- Colocan flores y mensajes para recordarlo
- A nadie convence versión de accidente
- Símbolo de la lucha contra la pirotecnia
“Miguelito”, el joven bóxer de color miel con blanco, estaba acostumbrado a los estruendos de los cohetes, que por el rumbo del Saucito son muy comunes la mayor parte del año, por las fiestas patronales de las comunidades aledañas, el panteón a donde acuden diariamente personas a despedir a sus seres queridos lanzando estos artefactos y por los pandilleros que se siguen peleando con petardos.
Tenía barrio. Sabía moverse en la calle, entre los coches, huyendo de los perros casi salvajes que acompañan las volantas que recogen la basura, de los puntapiés y agua caliente que le lanzan los asistentes a la Iglesia, los comerciantes de los puestos ambulantes ambulantes; pero también se dejaba querer por vecinos que le acercaban agua y comida, que le lanzaban un cartón para que durmiera y que incluso, le colocaban un paliacate para que “tirara rostro”.
Su corta vida se desarrolló, la mayor parte del tiempo, en la calle. Los vecinos del fraccionamiento San Angel Primera Sección, al norte de la ciudad, dicen al Sol de San Luis que era un perro muy doméstico para andar en la calle, no mordía, no ladraba, no seguía a los coches, motos y bicis, se la pasaba buscando comida, una sombra para descansar y de vez en cuando una noviecita, cuando se podía, no siempre.
Los primeros minutos del primero de enero, “Miguelito” deambulaba por la zona, patrullando sus terrenos, escapando de los maldosos que le lanzaban cohetes para asustarlo, pero tampoco huía despavorido, con pánico, simplemente aceleraba el paso y los veía por encima, con una actitud que traducida al idioma humano sería algo así como “¿por qué mejor esos cohetes no te los truenas en el ….?”. Y seguía su camino rumbo a un lugar seguro.
Apenas había pasado la caseta de la entrada a la colonia, cuando varios individuos trasnochados lanzaban cohetes de alta magnitud, al parecer denominados “garras de tigre”, desde la mitad de la calle hacia el barandal del Centro Comunitario Municipal. Las bombas caían y explotaban en la banqueta, que no tenía peatones.
El “Miguelito” se percató de lo que estaba ocurriendo, y tal vez, solo tal vez, identificó a los sujetos que lanzaban los cohetes, lo que llegó a interpretar como un juego, similar a ir por la pelota, la vara o el juguete y regresarlo a quien lo lanzó, al menos, es lo que dicen los que saben de animales, los que saben mucho de animales.
Cuentan los vecinos que seguramente ya no hubo manera de alejarlo del cohete, que le explotó y lo desfiguró, ocasionándole la inminente y trágica muerte.
Pero la versión de la Fiscalía respaldada en un video no convence. Dicen que está editado, que un perro no acude a una chispa y que por los estruendos de esa noche debió estar desconcertado y asustado. Insisten en la versión de que manos criminales, de alguna manera, lo mataron colocándole el explosivo en el hocico.
Por ello, esta mañana siguieron llegando flores y cartulinas al lugar donde cayó muerto “Miguelito”, para hacer evidente la solidaridad con la causa en contra del uso de la pirotecnia, que antes asustaba a los canes pero ahora los mata.