Esa mañana lluviosa en los campos del barrio de Tlaxcala, Bernabé Ávila Ramírez defendía férreamente su portería. Era el defensa central del Deportivo ASECAL (aseadores de calzado). De pronto, el carrilero contrario mando un centro templadito al área, y Bernabé lo midió, pensó en cortar el peligro de gol con un cabezazo pero recordó que el balón era de cuero y mojado, seguramente, al contacto, iba a caer desmayado. Se agachó y el esférico terminó en su portería.
“Ya te pareces al Muñiz, wey, así de malo eres”, le gritó el entrenador en alusión al defensa central del Atlético San Luis, equipo de Primera División de entonces, cuya calidad de juego no era muy buena y se hizo famoso precisamente por dejar pasar los balones cuidando su integridad. Desde entonces, a Bernabé se le conoce como “El Muñiz”.
Tiene “cincuenta y tantos” años aseando el calzado en el ala sur de la Plaza de Armas y ya hasta exige la escrituración de su pedacito.
Es el bolero más entrevistado en San Luis, ha contabilizado al menos 50 apariciones en medios de comunicación de todo tipo e incluso nacionales. Aparece en videos turísticos y todavía en las campañas electorales del año pasado, una candidata utilizó su imagen para un spot, sin su autorización. Con apenas siete años de edad, ya tenía trayectoria laboral. Había vendido gelatinas, paletas, hasta que su tío le fabricó un cajón de bolear.
Así, empezó en este oficio que le ha dado todo y en el que seguirá hasta el último trapazo. “Trabajaba en mi barrio, en Tlaxcala, hasta donde llegaban los del sindicato de boleros de la plaza de Armas para decomisarnos los cajones, con el argumento que éramos competencia desleal”.
“Veníamos a recogerlos a un lado de la tienda El Orfeón tras pagar una multa, que era ilegal; de tanto que venía, El Felipón y El Poncho, me dijeron que me quedara a trabajar, en 1970. Allá en el barrio boleaba puras botas con estiércol de los lecheros de Milpillas y acá, los zapatos estaban limpios. Me la pasaba todo el día trabajando hasta que Don Toño me dio chance de tener mi propio espacio y aquí sigo, desde hace cincuenta y tantos años”.
Aunque se trata de la misma zona, la plaza de Armas y el Palacio Municipal, el tipo de clientes es diferente. “En los arcos de palacio iban trabajadores de las tiendas, restaurantes y empleados municipales y acá en la parte sur de la plaza, vienen a bolearse políticos, gobernadores, periodistas y diputados. Aquí conocí a J. Carmen García, al Guacho Benavente, a muchos políticos de los que aprendí grandes cosas”.
“Al gobernador Carlos Jonguitud lo boleábamos en su despacho y era muy generoso con las propinas, a diferencia de Fernando Silva Nieto y Horacio Sánchez Unzueta que sólo pagaban lo de la boleada, no daban ni la hora; un diputado -panista-, Jaime Yáñez se me fue sin pagar”.
“El Muñiz” asegura que la clientela ha disminuido por varias razones: ya se usa mucho el tenis, antes había circulación en la plaza y la gente se bajaba del carro a bolearse o se metía los sábados al cine y dejaba la bolsa de zapatos; venían a hacer pagos al Palacio Municipal y trámites al Palacio de Gobierno; ahora, con la zona peatonal, ya nadie viene, prefieren irse a Tequis.
“Nosotros mantenemos la clientela de siempre, quienes saben que un calzado limpio refleja la personalidad, puedes traer un traje elegante y los zapatos sucios y no es lo mismo. Un calzado impecable, brillante, llama la atención, es el reflejo del alma, llama la atención, por eso prevalecerá por siempre que las personas vengan con nosotros para asear sus zapatos”.
Cuando empezó a ejercer el oficio, la boleada costaba 80 o 90 centavos. “Había un cliente de la joyería La Esmeralda que todos los días venía primero que nadie a bolearse conmigo. Me pagaba con un billete de peso y siempre me dejaba 10 centavos de propina. Un día, me pagó con un billete de 5 pesos, fuí por feria y le regresé sólo 4 pesos, acostumbrado a que siempre me dejaba los 10 centavos de propina. Tomó sus 4 billetes de a pesos y se fue. Jamás regresó conmigo porque me agandallé la propina que ese día no me había dado. Perdí un cliente por 10 centavos”.
Hoy la boleada cuesta 25 pesos, que no sirven para mucho en comparación al peso de entonces, que sí valía. El Covid-19 afectó gravemente el negocio. “Nosotros venimos aquí con frio, lluvia, calor, viento y Covid. Nunca dejamos de venir a pesar de que solo había una o dos boleadas.
Lo bueno fue que nos organizamos porque había compañeros que tenían que pagar renta de 250 pesos diarios al dueño de la silla que también se creía dueño del espacio. La pasada administración municipal nos ayudó y hoy cada quien es dueño de su silla y de su espacio y no paga nada de renta a nadie. Eso fue lo bueno que nos dejó la pandemia”.
“Queremos ver al alcalde Enrique Galindo porque en el ayuntamiento no nos han apoyado en nada, hemos mandado escritos, tenido reuniones y nada. Aquí somos víctimas de robos, nos abren la silla y se llevan los cepillos, las grasas, necesitamos un lugar donde guárdalas. Es nuestro equipo de trabajo, pero nadie nos atiende”.
El Muñiz está convencido de que se trata de un trabajo noble, “aquí no te haces rico pero alcanzas para lo básico, antes venía de domingo a domingo por todos los gastos que tenía, pero ahora estoy más relajado, hay que saber ahorrar para una emergencia, pero mientras tanto, aquí seguiremos chambeando…hasta el último trapazo”.