“Hoy venimos ante Tí, Virgen-Madre, porque creemos en la familia y porque queremos construir un San Luis y un México mejor, en esta nueva etapa que comienza nuestro amado país tan lastimado por las injusticias”, así lo señaló el Arzobispo de San Luis Potosí, Mons. Jesús Carlos Cabrero Romero, durante su homilía que dirigió a cientos de fieles que se dieron cita en la arquitectónica Basílica de Guadalupe, para honrar a la Morenita del Tepeyac, “Madre de los Mexicanos”.
Como cada año consecutivo, el fervor fue imponente, pues los fieles se postraron a los pies de la Madre de Dios, para pedirle un sinnúmero de bendiciones para México, que está sediento de paz y de amor, de justicia.
Innumerables familias acudieron a postrarse a los pies de la Virgen Morena, para celebrar el 487 aniversario de sus apariciones en tierra mexicana, para pedirle incontables favores y a la vez darle gracias por sus muchas bendiciones en favor de nuestras familias.
El jerarca católico estuvo gratamente acompañado del Rector y Párroco de la Basílica Santuario de Ntra. Señora de Guadalupe, Pbro. Gabino Medina Portales, de los Canónigos que integran el H. Cabildo Catedralicio y de los Sacerdotes que integran el Decanato de Nuestra Señora de la Expectación, quienes concelebraron gustosos con él, en esta magna Festividad Mariana, la más grande de todos los mexicanos y potosinos, por lo que es considerada solemnidad.
“Hoy venimos ante la Virgen, para ponerle en sus manos todo lo que llevamos en nuestros corazones”, dijo el Jerarca católico.
“Venimos a eso, a acogernos a Ti y nos protejas con Tu manto. Queremos confiarte como tú lo sabes, nuestras penas, adversidades y alegrías y ante Tí ponemos nuestras ilusiones y esperanzas, pues somos parte de Tu familia y de Tu pueblo que Tu has escogido para estar en medio de nosotros y escuchar nuestras dificultades y sufrimientos. Mantén viva la esperanza en nosotros de buscar y luchar por un cielo nuevo y una tierra nueva, en donde todos podamos reconocernos como hijos de un mismo Padre, en donde todos nos sintamos hermanos y tratemos de servirnos unos a otros; en donde todos nos preocupemos de los más necesitados. Ese ha sido el mandato de Jesús a sus discípulos. Esa es la tarea que tenemos quienes nos llamamos cristianos y nos gloriamos por tener a la Virgen como Madre. ¡Vivir como hermanos!”.
“Por eso, porque queremos vivir como cristianos e hijos tuyos, nos apena y nos duele el sufrimiento de nuestro pueblo, especialmente el sufrimiento de quienes, por años, se han sentido abandonados en todos los sentidos; entre ellos está, muy particularmente, el de nuestros pueblos indígenas, que carecen sobre todo de educación y de oportunidades de un trabajo digno. Nos duele la migración de quienes tienen que salir a buscar el sustento lejos del hogar y lejos de la familia. Nos duelen las familias desintegradas y los hijos desatendidos por esta situación. Nos duele la violencia que se ha metido ya en el corazón y en la vida de muchas personas. Y nos duele también lo que nosotros tus sacerdotes hemos causado a tu familia y a Tu pueblo que Tu Hijo nos ha encomendado”.
“Queremos construir una tierra nueva donde habitemos todos como hermanos, pero necesitamos encontrar a Jesucristo, sin embargo, lo desconocemos cada día más. Tal parece que queremos vivir lejos de Él. Ahora hay quienes viven como si Dios no existiera”.
“La fe nos ha mantenido unidos, pero hay quienes quieren ver desintegradas y divididas a nuestras familias y a nuestras comunidades, pero nuestra fe nos ha mostrado el camino de la verdadera libertad. Hay quienes quieren esclavizarnos, particularmente a nuestros jóvenes y niños en el alcoholismo, en la droga, en el narcotráfico, en el crimen, en la ignorancia, en el segar la vida a través de métodos abortivos nefastos que son un auténtico crimen. Esa fe nos ha señalado el camino del amor y nos ha enseñado a ser hermanos, pero hay quienes alimentan el odio y la violencia”.
