/ domingo 2 de junio de 2019

Hojas de Papel Volando | Amado Nervo: "Nunca me dijiste que mayo fuese eterno"

En tono casi autobiográfico, relató en “El Bachiller” la vida de Felipe, un joven que decide hacerse sacerdote pero al conocer el placer del erotismo decide castrarse y evitar, así, la tentación


Amado Nervo no sólo era ese lánguido poeta de mirada triste y fragilidad física, de palidez ‘de cirio’ o mirada perdida en sí misma. No. Nervo era un personaje inquieto, activo, ferozmente productivo ya en verso, prosa, ensayo y, sobre todo, en periodismo. Fue un periodista en distintos medios impresos durante gran parte de su vida…

Y algunos de sus textos, lejos de sus poemas de ‘inquietante dulzura’ y de un ‘modernismo casi triunfal’, eran descriptivos de la vida de su tiempo y hasta con cierto morbo y lucidez erótica: eso era también el poeta ‘de la espiritualidad mística’ y el ‘poeta de masas’ de las letras mexicanas.

Muy joven comenzó a hacer periodismo. Incipiente empezó a escribir, por ejemplo, en El Correo de la Tarde, de Mazatlán. Ahí escribía pequeñas crónicas sobre los bailes populares o de salón que ocurrían en el lugar. Lo hacía en un estilo romántico, muy a tono con la época y firmaba como “Román” su primer seudónimo. Luego en El Nacional, en donde hizo crónicas de vida, ensayos y sobre teatro. Textos acerca de costumbres mexicanas con mucho humor: firmaba como “Rip-Rip”.

Más tarde, por 1894, ya en la Ciudad de México, escribió en “El Universal” y en El Imparcial; en El Mundo. En revistas literarias como la Revista Azul, de Manuel Gutiérrez Nájera, o cofundador de la Revista Moderna. Editor en El Mundo Cómico y luego director en 1898 de “El cómico”, una publicación graciosa y en donde publicó por entregas su tercera novela (1899) “El donador de almas”, que es ‘una fantasía, filosofía y humor’…

Aunque todavía estaban las resonancias de su primera novela. La había publicado en 1895. “El Bachiller”. Esta novela fue un escándalo por su tema extremadamente escandaloso para la época:

En tono casi autobiográfico relata la vida de Felipe, un joven de catorce años que decide hacerse sacerdote. Pero de pronto aparece en su vida Asunción, la hija del administrador de su padre. El conflicto ahí es entre carne y espíritu. Pero como el joven no puede resolver su dilema, al final decide castrarse y evitar, así, la tentación.

“Por lo audaz e imprevisto de su forma, y especialmente de su desenlace, ocasionó en América tal escándalo, que me sirvió grandemente para que me conocieran. Se me discutió con pasión, a veces con encono; pero se me discutió, que era lo esencial.”, dijo.

La segunda novela fue “Pascual Aguilera” 1899 en la que –según Almudena Mejías Alonso—“Hay en ella también escenas escabrosas y explicaciones excesivas de ciertas situaciones que al lector de la época (…) le sorprendieron desagradablemente”.

Amado Nervo o sea Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, nació en Tepic el 27 de agosto de 1870 –que por entonces era cantón militar de Jalisco, hoy es Nayarit--. A los nueve años queda huérfano de padre; su mamá decide trasladarse a Zamora, Michoacán. Ella era originaria de La Barca, Jalisco. Una vez ahí lo manda a estudiar a Jacona en 1883 al Colegio de San Luis, fundado por Antonio Plancarte y Labastida; permanece dos años y pasa al Seminario de Zamora…

Pero no era por el lado de la vocación sacerdotal que haría su vida futura, así que sale de ahí en 1891, cuando tiene 21 años. Poco después hace un tránsito regional para llegar a la ciudad de México en 1894 en donde conoce a Manuel Gutiérrez Nájera, José Juan Tablada, Luis G. Urbina…

Y comienza a publicar en periódicos diarios y en revistas literarias, como es el caso de la Revista Azul, que dirige Gutiérrez Nájera. Por entonces da a conocer sus primeros libros de poemas: “Perlas negras” y “Místicas”, que no son más que poesías que ya había publicado aquí o allá en distintos periódicos o revistas, pero que lo dan a conocer más como poeta que como prosista.

