El sonido del cincel al labrar el mármol parece un céfiro que envuelve el espacio donde trabaja Dalila Martínez -de 38 años de edad-, la única mujer marmolera de la capital potosina que se dedica a grabar epitafios suntuosos, cortar piedra y vaciar cemento para crear lápidas que engalanen la última morada de los difuntos.
Para Dalila su oficio lo es todo, aprendió a esculpir la piedra a la edad de 19 años donde su curiosidad la llevaría a memorizar el trabajo de su esposo Bernardino Arriaga, labor que hoy ambos desempeñan a las afueras del icónico panteón El Saucito, ofreciendo sus servicios como escultores en mármol y cemento para crear edificaciones mortuorias.
Las manos de esta escultora empírica moldean cada letra de las palabras que rendirán honor y tributo a la memoria de los fallecidos. Dalila se concentra y fija su mirada en cada cincelada, donde evita a toda costa los errores. Su pulso es preciso y los golpes al cincel, son directos y sin miedo. Unas gafas cubren su joven rostro y su cabello expone el vestigio de las largas horas labrando la piedra, donde una nube blanca cubre en totalidad su presencia.
Cada frase y su tipografía -menciona Dalila-, tienen su grado de complejidad. Lo más difícil, cuidar la ortografía, porque ¿qué sería de un adiós, si la palabra que enmarca la tumba desdibuja el carácter humano de quien ya cruzó al otro lado? Dalila piensa en ello cada vez que mira el mármol.
“Grabar letras es un trabajo arduo, lo hago con gusto y para muchos talleres. Lo complicado siempre será la ortografía y acomodar las letras para que se vean bien, cualquier error es duplicar la cantidad de trabajo, volver a empezar. Siempre tengo presente qué se escribe sobre la piedra y no sobre un papel donde se puede borrar y volver a iniciar”, menciona.
Labrar epitafios le requiere un tiempo aproximado de una hora y media de trabajo sin descanso, y el costo de cada grabado tiene un precio de 1000 pesos ya terminado. Posterior a grabar la letra, Dalila las pinta de dorado o según el acabado que solicite el cliente, pues dice todo se debate entre la sobriedad y la ostentación.
El trabajo de Dalila es realizado de manera tradicional, pues dice es mucho más preciso y profesional el acabado, aunque sea más cansado. “Siempre me llamó la atención dedicarme a esto y al ver a mi esposo que grababa lápidas le pedí que me enseñara. Comencé trazando y luego grabé”.
Madre de dos hijos, esta trabajadora mujer al día puede llegar a realizar un total de cinco trabajos terminados, los cuales no sólo incluyen el labrado de inscripciones, sino también el vaciado de concreto, cortado del mármol y hasta la restauración de imágenes religiosas.
“Yo siento una gran satisfacción haciendo mi trabajo, pues es una labor honesta y me da la oportunidad de poder mantener a mis hijos y mi familia. Ser mujer y haber salido adelante en este ambiente que me ha enseñado de manera dura lo difícil de este trabajo, es mi mayor recompensa. Soy la única mujer que se dedica a este oficio en la capital y sé que con eso demuestro que las mujeres tenemos la capacidad de enfrentarnos a cualquier cosa y sobre todo lo importante para nosotras, es el hacer notorio lo bien de nuestra labor”.
La clientela en su mayoría desconoce el trabajo tan complejo que requiere grabar las letras de una lápida, no obstante, siempre quedan impresionados por la delicadeza y solemnidad con la que Dalila presenta su trabajo.
De las frases que ha grabado para sepulturas, Dalila remarca que han sido muchas pero la más recurrente es “Esta tumba guarda tu cuerpo, Dios tu alma y nosotros tu recuerdo”.
De todas ellas hay una que en estos 20 años de oficio ha marcado la memoria de esta grabadora de las letras, “La oración más significativa que me ha tocado realizar es la de “Gracias madre por la libertad que me diste”, me conmovió mucho y aún recuerdo que fue un señor quien me la pidió. Era corta a comparación de otras que he elaborado, pero su mensaje me puso a pensar en la libertad que una madre le puede otorgar a sus hijos para que hagan lo que les provoque felicidad”.
Dalila remarca que el ser mujer en un oficio dominado en su mayoría por hombres, le ha costado el doble de trabajo “Es complejo hacerse valer entre ellos, que me tomen en serio y respeten lo que hago, pero con el tiempo he sabido defender mi posición. A mi me gusta, amo mi trabajo por muy pesado y cansado que sea. A todo le entro, al grabado de letras, a la vaciada de concreto y, al cortado y labrado de mármol”.
Una mujer de mármol es lo que es Dalila, fuerte e imponente. Sus manos tienen el rastro de la fuerza del cincel y el mazo, es una artista que surca entre las letras y las palabras la memoria e historia de quien ya está ausente.
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