En el arquitectónico Templo de San Francisco de Asís se celebró la festividad en honor a San Pío de Pietrelcina, el Sacerdote Franciscano que llevó los estigmas de Cristo por 50 años y quien fue el predilecto de Dios para permitirle obrar grandes milagros, ya desde que estaba vivo, a través de su poderosa intercesión, evitando bombardeos y por ende desgracias y muertes.
La Misa solemne en honor a San Pío de Pietrelcina fue oficiada por Pbro. Óscar Guadalupe Villalobos Avendaño, OFM, Superior de la Orden de los Franciscanos Menores en San Luis Potosí.
El Confesor comprensivo, que vivió verdaderamente el Mandamiento del amor a Dios y al prójimo, de manera especial con los enfermos por lo que logró fundar e inaugurar en Mayo de 1956 un grandioso hospital llamado “Casa alivio del sufrimiento”, en el que veló por los más vulnerables, necesitados y olvidados.
El Padre Pío, amoroso, de mirada bondadosa, tierno con sus discípulos y grandes amigos que formaron parte de sus grupos de oración y apostolado, el Sacerdote entregado fiel y plenamente a su Ministerio, es sin duda un gran ejemplo a seguir para todo creyente, pues a pesar de las duras pruebas de su enfermedad, dolor, sufrimientos y constantes tentaciones, jamás se dejó vencer por la adversidad, por las fuerzas del mal y menos por satanás, porque nunca se alejó de la oración y el poder de Dios se vio claramente reflejado y constatado en él en todas sus dimensiones al concederle el poder de la bilocación, de la predicción, la profecía, sanar a enfermos desahuciados, y lograr grandes conversiones incluso en actores de Hollywood.
Un Santo de nuestro tiempo que nos hace un urgente llamado a la conversión, a ser otros, a ser testigos congruentes del amor misericordioso de Dios.
Cabe señalar que Santo Pío de Pietrelcina fue venerado en varios templos de la capital potosina, pero de manera especial en el Templo de San Francisco se le festejó de forma muy solemne y especial, al ser Sacerdote Franciscano Capuchino, quien nació el 25 de Mayo de 1887, en Pietrelcina, Italia.
Dios le concedió el premio de la Vida Eterna al llamarlo el 23 de Septiembre de 1968, en San Giovanni Rotondo, Italia dejando una imborrable huella espiritual y apostólica que perdura hasta nuestros días.