Ya para 1900 el periódico El Imparcial lo manda como su corresponsal a Europa. Tendrá que cubrir la Exposición Universal de París, pero se queda allá por varias razones: una de ellas es que conoce a Rubén Darío, de quien se hace gran amigo y quien tiene una enorme influencia en su obra poética, ya dentro del modernismo; pero sobre todo porque ahí conoce a la mujer que sería el gran amor de su vida: Ana Cecilia Luisa Dailliez; una relación que duró hasta 1912 a la muerte de ella y ante cuya tragedia él escribe “La amada inmóvil” una de sus obras maestras.

“Va a hacer un mes, un mes solamente, y, sin embargo, en esos treinta días, en esos treinta relámpagos, he llorado más lágrimas que estrellas visibles tiene la noche.

“Va a hacer un mes, y en esos treinta relámpagos he acumulado tal cantidad de dolor, que me parece que todos mis males pasados y que todos mis males posibles se dieron cita para invadir y llenar mi espíritu, a fin de que no quedase en él un solo hueco que no fuese angustia. (…)”

Enrique González Martínez y Amado Nervo en un estudio

En París produce gran parte de su obra poética, al mismo tiempo que hace exámenes para ingresar al Cuerpo Diplomático de México, lo que consigue porque fue nombrado segundo secretario de la Legación mexicana en Madrid en 1905, cargo en el que permanece hasta 1914 cuando el gobierno mexicano de Victoriano Huerta le avisa que nada, que eso ya se acabó; en contraste publica ese año “Serenidad” y más tarde “Elevación” en 1917.

Para 1918 el gobierno de Venustiano Carranza lo restablece en la diplomacia, enviándolo como ministro plenipotenciario a Argentina y Uruguay en donde despliega esa otra vocación renovada: la diplomacia, lo que sin duda influyó en la vida de su sobrino Luis Padilla Nervo, diplomático histórico, hijo de su hermana Ángela Nervo.

Pero el 24 de mayo muere en el Parque Hotel, de Montevideo, a causa de una enfermedad renal. Tenía 48 años. Y pocas veces como aquellos días la gente de Uruguay se volcó a las calles para acompañar el féretro de uno de los poetas mexicanos más populares, cuando la poesía era una forma de entenderse y cuando la poesía estaba en los libros y en la mente de muchos… Era una forma de comunicarse y de vivir.

Si bien su salida de Montevideo fue apoteótica otro tanto sería en México. Seis meses tardó en llegar a la capital del país el cuerpo de Amado Nervo. Y ahí lo estaba esperando una multitud mexicana que lo consideraba un ídolo, a su manera:

Foto: Cuartoscuro

Fue una tragedia nacional su fallecimiento. Lo es aún por estos días que se cumplen cien años de su deceso, una muerte a la que él le tenía pavor, lo dijo siempre. Un poeta archi-popular entonces, hoy francamente desconocido porque si bien ser recuerdan algunos de sus poemas más populares, el universo de su obra está intacto: su obra periodística, su obra ensayística y por supuesto la poética.

A muchos hoy eso de ‘la poesía’ y eso del ‘modernismo’ y la rima, la métrica y tal, la intensidad, la emoción, la técnica, pues simple y sencillamente les remonta a un tiempo de gente lánguida, tristona, enamorada y con la respiración contenida mientras se mira a las constelaciones desde una colina, bajo un árbol único y en soledad profunda… Eso es para muchos en México la poesía.

Pero Nervo hace periodismo y escribe con un lenguaje puro y al mismo tiempo sencillo. Sabe que sus lectores buscan encontrarse a sí mismos en sus crónicas y les hace su retrato, colorido o en blanco y negro, podía hacerlo porque escribir era su forma de entenderse él mismo… Ser periodista le dio, al mismo tiempo, la madurez para entenderse con el lenguaje y al mismo tiempo la cercanía con el lector, lo que consiguió tanto en su prosa como en su poesía.

Ser poeta era su vida. Fue su intimidad más profunda y expuesta. Escribir poesía le era indispensable. Así, hoy se le recuerda a los cien años. Mejor será leerle y continuar el camino iniciado con:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,

porque nunca me diste ni esperanza fallida,

ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;


porque veo al final de mi rudo camino

que yo fui el arquitecto de mi propio destino;


que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,

fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:

cuando planté rosales, coseché siempre rosas.


