- Turistas nacionales y extranjeros entre los miles de asistentes al doloroso recorrido en esta noche de luto
- Funcionarios estatales abren el recorrido sin que se hayan reportado incidentes
Es noche de luto, de Viernes Santo. El frio cedió y llegó la calidez, que abraza y consuela, que llama a la reflexión y refrenda la fe; duele en el corazón a cada redoble del tambor, a cada aullido de la trompeta, a cada imagen dolorosa, a cada paso, a cada lágrima.
Otra vez las adoquinadas calles del Centro Histórico de la ciudad, fueron testigos del sufrimiento, de la pasión, de la fe y del dolor de más de casi 3,000 cofrades y miles de personas que atestiguaron la tradicional Procesión del Silencio en su edición número 71.
Y aunque sean 71 años de tradición, el dolor sigue siendo el mismo y la fe inquebrantable. Se nota en el rostro de las religiosas con elegantes rebozos de seda, peinetas y mantillas, en los ojos que asoman por los pequeños círculos de la capucha, en el llanto de la trompeta, en los niños que a cada paso tratan de comprender por qué el sufrimiento de los adultos, algunos descalzos arrastrando las cadenas.
Con lámparas lagañosas que acentúan las figuras, muchas de ellas anónimas, la procesión de fe recorrió durante cuatro horas el primer cuadro; partió dos minutos antes de las 20.00 horas del templo de El Carmen con el anuncio de la guardia petroriana, la apertura de las enormes puertas y la presencia de las autoridades participantes.
Las 14 estaciones del Viacrucis representadas por 34 cofradías, pregoneros, costaleros, saetas, hacen de esta Procesión la más importante del país, por ello, son miles de personas, unas 180 mil según cifras oficiales, de las cuales un 15 por ciento son turistas nacionales y una cifra similar extranjeros, que abarrotan hoteles y restaurantes.
Allí van algunos en sillas de ruedas con la mirada perdida; soportando los costaleros los palios de kilos de madera sobre sus hombros, con la fuerza de su fe y de su esperanza, sin que se apague un cirio o se deshoje una rosa; ellos, de hábito, capa y capucha, anónimos, gigantes en su espíritu inquebrantable.
San Luis se ha vestido de fe una vez más. Aquí están unidos empresarios, clases sociales, políticos, muchos de ellos bajo una capucha pero eso no importa, sino el mensaje de unidad y devoción que transmiten en su andar, en su humildad, en su entrega y disciplina casi marcial durante un recorrido doloroso, muy doloroso.
Una hora antes de que iniciara la Procesión del Silencio, los comerciantes de frituras, hostias recortadas y botanas diversas, inundaron las calles del recorrido. Cerca del templo de San Agustín, dos personas se cayeron de las sillas que cedieron al peso y decenas de asistentes, invadieron con sus banquitos, áreas restringidas ahorrándose los 250 pesos que costó la renta de una silla en esa zona.
Los secretarios de Turismo Juan Carlos Machinena, de Educación Juan Carlos Cedillo y de Cultura Mario García así como el Oficial Mayor de Gobierno del Estado Noé Lara, encabezaron el inicio, y caminaron varias cuadras atrás de los motociclistas de avanzada de la Policía Vial Sergio Rubio Pérez, Juan Manuel Fabián y Lucía Torres Díaz.
A las 22.33 horas la poderosa e impresionante imagen de la Virgen de la Soledad, la dolorosa, asomó por la puerta de la Iglesia del Carmen, iluminada por cien cirios que resplandecieron sus lágrimas de circonia sobre las mejillas, con una bella corona de perlas y un tocado con finas mantillas sevillanas al estilo sevillano.
La cofradía, fundada en 1954 por padres carmelitas, la más numerosa, inculca a los toreros la devoción a la Virgen y se cree, que desde 1961 cuando se incrementó, participan ellos, los toreros y ganaderos impulsados por el maestro Fermín Rivera, desde el anonimato, peregrinando para acompañar a la madre que sufre, que llora, que se siente sola.
En esta noche cálida, San Luis ha vivido una vez mas, en carne propia, el dolor de la muerte de Jesús, el sufrimiento de una madre, el sollozo de miles de fieles, las lágrimas derramadas sobre los adoquines y sobre todo, el mensaje de esperanza que penetró los corazones de quienes participaron y presenciaron la edición 71 de la Procesión del Silencio.