“Madre, enséñanos a encontrar el Camino, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, Él nos ayudará a construir una vida nueva a cada uno de nosotros, el mantendrá encendido el fuego del amor en cada una de nuestras familias; Él fortalecerá el compromiso de todos nosotros cristianos católicos para edificar una sociedad más justa y más fraterna”.
“Por eso, aquí, ante tu Imagen bella, sorprendidos como Tu vidente, San Juan Diego, queremos poner en Tus manos todas nuestras preocupaciones y penas, muy especialmente ponemos en Tus manos a nuestras familias. Queremos consagrarte a nuestras familias para que cada una de ellas sea un santuario donde se cuide y se proteja la vida en cada una de sus etapas, desde el vientre de la madre, hasta la ancianidad. Que sean nuestras familias las que nos enseñen a agradecer, a respetar y a valorar el maravilloso don de la vida; pues sólo quien respeta y valora su propia vida aprende a respetar y a valorar la vida del prójimo y toda manifestación de vida, como un don que debe cuidarse. Sólo si nos respetamos a nosotros mismos respetaremos y agradeceremos la naturaleza, como una maravilla de la creación amorosa de Dios”.
“Queremos Madre consagrar ante Ti a nuestras familias para que en ellas aprendan los niños desde pequeños a conocer y a amar a Dios. Que sean los padres de familia los primeros en hablar de Jesucristo a sus hijos. De esa manera serán los padres quienes señalen el camino que deben recorrer los hijos para no perderse y para que encuentren la verdadera felicidad. María, Madre y maestra, Tu sabes cuánta necesidad tenemos de una verdadera educación cristiana que forme a los futuros padres y madres de familia en la verdad y en el bien, en el amor a Dios, así como Tú educaste a Tu Hijo Jesús para que buscara con alegría estar en la casa de su Padre. Haz que cada padre y madre de familia sean verdaderos maestros de nuestra juventud”.
“Queremos que Tú estés en cada una de nuestras familias, para que no se apague el fuego del amor entre los esposos, para que haya comunicación entre padres e hijos, para que se superen, en la unidad, las dificultades que en esta época amenazan su integridad. Dales la fortaleza necesaria para que no se derrumben ante los problemas económicos o sociales y que no se dividan por los problemas políticos. Que la familia tenga con Tu presencia amorosa el lazo firme que los mantenga unidos en la búsqueda de su propia superación”.
“Virgen Santísima al consagrarte a nuestra familia queremos también pedirte que nos ayudes a ser familias participativas. Que participemos en nuestras comunidades en todo lo que vea por el bien común y ahora se nos presenta el próximo año, una oportunidad nueva. ¡Ya basta de indiferencia y de mediocridad!, asumamos nuestra responsabilidad, que es caridad”.
“Que nuestra unidad ayude a defendernos de todo aquello que ataque la integridad de la familia. Que no permanezcamos indiferentes ante lo que daña la vida social, Tú sabes que necesitamos una sociedad sana en donde crezcan los hijos y los nietos con seguridad y con valores cristianos. En ellos está el futuro; para ellos y con ellos debemos construir una sociedad que valore la dignidad de cada persona y que trabaje en unidad y armonía social, en el respeto y la tolerancia”.
“Madre de Jesús, nuestras familias tiene un gran compromiso social y una gran tarea, intercede por ellas para que podamos construir el Templo que tú pediste a Juan Diego y que no es otro que un País que viva en paz y trabaje en unidad para solucionar sus problemas. El templo somos nosotros, Tú quieres un México en donde la justicia, la honestidad, la paz se hagan realidad. Sabemos que ese es el templo que Tú nos pides”.
“Madre, poner ante Ti a nuestras familias nos compromete a una tarea difícil; muchas veces llena de preocupaciones y aún de lágrimas, ante una sociedad en donde la fuerza del mal quiere hacer cada día más daño. Sin embargo Tu cercanía nos fortalece y nos anima en el camino de nuestra vida. Venimos dispuestos, a pesar de las dificultades, a continuar el camino de nuestra vida cristiana, a seguir a Jesucristo Tu Hijo. Tú, como madre nuestra, sabes enjugar las lágrimas de nuestros ojos. Tú nos devuelves la esperanza. Tú nos enseñas a responder a la Palabra de Dios con la humildad necesaria para cumplir con alegría su voluntad. Por eso queremos decirte también: ¡Bendita Tú entre las mujeres! y ¡Bendito el fruto de Tu vientre, Jesús!.