Entre adoquín y cantera; ahí van, uno a uno, el piso rasposo lastima sus rodillas, sus pies, sus manos; hasta su alma, la devoción creciente se desborda en sus ojos, también el dolor, la necesidad, la fe; lágrimas, esperanza, pasión, fervor. Todos ellos, fieles creyentes de la morenita del Tepeyac, la Virgen de Guadalupe, la madre de los católicos mexicanos.
Con el viento en contra, y los rayos del sol que apenas se pueden apreciar; el frío potosino se cuela entre sus ropas; cada cual con su penar, su sentir, el deseo, su plegaria o simplemente el amor y el agradecimiento que sienten, por quien día a día, los ayuda a mantenerse de pie.
Y el paisaje se hace largo; un kilómetro de penitencia, desde el Jardín Colón hasta el templo; algunos caminando, otros más de rodillas, de sus manos cuelga el rosario y el murmullo de la oración y los cantos, se hace presente; al paso del día siguen llegando.
Al fondo las majestuosas torres edificadas en el año de 1800, erguidas y desafiando el pasar del tiempo, un verdadero monumento a la fe. Ahí había que llegar, a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, hoy en su día, en el primer minuto del 12 de diciembre, a cantarle las mañanitas a la virgen morena.
El sacrificio, es lo que menos importa, relatan aquellos que decidieron llegar de rodillas, con sus cobijas extendidas en el antiguo y rustico adoquín y sus manos y rodillas encintadas, para mitigar el sufrimiento corporal, en su pecho guardan las rosas que llevarán hasta el santuario; así comienzan el camino.
Minuto a minuto su respiración se acelera, el cansancio comienza a provocar estragos y cuando parece que no podrán continuar, sacan la fuerza de su devoción. Y llegan ahí, al pie del enorme santuario, una alfombra roja los espera; los paramédicos siempre al pendiente.
Y al fin lo logran, levantan su rostro, y observan la imagen que se encuentra colocada entre las columnas corintias, justo ahí, en el altar mayor está la morenita de Tepeyac, la milagrosa, la madre de los fieles católicos en México.
A las afueras del templo hay un festín, puestos de comida típica, venta de imágenes, artesanías, hasta gorros y bufandas; el comercio no se hace esperar, para ellos también es un día de fiesta. Un día para celebrar.
Y mientras cae la noche, y el frío se recrudece, los potosinos creyentes continúan arribando a la Basílica; esperan con ansias el solemne acto final: las mañanitas, la pirotecnia y el fervor guadalupano.