/ jueves 15 de abril de 2021

Joaquina, la única escribiente del pasaje “La Alhóndiga”

Desde los 14 años de edad en el trabajo de su vida. Con la llegada de las computadoras y el internet el oficio se fue desvaneciendo.

Cada letra que traza sobre la hoja de papel, posee un sonido peculiar que se musicaliza a través del tecleo de la máquina de escribir de Joaquina Rodríguez Hernández de 47 años de edad, originaria del municipio de Ahualulco, y la última escribiente del pasaje “La Alhóndiga”.

Joaquina empezaría en este oficio -que se resiste a desaparecer-, a los 14 años de edad por curiosidad y necesidad. Al salir de la escuela, esta ahora dedicada amanuense aprendería a hacer de la mecanografía una forma de trabajo.

Cartas, oficios, edictos y memorándums, son algunos de los escritos que hoy después de más de 30 años de trabajo continúa realizando esta escribana de corazón.

“Yo llegué aquí al pasaje cuando era una adolescente, aprendí gracias a un familiar que ya contaba con un escritorio libre en esta área y me dijo que podía venir a ayudarle con el trabajo. Al principio lo tomé como un juego, era muy joven. Pero después fui aprendiendo poco a poco el oficio hasta que ya de manera definitiva se convirtió en mi trabajo de vida”.

En sus más de tres décadas de labor, Joaquina ha visto cómo la comunicación y el trabajo secretarial tradicional ha sido reemplazado por la tecnología y los avances en la comunicación. Ya no queda nada de lo que era el pasaje de los escribientes de la Alhóndiga, hoy sólo quedan dos escritorios, uno vacío y el de esta amanuense que se empeña en mantener vivo su trabajo.

“Con los años mis compañeras y compañeros se han ido retirando, ya no hay afluencia de clientela y es poca la gente que solicita nuestros servicios. Ya no vienen a escribir cartas como antes. Ya no existen las filas de personas deseosas en que les hiciéramos sus documentos escritos a máquina. Con la llegada del Covid-19, se fue mi último compañero de pasillo, ahora soy yo la única que permanece gracias a la clientela que me ha acompañado siempre”.

Joaquina es la única escribana que queda. Solitaria, con el eco de las teclas de su máquina de escribir que suenan a lo largo del pasillo, rememora las épocas de bonanza de su oficio.”Antes venía todo tipo de clientela, de pueblitos, personas de la tercera edad, abogados y oficinistas. Muchos buscaban nuestro servicio pues somos rápidos para la escritura a máquina, y mucha documentación era pedida en ese formato. Con la llegada de las computadoras y el internet todo se fue desvaneciendo”.

“Ya no vienen a pedirnos las pilas de papelería de algún despacho, ya no llega la gente a dictar sus cartas familiares que eran enviadas por correo, las personas se han olvidado de apoco de este trabajo”.

Hoy día Joaquina puede llegar a tener un máximo de tres trabajos solicitados, muchos de ellos por abogados y notarías públicas que ya la conocen y siguen -después de tantos años-, requiriendo de sus servicios.

“No es mucho lo que hago hoy día, suelo llevarme a casa 100 ó 120 pesos diarios, con algunos tres escritos para notaría. El costo de mis servicios dependerá de la cantidad de trabajo que me pidan, ya no se vive de esto como antes”.

Aunado a ello, la delincuencia ha sido un punto focal que ha repercutido para que los amanuenses o escribientes del pasaje la Alhóndiga se fueran retirando, así lo explica Joaquina mientras encadena su máquina de escribir al escritorio donde trabaja diariamente.

“Hay mucha delincuencia, nos han asaltado muchas veces, por eso tengo una cadena en mi escritorio. Llegan abren los cajones y se llevan todo. Así, qué ganas le queda a uno de venir a trabajar, sin máquina y con poca clientela”.

Sin embargo, esta persistente escribiente se encuentra agradecida porque en más de 30 años este oficio le ha brindado no sólo el poder superarse así misma y sacar a su familia adelante, sino también conocer infinidad de historias y personas.

“Es lo más bonito de mi trabajo, hacer amistad con tanta gente que me brinda trabajo. Si pudiera contar todo lo vivido aquí no acabaría, ha sido la experiencia más reconfortante de mi vida”.

De lunes a viernes, a Joaquina se le puede ver sentada a lo lejos en su escritorio, un sitio que durante casi un siglo vio desenvolverse a los escribientes en un oficio solicitado por muchos. Ella es el aura que enmarca el presente y el pasado, uno que se niega a ser olvidado, porque mientras Joaquina pueda teclear cada palabra desde su máquina, la historia de los amanuenses potosinos permanecerá presente.

