Sentado a un costado de una silla de masajes portátil en el jardín de la Plaza de Armas, en donde los suspiros de los árboles se entrelazan con el murmullo de las hojas, Isidro Mendieta encuentra su refugio.
A simple vista, podría pasar desapercibido en la multitud, pero su historia es como suspiro profundo que penetra en el alma de quienes lo conocen.
Isidro, un hombre de voz cálida y sonrisa sincera, perdió la vista hace poco más de un año. Antes, recorría carreteras como chofer de tráiler, admirando los paisajes que se desplegaban ante sus ojos. Sin embargo, la diabetes, esa compañera silenciosa, le arrebató la vista. En lugar de sumirse en la oscuridad, Isidro encontró una nueva luz.
“La ceguera no me detuvo. Decidí aprender el arte del masaje terapéutico y convertirme en masoterapeuta”.
Su pasión por sanar a través del tacto lo llevó a una pequeña escuela, donde desveló los secretos de las manos sanadoras.
Isidro y su compañera, también masoterapeuta, ofrecen masajes en silla en su modesto estudio. Los clientes llegan con tensiones ancladas en sus espaldas, cuellos y brazos. En apenas 15-20 minutos, Isidro y su compañera liberan la energía atrapada, devolviendo la vitalidad a sus más de 20 pacientes por día.
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Pero hay más. En la escuela, Isidro aprendió a danzar con las manos sobre cuerpos completos. Una experiencia que se extiende casi una hora, donde sus dedos sensibles encuentran los nudos y deshacen los hilos de estrés.
“El masaje es un arte. Una sinfonía de piel y músculos”. Dijo.
Isidro no solo encontró una nueva vocación; también descubrió la independencia. “Ser autónomo me ha permitido destacar. Aunque la vista se desvaneció, mi pasión por ayudar a otros sigue intacta”.
Sus clientes, inicialmente sorprendidos por su ceguera, ahora lo ven como un ejemplo de superación.
“Aceptar mi ceguera fue un sendero sencillo para mí. Pero para los demás, es un viaje de descubrimiento. La verdadera terapia es enseñarles que la discapacidad no define nuestra esencia”.
Isidro Mendieta, el masoterapeuta invidente , sigue tejiendo historias con sus manos. Aunque no vea, sus dedos sanan corazones y alivian dolores.