Una emotiva Misa para pedir por las mamás vivas y difuntas, celebró el Arzobispo de San Luis Potosí, Monseñor Jorge Alberto Cavazos Arizpe en la arquitectónica Catedral Metropolitana Potosina, donde cientos de Madres de Familia acudieron a darle gracias a Dios por el don preciado de la maternidad, que desde luego se torna una grandiosa bendición.
El jerarca católico emitió un cálido mensaje lleno de agradecimiento a las mujeres que tienen la bendición de ser madres y que quisieron postrarse ante el altar de Dios para agradecerle el don maravilloso de la vida, pues el Señor las hizo co-creadoras, al permitirles nacer ellas mismas desde un vientre materno y a la vez engendrar, dar vida y poder dar a luz a uno o más hijos, de ahí que sean partícipes de la gran creación de Dios.
Diciendo la hermosa y sabia frase: “Me has formado en el vientre de mi Madre” Yo te doy gracias por tantas maravillas (Sal, 139, 13-14), el pastor católico saludó fraternalmente a todas las mamás, auténticos pilares de la vida y de la transmisión de la fe y de los valores humanos y cristianos; y a las mamás de las mamás, las abuelitas, que son una continuación del amor de nuestras madres.
El Día de las Madres es la oportunidad para expresar realmente nuestra gratitud a nuestras mamás por todo el amor que han demostrado a lo largo de los años. También es día en el que contemplamos el misterio de la mujer, que es portadora de vida, pues sólo ella tiene este privilegio y bendición. Es por eso que junto a la dicha de engendrar, se le han concedido, virtudes, valores y destrezas que la animan, la socorren y la fortalecen para llevar a plenitud su loable misión.
Una madre es comprensión: sus palabras calman, sus caricias sanan y sus besos reconfortan. Nadie conoce mejor a sus hijos que su propia madre. El alto nivel de percepción de una madre, desarrollado por ese fuerte vínculo, que hay con el hijo, la hace en definitiva, la portadora por excelencia del valor de la comprensión.
Una madre es responsabilidad: porque vela por el bienestar de sus hijos y de su hogar, cueste lo que cueste, asume su rol con entereza y cumple sus deberes con diligencia.
Una madre es paciencia: Paciente ante las situaciones arduas e ineludibles de la vida, paciente ante los conflictos naturales que se presentan en el núcleo familiar, paciente ante las incansables enseñanzas para hacer de sus hijos personas íntegras y valerosas.
Una madre es amor: el amor a los hijos es único y particular, perpetuo, transparente, carente de egoísmo y de ambición personal. Por este amor la madre desafía hasta sus propias capacidades y realiza actos verdaderamente increíbles.
Les reitero mi oración por todas nuestras madres, especialmente por las que ya no están entre nosotros aquí, pero que viven en nuestros corazones. Que María Santísima, la Madre del verdadero Dios por Quien se vive, les acompañe siempre en esta santa misión de ser mamás.