporal” de la UE fue acogida como la consecuencia natural de un hecho irreversible. Por lo demás, el ascenso de los partidos populistas en los últimos años terminó con los escrúpulos que quedaban en la región.


Kurz se prepara al parecer para reforzar el giro a la derecha que se acentuó a partir de la crisis de refugiados en 2015 con la rebelión de los cuatro países del grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), a los cuales se sumaron Austria a fines de 2017 e Italia hace pocos meses. Esos 6 países constituyen ahora un sólido bloque que, como demostraron en la última cumbre, están decididos a desafiar la autoridad de Bruselas.


Ese bloque logró incluso perforar una brecha dentro de Alemania hasta el punto de fisurar la unidad entre la democracia cristiana de la canciller Angela Merkel y su aliado de la Unión Social Cristiana (CSU), unidos en una coalición conservadora desde la post-guerra. El ministro de Interior de la coalición de gobierno, Horst Seehofer, creó un riesgo de cisma con su endurecimiento unilateral de la posición alemana sobre los refugiados.


El grupo i-liberal considera casi insultante las nociones de cooperación y solidaridad que invoca en forma permanente la UE, así como los derechos y obligaciones equitativas de los miembros definidos en el Tratado de Roma de 1957. Esos principios, adoptados por las democracias liberales después de la Segunda Guerra Mundial, son una proclamación de filosofía humanista.


La experiencia que funda la filosofía de los i-liberales de Europa Oriental es diferente. En 1989 resurgieron con fuerza las convicciones, tradiciones y frustraciones provocadas primero por la caída del imperio austro-húngaro y luego por la invasión nazi, la guerra y 45 años de ocupación comunista. Esas desdichas de la historia también explican la tentación de extrema derecha que germina desde hace décadas en Austria.


Esos demonios, reforzados por el renacimiento del nacionalismo egoísta que encarna el nuevo gobierno italiano, comienzan a “trabajar” desde el interior los cimientos de la UE.


El choque ideológico y político entre esos colosos será, in fine, el factor que definirá el futuro de Europa.



PARIS, Francia – Después de medio siglo de predominio democristiano y socialdemócrata, la Unión Europea (UE) está virando hacia posiciones populistas, nacionalistas y de extrema derecha que sintetizan las tendencias que surgen en todo el continente.



Por lo menos 6 de los 28 países de la UE están actualmente gobernados por dirigentes que sostienen opciones xenófobas, racistas, islamófobas, anti-liberales y con marcadas tendencias autoritarias.


La llegada del austriaco Sebastian Kurz a la presidencia rotativa de la UE –a partir del 1° de julio– confirma la importancia política que alcanzó en Europa esa corriente que algunos académicos anglo-sajones púdicamente denominan i-liberal.


Esa perspectiva hubiera sido inimaginable en el año 2000, cuando el líder de la extrema derecha austriaca, Jörg Haider, logró 26,9% de votos y accedió al poder gracias a una alianza con los conservadores. La UE, creada en 1957 sobre la base de valores democráticos que debían borrar definitivamente las razones que provocaron el surgimiento del nazismo en la década de 1930, reaccionó con severidad a ese fenómeno sin precedentes y adoptó un virtual cordón sanitario.



Ahora, la presencia de Kurz en la cúspide del poder “temporal” de la UE fue acogida como la consecuencia natural de un hecho irreversible. Por lo demás, el ascenso de los partidos populistas en los últimos años terminó con los escrúpulos que quedaban en la región.


Kurz se prepara al parecer para reforzar el giro a la derecha que se acentuó a partir de la crisis de refugiados en 2015 con la rebelión de los cuatro países del grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), a los cuales se sumaron Austria a fines de 2017 e Italia hace pocos meses. Esos 6 países constituyen ahora un sólido bloque que, como demostraron en la última cumbre, están decididos a desafiar la autoridad de Bruselas.


Ese bloque logró incluso perforar una brecha dentro de Alemania hasta el punto de fisurar la unidad entre la democracia cristiana de la canciller Angela Merkel y su aliado de la Unión Social Cristiana (CSU), unidos en una coalición conservadora desde la post-guerra. El ministro de Interior de la coalición de gobierno, Horst Seehofer, creó un riesgo de cisma con su endurecimiento unilateral de la posición alemana sobre los refugiados.


El grupo i-liberal considera casi insultante las nociones de cooperación y solidaridad que invoca en forma permanente la UE, así como los derechos y obligaciones equitativas de los miembros definidos en el Tratado de Roma de 1957. Esos principios, adoptados por las democracias liberales después de la Segunda Guerra Mundial, son una proclamación de filosofía humanista.


La experiencia que funda la filosofía de los i-liberales de Europa Oriental es diferente. En 1989 resurgieron con fuerza las convicciones, tradiciones y frustraciones provocadas primero por la caída del imperio austro-húngaro y luego por la invasión nazi, la guerra y 45 años de ocupación comunista. Esas desdichas de la historia también explican la tentación de extrema derecha que germina desde hace décadas en Austria.


Esos demonios, reforzados por el renacimiento del nacionalismo egoísta que encarna el nuevo gobierno italiano, comienzan a “trabajar” desde el interior los cimientos de la UE.


El choque ideológico y político entre esos colosos será, in fine, el factor que definirá el futuro de Europa.



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