Karla Pontigo tenía 22 años cando el cruel golpe de la violencia acabó con su vida, joven con grandes aspiraciones que dejó en la memoria de quienes la conocieron su gran fortaleza e ímpetu de lucha.
La muerte de Karla, además de ser el resultado de una cultura machista sistemática que vulneró sus derechos humanos como mujer, también es un grito de consciencia para que la sociedad asuma, de manera conjunta, sus responsabilidades, para cambiar todas las acciones legales, políticas, institucionales y culturales que garanticen a sus ciudadanas una vida libre de violencia.
Karla Pontigo Lucciotto nació el día 28 de mayo de 1990 en San Luis Potosí, segunda hija de la familia Pontigo Lucciotto, hija que desde su concepción fue deseada con mucho amor, presencia y recuerdos que hasta el día de hoy acompañan a su progenitora.
“Desde pequeña –platica para El Sol de San Luis, Esperanza Lucciotto, madre de la joven– fue una niña muy alegre, le gustaba mucho ir a la escuela, le encantaban las matemáticas, los deportes, el teatro, el baile y las artes, siempre fue una pequeña muy inteligente”.
Hacer frente a la memoria de su hija no ha sido fácil, pero, a pesar de ello, Esperanza comparte lo hermoso que fue tenerla presente en su día a día, todo ello lo recuerda a través de la complicidad que existía entre ellas, el soporte y apoyo que se brindaban mutuamente.
Por ello, ahora busca honrarla con su acciones diarias: “Nuestra relación era muy buena, ella era mi compañera, mi amiga, todo lo hacíamos juntas, pues era mi única hija, como hermana fue alguien excepcional, siempre estuvo a lado de sus hermanos, siempre juntos. Mi hija desde que era pequeña siempre se mostró cariñosa con ellos, a ella le gustaba mucho estar en la casa compartiendo tiempo con nosotros”, mencionó Esperanza.
Señalar la impunidad es necesario, pero también lo es el enaltecer la presencia de aquellas que nos han sido arrebatadas por la violencia feminicida, conocer su lado humano, y no solo reconocerlas como víctimas y parte de una estadística.
Karla era una mujer dotada de aptitudes y valores, rememoró su madre: “Le gustaba mucho leer, era una gran amiga, magnífica en todos los sentidos, ella era muy noble y de gran corazón, siempre fue muy trabajadora y con gran visión, se desempeñó en el área de sistemas, después estudió belleza y laboró como estilista profesional desde muy joven, y ahí fue cuando el área de la nutrición llamó su atención, sus amigas se desenvuelven como nutriólogas, recuerdo que ella estudiaba hasta la madrugada, y así fue como se metió a estudiar la licenciatura”.
Esperanza, con la devoción que sólo una madre puede expresar por su hija, comentó: “Recuerdo que una vez participó en una obra de teatro, era la obra de Vaselina, desempeñó el papel de Frida, ella fue muy talentosa y carismática”.
Con un dejo de tristeza agrega: “Mi hija siempre me ayudó, ella desde los 17 años empezó a colaborar con dinero para la casa, entre su hermano, ella y yo aportábamos los gastos del hogar, todo ésto para sacar adelante a su hermano menor. Era un rol de apoyo, estábamos demasiado unidos, siempre juntos, salíamos acompañados, nuestras pláticas siempre en familia [...]. Hasta la fecha, la muerte de Karla nos ha afectado demasiado, extrañar sus juegos, sus bromas, en la casa ahora hay un vacío, ahora su lugar, ¿dónde está? Es algo que nos sigue pegando. Para mi hijo menor, Karla era como su mamá, porque ella me ayudaba a llevarlo al colegio, lo recogía, a sus juntas escolares, ella asistía, porque yo trabajaba, era una aportación mutua”.
El dolor de un asesinato arrasa con todo, el cuarto de Karla se encuentra vacío, con su aroma y pertenecías, que son un tesoro para su madre, ¿cómo dejar de lado tantos recuerdos?, ¿cómo vivir con ellos? A ello, la señora Esperanza comenta:
“La recamara de Karla hasta hace poco estuvo intacta, yo ya traté de sacar algunas cosas, pero para mi ha sido muy difícil. Sus cuadros, su ropa y algunas cosas que dejó ella continúan intactas, pero ya algunas otras, como sus peluches, los tengo en una cajita, su ropa también. Sus amigas, lo que quisieron, se los di. Aún hay mucha ropa de ella, me es muy difícil cuando me dicen que tengo que desprenderme, pero no puedo. [...] Siempre le tiendo su cama, aunque casi ninguno de nosotros nos metemos a su cuarto, pero ahí está, que su cuarto esté bonito, es de ella, para mi, mi hija aún sigue aquí; hay una vitrina de perfumes en su recámara que ahí está, ya se están evaporando, porque pasa el tiempo, pero prefiero que se evaporen, su olor me recuerda a ella.”.
“Las escaleras de la casa me hacen pensar en mi hija, cuando la llamaba para que bajara a comer, recuerdo que su comida favorita, eran los frijolitos recién hechos, le fascinaban, aún la sigo nombrando y hasta parece que la escucho bajar”.
“Ví su infancia, su adolescencia y parte de su adultez, vaya, la tenía cerca, para mi todo esto es muy difícil, a mi me quedan cosas muy gratas de mi hija, mi hija fue una chingona, ella luchaba por lo que quería, cuando estuvo hospitalizada le dio un infarto fulminante, de los que jamás nadie vuelve en sí, era para que ella hubiera muerto en el instante, y luchó y salió de ese infarto, con eso ella me deja grandes lecciones de vida, me deja su lucha, y si ella siguió hasta donde su cuerpo se lo permitió, yo le debo eso a mi hija”, finalizó.
A diario en México se publican notas policiales acerca de estos lacerantes acontecimientos, dejando atrás la historia de familias olvidadas, mismas que luchan para que su dolor no quede impune y se diluya en la indolencia, Karla Pontigo, fue hija, hermana, prima y amiga, y su presencia sobrevive gracias a la lucha de su madre, familia y amigos, gracias a la intimidad que develan al mundo, para que la sociedad no la y los mire como víctimas, sino como entes sociales que buscan justicia, para que no se repita la misma historia.
Leer más de El Sol de San Luis