En jueves y Viernes Santos no te puedes bañar, no puedes hacer quehacer en la casa como barrer o lavar ropa, tampoco comer carne roja, son de esas lecciones de vida que solo las abuelitas transmiten de generación en generación. La mía, María de la Luz Gómez Cibrián, me decía que era pecado tomar una ducha porque la religión católica, no lo permitía.
Era hasta el Sábado de Gloria, después de la 12:00 de la tarde, en que se acostumbraba a tomar el merecido baño, entre mis hermanos, padres y yo, hacíamos cola para ver quién ganaba el baño, por supuesto siempre fueron los mayores que tenían que irse a trabajar o realizar alguna labor de importancia.
Mi abuela aprovechaba el momento, se ponía el delantal, se enredaba la trenza en la cabeza, sacaba el jabón zote, el cloro y todos sus aditamentos; y bajo los incesantes rayos de luz, comenzaba a remojar todas las garras -ropa-, que se habían juntado. Sus fuertes y vigorosas manos tenían que dejar limpia la ropa. Nosotros llevábamos también nuestra buena tarea, estábamos bajo el pie del lavadero de piedra para recuperar el agua y echarla a las plantas porque desde ese entonces mi adorada abuelita ya cuidaba el vital líquido.
“Ay de nosotros”, sí cometíamos el sacrilegio de tirar el agua, aunque mi abuelita nunca sacó la chancla ni el cinturón para domesticarnos, nuestros padres sí estaban preparados y bien atentos para que no corriéramos con los amiguitos de la cuadra a bañarnos con los chacapes -trastes-. Daba una gloriosa envidia verlos desde atrás de las rejas de la casa, porque las risas y la corredera contagiaban a todos.
Hoy, al correr de los años esos escenarios son para la gente que no tiene conciencia de los problemas ambientales que tenemos. La crisis hídrica que vivimos ya no permite a los conscientes, esa tremenda diversión que daba mojarse entre pares. Ni la iglesia lo recomienda.
Ahora se sabe que fue durante la Edad Media cuando más se vivió bajo la premisa de no bañarse o hacer uso del agua durante los últimos días de la Semana Santa. Esto ocurre debido a que es el día en el que Jesús murió en la cruz, por lo que no hay quien pueda bendecir el agua. Por lo que el líquido que caiga a lo largo del día es impuro. Hasta el sábado está glorificado, según la tradición religiosa católica.
Abstenerse del baño no era de las únicas situaciones que vivíamos. En ese entonces no se podía comer carne roja, recuerdo que en mi familia pasaba el mediodía y corríamos a la carnicería, hacíamos tremendas filas ahí para conseguir carnitas de puerco, también en la tortillería donde llevábamos las servilletas bordadas delicadamente a mano por mi abuelita Luz y mi madre, Doña Licha.
También escuchábamos los chismes que nos habíamos perdido durante los días de guardar que, en décadas anteriores, significaban permanecer en casa sin convivencias extraordinarias y sin hablar de nadie. La meditación hacia Jesús era lo principal, hoy eso ha terminado, son días para ir a la playa y vacacionar.
Otro recuerdo de esas épocas era aquel robusto carnicero que no se daba abasto porque las señoras le exigían las patitas de puerco bañadas en sabrosa manteca, todas las pedían, quien llegara más temprano gozaba de ese privilegio que significan las suculentas pezuñas del animal que se revolvían entre el buche y el cuero. Le echaba más leña al cazo de cobre, las meneaba con vigorosidad para que la salieran pronto y cumplirle a sus clientes tradicionales.
Con salsas de diversos tipos, los chiles en vinagre y la helada coca de vidrio, nos sentábamos alrededor de la mesa, para disfrutar que habíamos cumplido con la tradición de Semana Santa. Con un taquito de delicada carne en mis manos y la bendición de mi abuela, se disfrutaba del Sábado de Gloria.
Hoy la gente no guarda esa tradición, se refugia en los paradisíacos lugares del golfo de México y del Pacífico y como la Iglesia ya permite comer carne roja, debido a que hay quienes no tienen acceso a estos alimentos, muchos se relajan y ya no preservan estas prácticas que un día fueron parte de la idiosincrasia del mexicano religioso.