Enfrentan las inclemencias del tiempo, desde los intensos rayos del sol, hasta las bajas temperaturas; y aunque para la mayoría la basura, son solos desechos y suciedad, para los hombres y mujeres que pepenan en el Relleno Sanitario “Milpillas”, los desperdicios son su sustento de vida.
En este tiradero a cielo abierto, laboran mil 800 personas, la mayoría arriba al lugar a las ocho de la mañana, y se van a las tres de la tarde; otros más separan desechos hasta que cae la noche, para poder obtener más recursos.
Las pesadas máquinas y camiones recolectores son un “peligro latente”, relató, Rufina Pérez Vázquez, quien acude diario al relleno a laborar. Afortunadamente desde hace dos años, no han tenido pérdidas humanas.
En el lugar hay padres, madres solteras, jóvenes que apenas alcanzan su mayoría de edad, “rescatando” de entre los tumultos de basura, latas de aluminio, plástico, cartón y hasta desperdicios, que comercializan a los que viven “fuera de ese mundo”.
Según lo relatado por algunos recolectores, se pueden ganar hasta 300 pesos diarios, aunque a veces es más, también hay días que en los que se van en “blanco”. Ellos se dicen “resistentes” a enfermedades, ya que, aunque pasan horas entre los desechos y los olores fétidos, no los aqueja ningún padecimiento.
Trabajan “contra reloj” para poder separar la mayor cantidad de material, y que su día sea redituable. La rapidez con la que realizan su trabajo, podría impresionar a los espectadores… concentrados en su lugar, en medio de un cerro de basura, revientan bolsas por doquier, detectando hasta el más mínimo bote servible.
Serios, agrupados en diferentes secciones, cada cual realiza su trabajo, en marcha, sin voltear… Son felices, pese a sus ropas sucias, y sus tenis rotos; con guantes resistentes, encontraron entre la basura y los tordos, una forma de vida.