Traspasar las singulares puertas abatibles del bar El Radio, es casi como atravesar un portal al pasado; solamente faltaría escuchar la bulla de su otrora clientela: Maquinistas, fogoneros, garroteros, mecánicos y demás integrantes de las cuadrillas ferrocarrileras.
Aunque no hay certeza de su edad exacta, el Bar El Radio tiene alrededor de 120 años -quizá un poco más- casi a la par de la historia del ferrocarril que llegó en 1888 a San Luis Potosí, hoy añorando los días afortunados cuando el tren era sinónimo de bonanza para los establecimientos alrededor de su céntrica estación actualmente convertida en museo.
SOBREVIVIENTE ENTRE MUCHOS
El Radio perdura en su lugar de siempre: El callejón de la Perla -o La Perlita-, entre las calles 20 de Noviembre, Manuel José Othón y Los Bravo, a un costado del histórico edificio que ocupó el hotel Central -después llamado hotel Gioconda y, más adelante, Hospedería Jaliscience- cuyos huéspedes, en su mayoría usuarios del ferrocarril, seguramente no podían evitar ir a degustar ahí una copa antes de descansar.
Es también sobreviviente del circuito de bares, cantinas y antros sórdidos que germinaron alrededor de la estación ferroviaria potosina, pero que ya desaparecieron como La Lagunilla, La India Bonita, La Fama o El Nuevo Mundo, entre otros.
SALVADO DEL DECLIVE
Luis Alejandro Martínez, actual propietario, heredó de su padre el lugar y reconoce que le ha costado darle a El Radio el lugar que tiene en la historia de la capital potosina.
Durante un tiempo, confiesa, el bar mantuvo una muy mala fama. Hoy, está convertido en una cantina clásica, a la que se puede acudir sin mayor problema. “Digamos que aquí ya no entra cualquiera y hay un código de respeto; aquí no puedes venir a molestar a mis clientes…”.
Luis Alejandro lamenta la poca evidencia que hay de la historia de El Radio, pero recuerda que su padre -ya finado-, Gilberto Martínez, rescató el lugar cuando comenzó su decadencia con la desaparición de Ferrocarriles Nacionales de México -a mediados de la década de los noventa- lo que dio mortal puñalada al gremio ferroviario potosino, su principal clientela.
Gilberto llevaba al menos tres décadas como cantinero y, al poco del decido cierre del bar, convenció a la entonces dueña de cederle el lugar. La nueva administración le dio un nuevo respiro y comenzó la depuración de su clientela.
LOCACIÓN DE PELÍCULA
Entre algunos de sus parroquianos suele asegurarse que fue en El Radio donde, en alguna visita a esta capital, el cantautor Napoleón escribió “Pajarillo”, una de sus más emblemáticas canciones. Es lo que dicen.
Hay también otra leyenda urbana conocida por pocos: El poeta, pintor y cantautor español Joaquín Sabina estuvo en El Radio, a mediados de 2013, cuando por primera ocasión se presentó en la capital potosina; ahí -y literalmente desapercibido- bebió unos tequilas horas antes de su concierto.
De lo que sí hay evidencia es que el bar fue una de las locaciones de multipremiada película e, inclusive, algunos de sus empleados participaron como extras, con un pequeño papel en la trama.
Se trata de “La Delgada Línea Amarilla”, del cineasta Celso García que trajo a tierras potosinas a actores de la talla de Damián Alcázar, Joaquín Cossio, Silverio Palacios o Gustavo Sánchez, entre otros.
“PIEDRAS”, SANGRÍAS Y “MICHELADAS”
Parada obligada de quienes gustan participar en los recorridos de la “Visita a los Siete Bares” -una especie de imitación, sin burla, a la tradición viviente de la visita a los siete altares, en Semana Mayor-, El Radio es sinónimo de disfrutar de una cerveza bien fría, o de una copa de los más populares alcoholes, pero también es un lugar para aliviar los síntomas de la resaca, con su famosa “piedra” -compuesta por anís, tequila, amargo fernet, vermouth y un ingrediente secreto más-, o su popular sangría -otra mezcolanza de varios alcoholes- y, por supuesto, sus solicitadas “micheladas”.
Viajar al pasado es entonces posible cuando se entra a El Radio; sus paredes soportan más de un siglo de historia que quedó petrificada en ellas, en sus cuadros, en sus adornos, en su mobiliario, todo ello conservado deliberadamente por su actual propietario porque sabe que esa es, al final, la esencia del lugar.