En medio de circunstancias dolorosas, difíciles de resistir, desconcertantes, la palabra de Dios ofrece la referencia consoladora. “Mi señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir una palabra de aliento al abatido. Mi señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido. Tengo cerca a mi abogado”.
Jesús está frente a su enemigo, al traidor. Podría mostrar su poder, su fuerza, y sin embargo, sólo manifiesta que conoce la situación, por si el discípulo, al verse descubierto, cambia sus intenciones.
Al espiar los pasos de Judas, también podemos descubrir nuestras infidelidades, nuestros egoísmos, y al ver hasta dónde puede llegar la avaricia. Deberíamos reflexionar y pedir constantemente vernos libres de caer en la tentación, por pequeña que sea. Para el que ama, no hay parvedad de materia, y el que está endurecido lo justifica todo.
Es fácil caer en la trampa de juzgar a quien señalamos como traidor y echar sobre él todas nuestras debilidades, agrandando el magnicidio y el pecado del otro. Con frecuencia somos testigos del desenfado con que se critica la conducta de los demás, escarbando en las circunstancias más dolorosas y, al hacerlo, pretendemos quedar por encima, como si no nos salpicara el barro. La denuncia puede producir higiene social, pero la sociedad no mejora con sólo señalar los males.
Jesús pronuncia una de las expresiones más dramáticas: “Uno de vosotros me va a entregar”. Al preguntar por el culpable, no es alivio la respuesta que señala a otro, si al final se descubre que cada uno de los discípulos abandonó al maestro. La expresión de Jesús adquiere un sentido inclusivo. Yo puedo traicionar al señor. Sólo desde esta conciencia cabe por un lado dejar de mirar a los otros como posibles culpables, y por el otro, examinar la propia actitud y reaccionar adecuadamente.
En medio de tanta violencia interior, es posible seguir poniendo los ojos en quien ha comprometido su palabra de venir siempre a nuestro lado. “Miradlo los humildes, y alegraos, buscad al señor, y revivirá vuestro corazón. Que el señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos”.
Jesús guardaría en su interior la mirada de su padre, la palabra fiel por la que llegaría a decir: “Padre, glorifica a tu hijo”. “Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias”.
La liturgia de la palabra, al escoger textos con enseñanzas tan diferentes, que van de la traición, a la alabanza, intenta presentar el núcleo del misterio Pascual, muerte y vida, que nos disponemos celebrar a partir de mañana Jueves Santo.