El profeta volvió a cargar el pecado del mundo, con la cruz en su espalda y el dolor de su madre María a cuestas en cada paso que daba, así dio inicio la tradicional Pasión Viviente de San Juan de Guadalupe, entre el dolor, la pesadumbre y el arrepentimiento.
En medio de casi mil espectadores y una lluvia reacia a desaparecer, Jesucristo apareció luego de tres años de ausencia a los pies del atrio del templo de este tradicional barrio.
A la novena hora del día, después de las 11 estaciones, caídas y traiciones, como bien lo relata la sagrada biblia, Jesús de Nazaret fue crucificado ante decenas de testigos en el Barrio de San Juan de Guadalupe.
Miguel Ángel Zabala Pérez dejó de ser el mismo y en la cruz se convirtió en la máxima evidencia de la dimensión humana de Dios, se transformó en el testimonio viviente del sacrificio del amor.
Ahí en medio del lecho caliente del asfalto, sobre avenida Himno Nacional, madres, hijas, vecinos, comerciantes lloraban y gritaban, al ser testigos del dolor y sufrimiento de un hombre que personificó el pasaje de la muerte de Jesús.
Hubo un mar de llanto que envolvió a lo lejos un clamor repleto de dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?, Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Y en unos segundos se cimbró el silencio, el que expresa los horrores del abandono, sin embargo, todo iba de acuerdo al plan divino de Dios y lo dispuesto en los ensayos del grupo cultural de San Juan de Guadalupe, una agonía que hizo reflexionar a quienes observaron la Pasión Viviente de Cristo, con un arrepentimiento que ha escrito por siglos la historia del mundo.
Así, murió Jesús, con la luz tenue de un cielo nublado que parecía haber llorado su partida, cumpliendo la estación número 12 del viacrucis, clavado en la cruz, con los ojos cerrados y las heridas de la traición y humillación abiertas.
Las y los espectadores se estremecieron, casi incrédulos a lo que veían sus ojos, cómo la mirada de Karla Mata, María, al ver a su hijo Jesús morir, en los brazos que lo sostuvieron de pequeño.
Entre la humedad del ambiente, y un sol que se asomaba tímidamente entre las nubes, Jesús abandonó este mundo terrenal y en un acto de contrición, todos los presentes entraron en un duelo colectivo, simultáneo, y así, todo se tornó estrepitoso.
Minutos después Jesús fue sepultado, redimiendo al mundo del pecado, donde la gente, aún de pie esperaba verlo volver.
Muchos comentaban sobre su rostro, el parecido que tenía con alguno de sus hermanos, padres e hijos, era Jesús de Nazaret muerto, quien les recordó el amor de la familia y el valor de la vida misma.
Jesús desapareció unos minutos y los niños preguntaban por él, "no lo veo", "¿Dónde está Jesús?", "¿A dónde se fue?, A la vida eterna respondieron algunos.
Por unos minutos la lluvia que persistió durante casi dos horas, se fue atenuando y una luz clara inundó el atrio del templo de San Juan de Guadalupe, ahí en medio de más de 30 actores.
Y en medio de la sorpresa de los presentes salió Jesús, con sus prendas limpias, resucitado al tercer día como cuenta la historia, una imagen de la resistencia y de la vida eterna, un mensaje claro para quienes se mantuvieron impávidos para ver aquella señal de la vida eterna.
Así culminó la Pasión Viviente de Cristo, como un signo de entrega, de sacrificio simbólico, de una representación fervorosa, para encontrarse a sí mismos en un acto colectivo de fe.