Todos los días, llueve, truene o relampaguee, David recorre al menos ocho colonias en el norte de la ciudad, a bordo de su vieja bicicleta, repartiendo leche bronca, de la que hace nata cuando hierve a 100 grados centígrados, sorteando lances de perros callejeros, cafres al volante, baches mortales y algún marido desconfiado.
Hace 10 años fue liquidado de la Industrial Minera México después de 20 años de servicio, cuando el monstruo contaminante cerró. De entonces a la fecha, al menos 100 de los 200 trabajadores que salieron con el, han fallecido con problemas asociados a su exposición al arsénico.
“Casi a todos los conocí y la otra mitad que quedamos vivos, tenemos esa preocupación porque todos trabajamos bajo las mismas condiciones de riesgo, lo sabíamos pero nunca nos imaginamos lo que pasaría hasta que supimos cómo fueron cayendo uno por uno”.
Al quedarse sin empleo a finales de 2009, David no tuvo de otra mas que aferrarse a sus conocimientos en la “industria lechera”, como él le llama. El oficio de la ordeña ya lo conocía desde chico en casa, y sabía que llegaría el día en que ese aprendizaje lo salvaría de una situación complicada.
Con su liquidación y algo de ahorros, habilitó en su casa, por el rumbo del Periférico norte, un corral donde metió cuatro vacas, a las que ordeña dos veces cada día. De ahí, obtiene un promedio de 50 litros que es su materia prima para salir a vender de 7 a 10 de la mañana todos los dias.
En dos botes de 40 litros cada uno montados en la parte posterior de su “caballo de acero” que llena a la mitad, se desplaza por las calles sintiendo el viento en el rostro, sorteando hoyos en el pavimento, perros bravos que ahuyenta con una finta de karateka oriental y conductores desquiciados que le acercan el vehículo en plan de venganza personal. “No vaya siendo” que venga de sus casas….o vaya apenas.
El oficio de lechero está en vías de extinción. Dice David que no ha visto a ningún colega o competencia en los últimos meses por el rumbo, “creo que soy el único que queda haciendo este trabajo porque cada vez hay menos clientes, ahora la gente prefiere el agua blanca que les venden en las tiendas”.
Y si. La leche que él vende es directa de la vaca a la casa del consumidor. No pasa por todo el proceso de pasteurización industrial, donde se separa la grasa para mantequilla, queso u otros productos lácteos, que en promedio es de 3.5 por ciento, por eso las amas de casa le asignan propiedades curativas.
¿Quién puede despreciar un pan o bolillo con nata y azúcar?. Es para muchas familias el desayuno o la cena. El litro de la leche que vende David es de 12 pesos mientras que la comercial de bote ronda los 20 o 22 pesos en promedio y si la compra en la tiendita de la esquina, un poco más cara.
David es reservado, no le gusta la publicidad ni aunque beneficie a su pequeño negocio. “No me gustan las entrevistas, ni las fotos, pero voy a hacer una excepción con usted”, le dice a este reportero; se quita el sombrero, aplana su cabello, se seca el sudor, pone pose de vaquero sobre su cabello y deja escapar una sonrisa muy a fuerza.
“Me va mejor aquí que en la Planta de Cobre. Me gusta lo que hago, levantarme temprano, ordeñar a mis vacas a las que atiendo muy bien, les doy su comida, su agua y cuando dan leche de mas, hasta un chocolatito –bromea-; ahorita hay una que recién parió y produce hasta 7 litros más que las otras tres y además, ya tengo un becerrito”.
Confía en mantener a sus clientes por varias razones la falta de competencia, las propiedades de la leche que vende que son nutritivas y la tradición de quienes optan por la leche bronca que es más barata, además.
Por lo pronto, ya le urge regresar a su casa porque ahora vendió los 40 litros que en promedio tiene comprometidos y no vaya a hacer que le salgan algunos maloras que quieran despojarlo de sus ingresos del día, así como están las cosas, “y deje usted que me den baje con el dinero, que me vayan a hacer algo y entonces sí, se extingue el último lechero de la zona”.