Cada letra que traza sobre la hoja de papel, posee un sonido peculiar que se musicaliza a través del tecleo de la máquina de escribir de Joaquina Rodríguez Hernández de 47 años de edad, originaria del municipio de Ahualulco, y la última escribiente del pasaje “La Alhóndiga”.

Joaquina empezaría en este oficio -que se resiste a desaparecer-, a los 14 años de edad por curiosidad y necesidad. Al salir de la escuela, esta ahora dedicada amanuense aprendería a hacer de la mecanografía una forma de trabajo.

Cartas, oficios, edictos y memorándums, son algunos de los escritos que hoy después de más de 30 años de trabajo continúa realizando esta escribana de corazón.

“Yo llegué aquí al pasaje cuando era una adolescente, aprendí gracias a un familiar que ya contaba con un escritorio libre en esta área y me dijo que podía venir a ayudarle con el trabajo. Al principio lo tomé como un juego, era muy joven. Pero después fui aprendiendo poco a poco el oficio hasta que ya de manera definitiva se convirtió en mi trabajo de vida”.

En sus más de tres décadas de labor, Joaquina ha visto cómo la comunicación y el trabajo secretarial tradicional ha sido reemplazado por la tecnología y los avances en la comunicación. Ya no queda nada de lo que era el pasaje de los escribientes de la Alhóndiga, hoy sólo quedan dos escritorios, uno vacío y el de esta amanuense que se empeña en mantener vivo su trabajo.

“Con los años mis compañeras y compañeros se han ido retirando, ya no hay afluencia de clientela y es poca la gente que solicita nuestros servicios. Ya no vienen a escribir cartas como antes. Ya no existen las filas de personas deseosas en que les hiciéramos sus documentos escritos a máquina. Con la llegada del Covid-19, se fue mi último compañero de pasillo, ahora soy yo la única que permanece gracias a la clientela que me ha acompañado siempre”.

Joaquina es la única escribana que queda. Solitaria, con el eco de las teclas de su máquina de escribir que suenan a lo largo del pasillo, rememora las épocas de bonanza de su oficio.”Antes venía todo tipo de clientela, de pueblitos, personas de la tercera edad, abogados y oficinistas. Muchos buscaban nuestro servicio pues somos rápidos para la escritura a máquina, y mucha documentación era pedida en ese formato. Con la llegada de las computadoras y el internet todo se fue desvaneciendo”.

“Ya no vienen a pedirnos las pilas de papelería de algún despacho, ya no llega la gente a dictar sus cartas familiares que eran enviadas por correo, las personas se han olvidado de apoco de este trabajo”.

Hoy día Joaquina puede llegar a tener un máximo de tres trabajos solicitados, muchos de ellos por abogados y notarías públicas que ya la conocen y siguen -después de tantos años-, requiriendo de sus servicios.

“No es mucho lo que hago hoy día, suelo llevarme a casa 100 ó 120 pesos diarios, con algunos tres escritos para notaría. El costo de mis servicios dependerá de la cantidad de trabajo que me pidan, ya no se vive de esto como antes”.

Aunado a ello, la delincuencia ha sido un punto focal que ha repercutido para que los amanuenses o escribientes del pasaje la Alhóndiga se fueran retirando, así lo explica Joaquina mientras encadena su máquina de escribir al escritorio donde trabaja diariamente.

“Hay mucha delincuencia, nos han asaltado muchas veces, por eso tengo una cadena en mi escritorio. Llegan abren los cajones y se llevan todo. Así, qué ganas le queda a uno de venir a trabajar, sin máquina y con poca clientela”.

Sin embargo, esta persistente escribiente se encuentra agradecida porque en más de 30 años este oficio le ha brindado no sólo el poder superarse así misma y sacar a su familia adelante, sino también conocer infinidad de historias y personas.

“Es lo más bonito de mi trabajo, hacer amistad con tanta gente que me brinda trabajo. Si pudiera contar todo lo vivido aquí no acabaría, ha sido la experiencia más reconfortante de mi vida”.

De lunes a viernes, a Joaquina se le puede ver sentada a lo lejos en su escritorio, un sitio que durante casi un siglo vio desenvolverse a los escribientes en un oficio solicitado por muchos. Ella es el aura que enmarca el presente y el pasado, uno que se niega a ser olvidado, porque mientras Joaquina pueda teclear cada palabra desde su máquina, la historia de los amanuenses potosinos permanecerá presente.

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