En la arquitectónica Basílica-Santuario Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, se llevó a cabo la magna festividad de la Virgen María Madre de Dios, presidiendo la Misa con gran solemnidad, el Arzobispo Emérito de San Luis Potosí, Monseñor Jesús Carlos Cabrero Romero, quien pidió a todos los fieles ir de la mano de María Santísima durante todo este año que por la gracia y bendición de Dios comenzamos.
En su homilía, Monseñor Cabrero, acompañado del Rector y Párroco de la Basílica de Guadalupe, Canónigo Gabino Medina Portales y de los Vicarios parroquiales, dijo con evidente fervor Mariano que la solemnidad de Santa María Virgen como Madre de Dios, es la primera fiesta mariana que apareció en la Iglesia Occidental, dijo que su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación -el 1º de enero- del templo "Santa María Antigua" en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.
Señaló: “La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de "María, Madre de Dios" (Theotókos) que han sido encontradas en las catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la misa en tiempos de las persecuciones”.
“Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del Concilio de Éfeso (431), instituyó la fiesta mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este concilio, en el que se proclamó solemnemente a María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario -luego del Concilio Vaticano II- se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios”.
“De esta manera, esta fiesta mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empiezan el año pidiendo la protección de la Virgen María”.
“En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: "¿Entonces Dios tiene una Madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses". Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso -la ciudad donde la virgen pasó sus últimos años- e iluminados por el Espíritu Santo declararon: "La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios".
“Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
“Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: "Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer".
“La Virgen María Madre del Niño Dios, nos pide a todos decirle a Dios estas palabras que Ella misma pronunció: "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra", es una entrega generosa al amor de nuestro Padre amoroso”
“Es desde ese fiat, (“hágase en mí según Tu palabra”) que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado”.
“La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al niño Jesús, la segunda persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para Su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a Su Hijo Jesús”.
“Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida de Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el apóstol San Pablo: "Vivo yo, más no yo, es Cristo Quien vive en mí".