Como cada 29 de octubre, la familia Hernández Cruz y Anaya Ramírez, se dirigen hacia el Panteón de El Saucito para conmemorar el Día de Todos los Santos, pues desde hace cinco años respectivamente, su hija y nieta - en ese entonces de un año de edad- dejaría este mundo terrenal.
Globos de helio, flores de foami, rehiletes y peluches son algunas de las ofrendas que llevan para recibir desde el “Chichihualcuauhco” a su querida Ana María quien falleciera de una grave infección en la sangre.
El luto nunca desaparece y en estos días se intensifica más que otras fechas. La tierra del panteón guarda la memoria de Ana. y entre el papel picado que hoy adorna su sepulcro, su familia trata -con mucho esfuerzo- de recordarla con alegría.
Es hasta el primero de noviembre que comienza la tradicional celebración que apertura el Día de Muertos. Los Anaya visitan la tumba de su pequeña desde tres días antes pues saben que el alma de su amada niña estará a punto de llegar.
“Nosotros tratamos de seguir cabalmente esta tradición. Muchas familias se dan cita en el cementerio desde días antes para recibir a los niños que aquí se encuentran descansando”.
“Es normal que muchos padres de familia como nosotros, realicen los preparativos de sus pequeños con anterioridad. Mucha gente trata de seguir fielmente la tradición pues hay que recordar que antes del 2 de noviembre, se festeja la llegada de las almas de los bebés y niños que fallecieron”.
Y aunque esta celebración es primordial para algunas familias potosinas, la realidad es que desde hace décadas muchas de ellas dejaron de visitar los mausoleos de sus pequeños hijos.
Un total de más de 400 sepulcros pertenecientes a niños y niñas, hoy lucen olvidados por la falta de mantenimiento y la casi nula asistencia de visitas, según lo referido por el área administrativa del mismo panteón. “Desde hace años la zona centro poniente del panteón luce muy abandonada. Es donde se encuentran la mayoría de las tumbas de infantes. Es notorio el olvido en el que tienen a sus pequeños difuntos, sólo una que otra familia viene de vez en cuando a limpiarles”, mencionaron.
Los años de ausencia de las familias ya han hecho mella en más de cinco manzanas del cementerio. La tierra del panteón ha cubierto con los años, los peluches y globos que alguna vez dieron un poco de color a este ambiente tan sombrío y lúgubre.
Ya nadie se acuerda de Hipólito, Roberto, Juanita o Érika. Sus tumbas lucen hoy tan grises y opacas, como el concreto que cubre su lápida. “Es triste ver que algunos pequeños ya no son visitados por sus familiares, hay tumbas que son recientes, de hace un año y parece que tienen hasta 10 años de olvido”.
“Las familias deberían continuar esta celebración que se realiza desde tiempos prehispánicos. No hay que olvidarnos de nuestros difuntitos”, subrayó el abuelo de Ana María, don Francisco.
Por otro lado, quienes se encontraban presentes en el cementerio comenzaron los preparativos, un preámbulo para honrar la memoria de los pequeños que ya fenecieron. Rondas infantiles, risas y una que otra frase de ternura salía disparada de la boca de las madres que aún recuerdan a sus hijos.
“Extraño a mi hija y siempre que vengo trato de que sienta que aún me importa, que aún la recuerdo y que no la olvido. Le platico y hablo como si estuviera aquí presente, y de alguna forma lo está. Celebrar el Día de Todos los Santos es una manera de honrar su memoria. Estoy ansiosa por su llegada este lunes”, refirió la madre de Ana, la señora Laura.
La muerte en México tiene un carácter místico y ceremonial, que hoy día trata de permanecer. La familia Hernández y Anaya lo sabe, y por ello no dejan de visitar a Anita, quien seguramente los acompañará en su transcurso momentáneo por lo terrenal.
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