De pie, acorralado entre las durmientes de hormigón y los rieles soldados de las vías del tren, Jacobo Reyes Hernández, salvadoreño de 52 años de edad, se encontraba esperando el último vagón de aquella tarde de domingo crepuscular, aquí en San Luis Potosí.
No fue coincidencia su mirada acrisolada, ni el daño que el sol había ocasionado ya, en su rostro de padre, aquellas líneas de expresión avisaban a cualquiera que él había surcado todo tipo de peligros para llegar a esta ciudad y así continuar su travesía hacia la otra frontera.
En la espera, Jacobo recordó a sus cuatro hijos Jonathan, Michel, Carla y Leny, para huir de aquella terca soledad que le persigue en un Día del Padre en el que su voz, se hizo pequeña al contar su propia historia.
"Aquí estoy, esperando el tren para continuar con mi viaje. Ya no traigo dinero, pero sí el deseo de llegar a los Estados Unidos y darles a mis hijos mejores oportunidades. Ya llevo aquí tres días, no he podido moverme, no tengo cambio de ropa, mucho menos comida, pero si tengo vivo el recuerdo de mis cuatro hijos porque tengo una promesa que cumplir, voy a estar bien".
Jacobo salió de El Salvador, porque era su única opción. La pobreza, la delincuencia y la falta de oportunidades le hicieron emprender un viaje en dónde lo ha perdido todo, menos ese espíritu agitado que le pide resistir por sus hijos.
"Fue una desición difícil. Extraño a mis hijos. Cuando decidí migrar hacia Estados Unidos, lo hablamos todos en familia, sabía que no sería fácil, pero también sabía que si nos quedamos mis familia no tendría calidad de vida".
Con un sentir salvadoreño, Jacobo recordó aquella daga que fue la despedida de su tierra, de sus hijos. Cómo los abrazos de ellos, se convirtieron en el consuelo del llanto y el miedo que ha dejado regados a lo largo de la ruta de un tren que también le ha arrebatado todo.
"No tengo nada, en el viaje nos han secuestrado, nos han quitado todo. Solo me queda el recuerdo de mis cuatro hijos y aquella promesa que hice, de llegar al otro lado para darles todo lo que necesitan. El Salvador también me ha dado mucho pero la delincuencia es fuerte allá, el nuevo presidente está haciéndolo bien pero, aún falta mucho y yo no puedo esperar más. Mis hijos necesitan otra vida y se las voy a dar".
De oficio albañil, recordó que con lo que ganaba, cada Día del Padre podía darse el gusto de comer con sus hijos una gallina criolla y hasta unas empanadas, esos recuerdos hoy son los que lo motivan a esperar bajo el intenso sol del medio día, el último vagón del Barrio de Tlaxcala.
"Estas fechas son difíciles, ¿cómo no llorar por algo que ahora ya no tienes? ¿Cómo no sentirse mal por no estar con la familia? ¿Cómo estarán mis hijos? ¿Se acordarán de su padre? Tengo muchas preguntas".
Mientras realizábamos esta entrevista, Jacobo intentaba negociar con dos "Coyotes" de Tamaulipas, quería llegar pronto a Tijuana, ya no soportaba más la idea de tener que regresar sin nada, su camino debía continuar sí o sí.
"Quiero moverme, me da miedo, me dicen que me llevan, que son de Tamaulipas, coyotes. Pero no sé si creerles, igual no tengo con que pagarles, tengo hambre. Me desespero porque quiero que mis hijos sepan que cumplí, que logré llegar, que no me fui y los abandoné en vano. Ya me quiero ir , no soporto más estar aquí".
Para Jacobo, ser padre en un país como El Salvador, en dónde reina la inquietud e indignación, es enfrentarse a una vida ruinosa y de sacrificio total sometido por las pandillas que como un perro furioso, tienen acorralada a una sociedad débil y sin oportunidades.
"Yo no quisiera regresar, ojalá logré llegar a los Estados Unidos, conseguir un trabajo de albañil y lograr que mis hijos se vayan de ahí, de El Salvador. Los amo con todo mi corazón, sino no haría esto que me ha costado la vida poco a poco. Ellos lo saben, son mi todo, los recuerdo en cada viaje, en cada vagón en el que he estado, son mi todo. Los extraño ".
Este Día del Padre fue diferente para este hombre que migra, que aprende a caminar de nuevo en un territorio desconocido, que se mueve con tan solo el amor de sus hijos para alejarse de la triste realidad de su lugar de origen.
Jacobo es un papá que llora, que sufre y que hoy no tiene nada más que sus pies par continuar su viaje. Es un padre que quiere cambiar su vida y la de los suyos, dejar atrás su historia y re-escribir una nueva en dónde su familia tenga otras oportunidades en su día a día.