...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:

¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! …


Hallé sin duda largas las noches de mis penas;

mas no me prometiste tan sólo noches buenas;

y en cambio tuve algunas santamente serenas...


Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!



Amado Nervo no sólo era ese lánguido poeta de mirada triste y fragilidad física, de palidez ‘de cirio’ o mirada perdida en sí misma. No. Nervo era un personaje inquieto, activo, ferozmente productivo ya en verso, prosa, ensayo y, sobre todo, en periodismo. Fue un periodista en distintos medios impresos durante gran parte de su vida…

Y algunos de sus textos, lejos de sus poemas de ‘inquietante dulzura’ y de un ‘modernismo casi triunfal’, eran descriptivos de la vida de su tiempo y hasta con cierto morbo y lucidez erótica: eso era también el poeta ‘de la espiritualidad mística’ y el ‘poeta de masas’ de las letras mexicanas.

Muy joven comenzó a hacer periodismo. Incipiente empezó a escribir, por ejemplo, en El Correo de la Tarde, de Mazatlán. Ahí escribía pequeñas crónicas sobre los bailes populares o de salón que ocurrían en el lugar. Lo hacía en un estilo romántico, muy a tono con la época y firmaba como “Román” su primer seudónimo. Luego en El Nacional, en donde hizo crónicas de vida, ensayos y sobre teatro. Textos acerca de costumbres mexicanas con mucho humor: firmaba como “Rip-Rip”.

Más tarde, por 1894, ya en la Ciudad de México, escribió en “El Universal” y en El Imparcial; en El Mundo. En revistas literarias como la Revista Azul, de Manuel Gutiérrez Nájera, o cofundador de la Revista Moderna. Editor en El Mundo Cómico y luego director en 1898 de “El cómico”, una publicación graciosa y en donde publicó por entregas su tercera novela (1899) “El donador de almas”, que es ‘una fantasía, filosofía y humor’…

Aunque todavía estaban las resonancias de su primera novela. La había publicado en 1895. “El Bachiller”. Esta novela fue un escándalo por su tema extremadamente escandaloso para la época:

En tono casi autobiográfico relata la vida de Felipe, un joven de catorce años que decide hacerse sacerdote. Pero de pronto aparece en su vida Asunción, la hija del administrador de su padre. El conflicto ahí es entre carne y espíritu. Pero como el joven no puede resolver su dilema, al final decide castrarse y evitar, así, la tentación.

“Por lo audaz e imprevisto de su forma, y especialmente de su desenlace, ocasionó en América tal escándalo, que me sirvió grandemente para que me conocieran. Se me discutió con pasión, a veces con encono; pero se me discutió, que era lo esencial.”, dijo.

La segunda novela fue “Pascual Aguilera” 1899 en la que –según Almudena Mejías Alonso—“Hay en ella también escenas escabrosas y explicaciones excesivas de ciertas situaciones que al lector de la época (…) le sorprendieron desagradablemente”.

Amado Nervo o sea Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, nació en Tepic el 27 de agosto de 1870 –que por entonces era cantón militar de Jalisco, hoy es Nayarit--. A los nueve años queda huérfano de padre; su mamá decide trasladarse a Zamora, Michoacán. Ella era originaria de La Barca, Jalisco. Una vez ahí lo manda a estudiar a Jacona en 1883 al Colegio de San Luis, fundado por Antonio Plancarte y Labastida; permanece dos años y pasa al Seminario de Zamora…

Pero no era por el lado de la vocación sacerdotal que haría su vida futura, así que sale de ahí en 1891, cuando tiene 21 años. Poco después hace un tránsito regional para llegar a la ciudad de México en 1894 en donde conoce a Manuel Gutiérrez Nájera, José Juan Tablada, Luis G. Urbina…

Y comienza a publicar en periódicos diarios y en revistas literarias, como es el caso de la Revista Azul, que dirige Gutiérrez Nájera. Por entonces da a conocer sus primeros libros de poemas: “Perlas negras” y “Místicas”, que no son más que poesías que ya había publicado aquí o allá en distintos periódicos o revistas, pero que lo dan a conocer más como poeta que como prosista.

