Después de dos años, los adoquines del Centro Histórico fueron otra vez espejo de la luz de esperanza, destino final de las lágrimas de dolor y base firme del lento andar de las cofradías cuyos integrantes cargaron sobre su espalda la fe, el amor y la tradición que representa la Procesión del Silencio en este Viernes Santo.
Capuchas, rebozos de seda, atuendos multicolores como símbolo de humildad, de luto, de dolor, rostros anónimos, hombres que sostienen sobre sus hombros pesadas plataformas de madera y cadenas en sus tobillos. El silencio roto por el paso firme, el latir frenético de los corazones y el golpe sincronizado sobre el cuero del tambor que marca el ritmo.
Todavía arden los adoquines tras soportar los rayos del sol todo el día. La temperatura de la piedra parece traspasar el calzado de los cófrades. Incluso algunos, descalzos, empiezan a tener llagas tras recorrer los primeros metros. Pero la fe todo lo vence, el cansancio, el dolor, el sufrimiento.
El lento andar ante miles de asistentes, en un silencio sepulcral por momentos, entre sollozos, rezos, miradas al piso, ese dolor de la crucifixión, de la muerte en la cruz, indescriptibles para los visitantes.
Todo empieza puntual, como siempre ha sido, desde que el clarinero avanza al templo del Carmen y toca tres veces la enorme puerta para iniciar el recorrido de monaguillos, nazarenitos, macarenas, charros, costaleros y guardias, en una noche cálida, limpia, cobijo de creyentes y remanso de esperanza, porque eso es lo que emana.
El sonido de la trompeta y la saeta, retumban en las canteras de museos, templos, kioskos y fachadas de inmuebles centenarios, pero transmite luto y dolor, al paso del Cristo Crucificado y la Virgen de los Dolores y de las 30 cofradías representantes de las diversas parroquias, cuyos cofrades portan colores alusivos.
El magno evento de la Semana Mayor en San Luis Potosí, volvió tras dos años de suspensión por la pandemia de Covid-19 y otra vez fue majestuoso, impresionante, como lo esperaban las miles de personas que formaron una valla durante su recorrido por las estrechas y dañadas calles del primer cuadro de la ciudad.
Tradiciones Potosinas, la asociación que organiza el evento, rentó todas las sillas que tenían disponibles los proveedores en la ciudad –se estima que fuero unas 5,000- para, a su vez, rentarlas a los asistentes a un costo de 150 pesos cada una en promedio, aunque las colocadas en la Plaza del Carmen, costaron un poco más.
Es la única procesión que se realiza de noche y así fue… mágica, mística, inolvidable, dolorosa; ha vuelto la procesión que nunca se fue, que siempre estuvo aquí, que la pandemia nos arrancó dos años pero ha vuelto con más fuerza, con más misticismo y que fortalece una fe que esperó mejores tiempos.
La pasión y muerte de Cristo convocó a funcionarios estatales, políticos de todos los partidos que en el día disimulan sus creencias y en la Procesión abren su corazón. El alcalde Enrique Galindo, el jefe policiaco Guzmar, los panistas discretos, los priistas arrepentidos y alguno que otro morenista perdido entre la multitud. Así es la Fe, así es la creencia, así es la voluntad que todo lo mueve.
Y si. Volvió la Procesión del Silencio, la Pasión y Muerte de Cristo.