A los 8 años de edad, Alejandro comenzó a montar toretillos en el Potrero, el rancho de su papá, desarrollando desde pequeño, el gusto por el rodeo y los jaripeos a pesar de los riesgos que esa práctica conlleva, a los 14 empezó a montar de manera semiprofesional y a los 18 en profesional, ahora como padre de dos niños y una niña, por ellos comienza a retirarse del oficio, que ha llegado a cobrar la vida de muchos jinetes.
A sus 27 años, ya es padre de tres menores de entre dos y ocho años de edad, de ellos los dos mayores dan muestra de ir desarrollando su gusto por la monta, y aunque Alejandro no quisiera que se dedicaran a esa práctica por los riesgos que representa incluso de muerte, ya que los conoce bien, comenta a El Sol de San Luis, que si es su gusto los apoyará como sus padres lo apoyaron a él pese al temor de perderlo en alguna de las montas.
“Cuando uno comienza desde chico como yo, uno no piensa en los riesgos, solo en la adrenalina de subir a un toro, sentirlo, domarlo de alguna manera, en ser cada vez mejor, y marcar la diferencia con los propios compañeros, en esto he perdido amigos, conocidos, ´compas´, pero eso no detiene a uno cuando es lo que nos gusta, en algún momento de alguna manera nos tocará, así pensaba, pero ahora tengo a mis hijos y no me gustaría dejarlos solos, pienso en lo que sería de ellos si me pasara algo, si muriera por un mal golpe o si quedara mal herido” .
El gusto de Alejandro por montar toros, yeguas bravas y novillos, nació al ver a su padre quien en su momento también fue jinete, al inicio sus papas no estaban de acuerdo pero comenzaron a apoyarlo porque tenían miedo que por su gusto lo hiciera a escondidas, fuera peor y le pasara algo.
Ahora como padre, al inicio le gustaba que sus hijos lo vieran montar y se sintieran orgullosos de que era un buen jinete, no fue hasta que nació la más pequeña que dejó de montar por qué pensó en que pasaría con ellos si a él llegaría a pasarle algo, ya que en varias ocasiones estuvo en riesgo, los toros que le llegaron a tocar eran muy buenos y bravos de tal manera que llegó a desmayarse de un golpe en una caída, y se le abrió un brazo al caer y topar con los cuernos del toro.
Al dejar la monta de toros bravos, comenzó a montar yegua en charreadas, y aunque le gustaría que alguno de sus hijos siguiera con su “legado”, tiene miedo de que les suceda algo, entiende ahora lo que sus padres sufrían cada vez que el montaba, ahora que ha vivido en carne propia los riesgos no le gustaría que sus hijos vivieran lo que él, o algo peor, “pero sea lo que ellos decidan los apoyaré como mis papás me apoyaron a mí”.
Y entre emoción, nostalgia y preocupación comenta, que sus hijos comienzan a practicar ya la monta en chivos, borregos, y pequeños becerros en el rancho, y aunque espera no se dediquen a ello, dice que lo mejor que puede hacer es guiarlos y enseñarles lo que el aprendió para que sepan en que momento bajar del toro sin que resulten heridos.