La sociedad moderna, propensa a la doble moral, sigue castigando la representación del cuerpo en su estado más natural, por supuesto, siempre y cuando este vaya en una normativa diferente a los cánones de belleza.
A pesar de las restricciones que pueden existir respecto al cuerpo desnudo, convivimos diariamente con la explotación y sexualización de este. La televisión, el cine, las redes sociales y en general las producciones audiovisuales tienen algo en común, censuran lo que no es rentable, es decir, todos aquellos desperfectos que sin más, forman parte de todos, pero que no encajan en los modelos.
Los y las artistas han tenido una íntima relación con la censura, pasando por los frescos de la Capilla Sixtina, los cuales fueron modificados al tapar con paños lo genitales de las figuras humanas en el siglo XV, hasta nuestros tiempos, en los que las cuentas de Instagram de algunos museos de Viena (Museo Albertina y Museo Leopold) han sido censuradas por la plataforma, al considerar su contenido "potencialmente pornográfico".
Dentro de la fotografía, la adversa relación entre la desnudez y el entorno social no es muy diferente, e incluso llega a confundirse con material de divulgación y explotación pornográfica, pues al representar al cuerpo tal como es, se carece de una perspectiva, y el propio sistema llega a utilizar esta para retribuciones monetarias.
Para sensibilizarnos con el trabajo del artista, su proceso creativo y la censura que existe a éste, hemos entrevistado a Astrid Chavarría, fotógrafa abstracta de desnudo, la cual ha participado en el Coloquio de Mujeres Fotógrafas de la Ciudad de México, y además expone en galerías móviles en varios estados del país.
Como muchos otros artistas, el trabajo de Astrid surgió como un ejercicio de autoexploración a los 16 años, en el que de manera casi magnética, sintió la necesidad de trabajar con la cámara analógica y experimentar con los espejos y los reflejos su cuerpo. Bajo sus propias palabras, este trabajo fue fundamental para la búsqueda de su identidad y también, el comienzo de su revolución sexual.
Para ella, la fotografía significó una herramienta de aceptación y de proveerse de calidez, “este cuerpo que habito es el que me permite hacer todo, y por eso lo amo y respeto”.
Fue así que comenzó a compartir su trabajo en redes sociales y espacios públicos, con lo que se topó con la censura, no sólo de estas, sino también de sus amigos y familia, que se mostraban descontentos de su trabajo.
“Las cuentas de Instagram me las cerraban, algunos miembros cercanos a mi círculo me amenazaban”, Astrid se enfrentó a reclamos de un sistema que aborrecía su libertad, la cual no servía para complacer los deseos de hombres, sino que para sí misma.
“Estas situaciones me destruyeron”, comenta, y expresa que fue difícil salir de esa dinámica, en la que la incongruencia del internet no cerraba cuentas en las que sí se denigraba a la mujer con la explícita exhibición de material de violencia, pero sí prohibía su arte.
De esta manera, ella y su trabajo se fueron adaptando a las plataformas y a su entorno social. Chavarría modificó la mirada de la fotografía y convirtió su arte en abstracto, fusionando su inquietud por la naturaleza, y así logró expresar una simbiosis entre los seres humanos y el entorno que nos rodea.
La sanación de su fotografía y de sí misma ha escalado, ahora defiende su trabajo, y sabe que un paso atrás significaría seguir alimentando un silencio patriarcal, en el que el cuerpo de la mujer y la desnudez sólo sirven en función de erotizar, con lo que no puede estar más en contra.
Astrid Chavarría invita a las y los artistas a irrumpir en los espacios, a confundir al público y aportar discusión al arte, mutilado por censura de algoritmos que no priorizan la aceptación y la libertad de ser, para ella, “la rabia a la censura” es un punto de transformación.