En Palma de la Cruz, una pequeña comunidad del municipio de Soledad de Graciano Sánchez, la tradición y la memoria se mezclan con la temporada de Día de Muertos. Entre altares, velas y flores que honran a los ancestros, surge una bebida milenaria que evoca la vida después de la muerte: el atole de cempasúchil. Una preparación única que Yolanda Santillán, originaria de Enrique Estrada, ha rescatado y preservado con esmero.
La señora Yolanda lleva apenas cuatro años preparando este atole, una receta que llegó a sus manos a través de su hijo, quien en un evento comunitario le pidió que la preparara. “Fue él quien me consiguió la receta, la probamos, y desde entonces la hemos hecho para ocasiones especiales”, cuenta. Con la calidez que sólo tienen las abuelas que cocinan con amor, recuerda cómo la tradición culinaria le fue heredada por su madre y su abuela. “Ellas siempre me decían: ‘trae esto, mueve aquello’, y así aprendí”.
El atole de cempasúchil no es una bebida común en la región, pero su singularidad radica en el profundo simbolismo de la flor que le da vida. El cempasúchil, con su color dorado como el sol que guía a los difuntos, impregna de su esencia a la bebida. “La flor tiene un sabor como a hierbita, su aroma es fuerte, pero en el atole no se percibe tan intenso”, explica Yolanda. Sin embargo, su aroma es suficiente para evocar el recuerdo de los muertos, mientras el calor del atole reconforta a los vivos.
La receta es sencilla pero delicada. Por cada litro de atole, se utilizan cuatro flores frescas, escogidas cuidadosamente. “Deben ser grandes y recién cortadas, porque si están marchitas, ya no sirven”, señala Yolanda con la precisión que sólo la experiencia otorga. El proceso no toma más de media hora, dependiendo de la cantidad, y los ingredientes no son tan distintos a los de cualquier otro atole: almidón de maíz, leche, canela y piloncillo.
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Pero lo que diferencia a este atole es la presencia del cempasúchil, una flor que durante siglos ha adornado altares y ofrendas, y que ahora encuentra un nuevo propósito en la cocina de Yolanda. “Mucha gente no se anima a probarlo por el olor de la flor, pero cuando lo hacen, les gusta”, dice con una sonrisa. Aunque la bebida no es comercializada regularmente, en eventos como el Santolo, una festividad local, se ha llegado a vender en grandes cantidades. “Para un evento nos pidieron 40 litros, y la gente quedó encantada”.
El atole de cempasúchil es mucho más que una bebida, es una conexión viva con la tradición. En cada sorbo, se revive la historia de generaciones, el trabajo en familia y el respeto a las raíces. Como el cempasúchil que guía a las almas, este atole también se convierte en un puente entre lo antiguo y lo moderno, entre lo sagrado y lo cotidiano.
Mientras Yolanda sigue preparando su atole para la temporada, la flor del cempasúchil sigue contando su historia: una historia que habla de vida, muerte, y sobre todo, de la permanencia del espíritu a través de las tradiciones.