El olor del atole de chocolate y vainilla que se impregna en la casa, el exquisito sabor de los tamales de lomo rojo, picadillo, pollo y de dulce, las plegarias que “se elevan al cielo” mientras se reza el Rosario, el cálido ambiente familiar que se vive, es lo que caracteriza la celebración por el Día de la Candelaria de la familia Galindo González que por más de 30 años han llevado a cabo “en casa de la abuela".
Pero este 02 de febrero es diferente, una figura importante falta, doña Antonia González (conocida como Lupita de cariño por nacer el 12 de diciembre), hace seis meses que descansa en paz pero dejó esta importante tradición a sus hijos, nietos y bisnietos.
Javier Hernández, nieto de Lupita, cuenta que cada año sin falta la familia se reúne para levantar al Niño Dios en casa de su abuelita y disfrutar de una tradicional tamaliza, que sin importar a quien le hubiera “tocado el niño en la rosca” ella era quien preparaba los tamales con sus manos, proceso que le llevaba por lo menos dos días.
“Toda la familia ya sabe que cada año se realiza la tradicional tamaliza, sin importar si cae entre semana o en fin de semana, siempre nos juntamos para rezar, convivir y divertirnos un rato. Aunque ella ya no esté, lo seguiremos haciendo en su memoria para recordarla, es lo que a ella le hubiera gustado”, expresó.
Desde el 31 de enero doña Lupita “religiosamente” se levantaba a las 6:00 de la mañana a comenzar con los preparativos; primero acudía al mercado Hidalgo a comprar el maíz y la manteca para la masa, y las hojas para envolver los tamales, de ahí se pasaba al molino para que los granos de maíz los convirtieran en polvo. La carne, las verduras y todo lo necesario para los guisos también los adquiría en el mercado, “ella siempre se negó a comprar sus productos en supermercados, no le gustaba que vinieran prefabricados, disfrutaba de hacer todo con sus manos”.
El 01 de febrero a primera hora comenzaba la preparación de los guisos, desde cortar y hervir las verduras hasta cocinar la carne, la hidratación de las hojas para envolver los tamales era algo que no podía olvidar y por supuesto batir la masa con sus manos, que hasta dos o tres horas le llevaba hacerlo con tal de que quedara en su mejor punto.
Después de esto venía la parte “entretenida”, al menos para ella y sus nietos, Javier y su hermana Yolanda desde sus 10 y 5 años de edad, respectivamente, le ayudaban a la abuela a untar la masa en las hojas, no mucha para que no quedaran tan gruesos, y por dos horas compartían tiempo y una tradición que se quedó arraigada.
Hasta dos ollas llenaban con tamales de todos los guisos: rojos, de picadillo, de pollo y de dulce; por lo general entre 100 y 120 tamales son los que preparaban. Por su puesto el atole también tenía su chiste, aunque lo hiciera al último ella le dedicaba todo su esfuerzo y cariño para deleitar a su familia.
“A mi abuela le gustaba empezar desde antes porque se tomaba su tiempo para que los tamales le salieran perfectos, el 01 de febrero hacía la mitad y al siguiente día por la mañana preparaba la otra mitad. Después de eso cocinarlos nos llevaba entre cuatro y cinco horas, pero la espera y el esfuerzo al final del día valían la pena”, añadió.
Aunque doña Antonia no está presente, sus hijos son quienes buscan continuar con esta tradición; uno prepara los tamales, otro lleva el atole, alguien más se encarga las bolsitas con dulces típicos y uno más de dirigir el rezo, la enseñanza y la imagen de la abuela siempre se mantiene con ellos, y buscan que se siga transmitiendo por varias generaciones más.