El punto de encuentro fue a las tres de la tarde, en el Memorial a las Víctimas de Feminicidio. El piso se iluminó como un camino de fuego, uno donde decenas de mujeres comenzaron a detenerse y a juntarse.
Una mancha purpúrea comenzó agigantarse, eran ellas: las incómodas, las subversivas, las que luchan contra la violencia feminicida.
Así comenzó el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres en la capital, con consignas, protestas y rabia contra el apetito voraz de aquellos que agreden, violan y matan mujeres.
Ahí, bajo la escasa sombra llegaron también las madres , las hijas, mujeres autónomas, las enrriladas, cuidadoras , cabezas de familia, para iniciar la marcha.
Y como una red que se va entramando de manera sigilosa, comenzaron a manifestarse con un posicionamiento en el que expusieron la violencia vicaria, esa, que a Cesaly Loera le arrebató a su hija y que después de años de lucha pudo recuperarla.
Al cuarto para las cinco de la tarde avanzó el contingente, el altavoz resonó a lo largo de la Plaza de Armas, dónde se escuchó el reclamo de las mujeres que cuidan, alimentan y sustentan la vida de quienes a veces son olvidadas y olvidados por sus padres.
También estaban las familias laceradas, aquellas que ya no tienen a sus hijas, madres o hermanas. Quienes lloran sus muertes y cargan la cruz de quienes claman justicia.
Así continuaron la caminata, dónde el sol no cedía, cómo tampoco su valentía.
La batucada fue la guía de su protesta, así llegaron a la Fiscalía. Ahí el eco de algunas historias trajeron a la memoria a Karla, Lupita, Fernanda, Samanta, Chuyita, Odalis, Alejandra y a Mayra, todas ellas asesinadas.
La conmoción y el llanto se hicieron evidentes, porque en este punto el reclamo se convirtió en hartazgo, en desolación.
Poco después, la mpotencia se transformó en fuerza y todas las mujeres a quienes muchas veces llamaron "locas", rompieron el pacto con quienes las han silenciado , levantaron sus pancartas y siguieron marchando.
Las más jóvenes, las encapuchadas, las de mirada profunda y aguerrida llegaron a la máxima casa de "acoso"-como ahora le llaman a la universidad.
Ahí las posturas se dividieron, sin miramientos, unas dispuestas al reclamo otras tratando de impedirlo, sin embargo en el mismo espacio se reconocieron, cómo parte de un linaje de experiencias, cómo mujeres, cómo hermanas y compañeras.
Todas volvieron al punto de encuentro, sin concesiones ni diplomacias, sabiéndose temidas por estar organizadas.
Las acompañaron sus heridas, su conciencia transgresora y retadora, par dar fin a una marcha más no a la esperanza de seguir en pie de lucha.