Ya para 1900 el periódico El Imparcial lo manda como su corresponsal a Europa. Tendrá que cubrir la Exposición Universal de París, pero se queda allá por varias razones: una de ellas es que conoce a Rubén Darío, de quien se hace gran amigo y quien tiene una enorme influencia en su obra poética, ya dentro del modernismo; pero sobre todo porque ahí conoce a la mujer que sería el gran amor de su vida: Ana Cecilia Luisa Dailliez; una relación que duró hasta 1912 a la muerte de ella y ante cuya tragedia él escribe “La amada inmóvil” una de sus obras maestras.

“Va a hacer un mes, un mes solamente, y, sin embargo, en esos treinta días, en esos treinta relámpagos, he llorado más lágrimas que estrellas visibles tiene la noche.

“Va a hacer un mes, y en esos treinta relámpagos he acumulado tal cantidad de dolor, que me parece que todos mis males pasados y que todos mis males posibles se dieron cita para invadir y llenar mi espíritu, a fin de que no quedase en él un solo hueco que no fuese angustia. (…)”

Enrique González Martínez y Amado Nervo en un estudio

En París produce gran parte de su obra poética, al mismo tiempo que hace exámenes para ingresar al Cuerpo Diplomático de México, lo que consigue porque fue nombrado segundo secretario de la Legación mexicana en Madrid en 1905, cargo en el que permanece hasta 1914 cuando el gobierno mexicano de Victoriano Huerta le avisa que nada, que eso ya se acabó; en contraste publica ese año “Serenidad” y más tarde “Elevación” en 1917.

Para 1918 el gobierno de Venustiano Carranza lo restablece en la diplomacia, enviándolo como ministro plenipotenciario a Argentina y Uruguay en donde despliega esa otra vocación renovada: la diplomacia, lo que sin duda influyó en la vida de su sobrino Luis Padilla Nervo, diplomático histórico, hijo de su hermana Ángela Nervo.

Pero el 24 de mayo muere en el Parque Hotel, de Montevideo, a causa de una enfermedad renal. Tenía 48 años. Y pocas veces como aquellos días la gente de Uruguay se volcó a las calles para acompañar el féretro de uno de los poetas mexicanos más populares, cuando la poesía era una forma de entenderse y cuando la poesía estaba en los libros y en la mente de muchos… Era una forma de comunicarse y de vivir.

Si bien su salida de Montevideo fue apoteótica otro tanto sería en México. Seis meses tardó en llegar a la capital del país el cuerpo de Amado Nervo. Y ahí lo estaba esperando una multitud mexicana que lo consideraba un ídolo, a su manera:

Foto: Cuartoscuro

Fue una tragedia nacional su fallecimiento. Lo es aún por estos días que se cumplen cien años de su deceso, una muerte a la que él le tenía pavor, lo dijo siempre. Un poeta archi-popular entonces, hoy francamente desconocido porque si bien ser recuerdan algunos de sus poemas más populares, el universo de su obra está intacto: su obra periodística, su obra ensayística y por supuesto la poética.

A muchos hoy eso de ‘la poesía’ y eso del ‘modernismo’ y la rima, la métrica y tal, la intensidad, la emoción, la técnica, pues simple y sencillamente les remonta a un tiempo de gente lánguida, tristona, enamorada y con la respiración contenida mientras se mira a las constelaciones desde una colina, bajo un árbol único y en soledad profunda… Eso es para muchos en México la poesía.

Pero Nervo hace periodismo y escribe con un lenguaje puro y al mismo tiempo sencillo. Sabe que sus lectores buscan encontrarse a sí mismos en sus crónicas y les hace su retrato, colorido o en blanco y negro, podía hacerlo porque escribir era su forma de entenderse él mismo… Ser periodista le dio, al mismo tiempo, la madurez para entenderse con el lenguaje y al mismo tiempo la cercanía con el lector, lo que consiguió tanto en su prosa como en su poesía.

Ser poeta era su vida. Fue su intimidad más profunda y expuesta. Escribir poesía le era indispensable. Así, hoy se le recuerda a los cien años. Mejor será leerle y continuar el camino iniciado con:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,

porque nunca me diste ni esperanza fallida,

ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;


porque veo al final de mi rudo camino

que yo fui el arquitecto de mi propio destino;


que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,

fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:

cuando planté rosales, coseché siempre rosas.


...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:

¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno! …


Hallé sin duda largas las noches de mis penas;

mas no me prometiste tan sólo noches buenas;

y en cambio tuve algunas santamente serenas...


Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!


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