A 55 kilómetros –y más de una hora- separaban a Valles de este nacimiento de aguas tan cristalinas como frías; la situación cambió de unos cuantos años a la fecha a partir del asfaltado desde el crucero de “San Pedro de las Anonas” hasta "Tambaque”, sin necesidad de pasar por la cabecera municipal. Esta nueva travesía, hace que se pueda arribar al paraje en menos de 60 minutos, desde el norte por la carretera 85.
El lugar está cómodamente acondicionado con corredores elaborados en piedra, asadores, escalinatas y pequeñas represas, sombreadas todas por frondosos árboles de la región.
La corriente de agua limpia nace de unos metros arriba, allá en las pequeñas cascadas, en un sitio fresco y húmedo, ideal para acampar, tomar una siesta, usarlo de fondo para maravillosas fotografías, darse un chapuzón cargado de adrenalina y hasta para escalar.
En ese andar se encuentran dos peculiares plazas. Una de ellas: La del frijolillo, que toma su nombre por la gran cantidad de esa especie forestal empleada para muebles rústicos, cercas de terrenos y en los potreros para dar sombra.
El otro descanso se llama “Los moneques”, en referencia a la abundancia de un fruto también conocido como zapote negro, baya en forma de globo que puede consumirse fresca, en mermelada o en conserva.
Por su cercanía con la cabecera y la fácil accesibilidad en la actualidad, el nacimiento y balneario natural Tambaque es uno de los sitios preferidos no sólo por la gente del municipio al que pertenece (Aquismón), sino también por los visitantes de los alrededores, y de otros Estados, quienes arriban en familia sabedores que es un sitio apacible y adaptado para todas las edades.
MOLIENDA, CURTIDURÍA Y AHORA BALNEARIO
Casi un siglo atrás, se sembraba caña de azúcar en grandes cantidades en lugares cercanos como Santa Cruz y la transportaban en carretas -jaladas por bueyes- hasta la molienda, de lo que hoy solo existen restos de un chacuaco, que estaba junto al horno donde se hervía la miel; el molino funcionaba con una rueda con veletas que se movía por la presión del agua de Tambaque, transportada hasta este lugar por un canal conectado desde el nacimiento.
Según una investigación de Dulce María Palacios Rincón, eran los años de 1920 a 1935, cuando los alrededores del balneario constituían una selva virgen, sin viviendas a la orilla del río, solo a unos 200 metros existía el sitio de procesamiento, propiedad de Carlos De la Garza Cantú, un neolonés que en 1938 decidió entregar sus terrenos a raíz de un movimiento agrario que derivó en la expropiación de la hacienda.
Una década después empezó a poblarse el sitio, y el primero en llegar fue un curtidor de pieles: Hilario Reséndiz, originario de la sierra de Tanchanaco, quien canalizaba el agua de Tambaque hacia tres piletas donde añadía cal y cáscara del tallo de “humo” o guamúchil, para introducir el cuero y realizar el proceso de endurecimiento. En esos tiempos la gente para cruzar el río lo hacía caminando porque no existía el puente actual.
En 1950, tras un estiaje prolongado, el río quedó completamente seco, y la gente acudía al lugar a recolectar pescados enormes que estaban varados en las pequeñas pozas; fue tan prolongado el periodo de desecamiento, que donde antes hubo corriente llegaron a surgir arbustos en su interior. Los pobladores realizaron procesiones y rezos, y el 10 de mayo de 1951, comenzó una tempestad y al día siguiente el balneario estaba de nuevo lleno de agua.
Posterior a este acontecimiento fue necesario hacer el puente, construido con durmientes y fortalecido con palos cortados en la zona, después lo reforzaron con cables de acero restirados. Ya en la década de los ochentas, se reemplazó por el puente de concreto, y se construyó una pequeña represa en el balneario, además de un camino empedrado hacia el nacimiento.