/ miércoles 7 de marzo de 2018

Nora Leticia Rocha, el vuelo de una saeta... la atleta campeona del Ejército mexicano

La saeta rubia entró a la pista de losJuegos Panamericanos de 1999 en Winnipeg, Canadá, sin serfavorita y con la edad en contra: 32 años. Para muchosvelocistas y fondistas profesionales, Nora Leticia Rocha de la Cruzera una atleta veterana. Para una mujer inquebrantable como ella,la edad es poca cosa comparada con el poder de su mente.

Antes de pararse en esa pista marrónpara desafiar la incredulidad de su resistencia y velocidadtreintañera, la saeta era ya una campeona. Un añoatrás, en 1998 y pasando los treinta años, la saeta deflequillo curvado en la frente logró un récord nacionalque la inmortaliza: con 4 minutos 11 segundos y 26 centésimas,Nora Leticia se puso al frente en los 1500 metros femenil, unaprueba desconocida para ella porque pocas veces la habíacorrido y su especialidad eran los 5,000 y 10,000 metros planos. Enveinte años, nadie más ha podido igualar esos 4 minutos11 segundos y 26 centésimas.

Ese mismo año, de la mano del expresidente Ernesto Zedillo, Nora Leticia Rocha recibió elPremio Nacional del Deporte. La saeta se ganó el derecho aobtener el máximo reconocimiento del deporte nacional por serdécima a nivel mundial en los 10 mil metros en Atenas,Grecia.

Por llevarse la presea de oro en los 10 milmetros planos en Winnipeg, Canadá y ocupar el cuarto lugar enla Copa Mundial de Atletismo en Johannesburgo, Sudáfrica, enla prueba de 5000 metros planos donde “sólo iba lamejor del continente” recuerda la saeta. Uno por prueba, elmejor de cada una; a ella le tocaría representar a Méxicoen cuatro ocasiones.

Es 1999 y en los Juegos Panamericanos deWinnipeg, Canadá, el reloj marca el banderizo de salida parala competencia de 10,000 metros planos. Aquí se va por todo onada. La saeta rubia aparece en la primera vuelta en el quintolugar, mientras en su casa materna en Monclova, Coahuila, hay unafiesta en su nombre. Se mezclan abrazos, las vivas y el revolotearde las gallinas.

El pelotón delantero se integra porcinco competidoras, allí va ella, la saeta de Monclova. Lacanadiense Connelly aparece en el primer lugar en la primeracurva.

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La mexicana aún está entre las cinco primeras. En elminuto 12 el bloque se fragmenta: tres atletas se adelantan algrupo. Ahora el tercer lugar es para la mexicana. Un minutodespués, la colombiana Stella Castro rebasa de casa, lacanadiense. Durante todo el tramo de esta curva lidera lacolombiana y la canadiense y la mexicana se han alejado. Conformeacaba la curva, la canadiense acelera y rebasa a la colombiana, lacuarta competidora empieza a incrementar el ritmo, se acerca a NoraLeticia. La emoción crece. El grupo puntero secierra.

Última vuelta. Nora Leticia ve a unacompetidora de Estados Unidos frente a ella. Es la velocistaRochelle Steele. La monclovense le sacó una vuelta completa ala mujer que, en los primeros minutos, estaba por delante deella.La saeta monclovense siente en su pecho el rebote de lamedalla de la Virgen de Guadalupe, a quien se encomendó antesde empezar la competencia. El cronómetro marca 32 minutos 56segundos para la ganadora, Nora Leticia Rocha de la Cruz, se llevala medalla de oro y obtiene un récord panamericano. La edad esun número.

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La Guadalupana

Diciembre de 1978 en Monclova. En la casade los Rocha de la Cruz la Virgen de Guadalupe tiene un espacioespecial en los corazones de la familia que confían en ella.Están convencidos desde siempre que sus problemas no se puedenresolver sin el auxilio de la Virgen morena.

Los secretos de Nora Leticia Rocha, unaniña nacida para triunfar, fueron confiados a la emperatrizguadalupana.

La saeta rubia era una niña tandelgada, que verla correr alteraba al más prudente. NoraLeticia tenía la imagen de una niña que no era: rica yfrágil. Su piel blanca y ojos entre azules y verdes, lahacían ver como la hija de una familia monclovense adineradaque se esmeraba por recortarse el flequillo a la altura de lascejas. La pequeña güera era de figura tan esbelta, quecualquiera asumiría que no podía cargar ni la mochila conla que todos los días llegaba a la Primaria Pública de ElChamizal, en Monclova, Coahuila.

Chayito fue la primera maestra deEducación física y deportes en acertar y equivocarse conlas cualidades de Nora Leticia Rocha. Con poco presupuesto, lamaestra se las ingenió para pintar con gis los carrilesimaginarios de una pista atlética, y anotaba en su libreta lasmejores habilidades de cada niño. Nora Leticia “estabaque se desbarataba de lo delgadita”, recuerda su mentora,pero vaya sorpresa se llevó el primer día que puso a lapequeña a entrenar para lanzar disco.

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Sin material didáctico para realizar los entrenamientos,Chayito instruyó a Nora Leticia a recorrer 500 metros trotandoy hacer giros para lanzar un disco que no tenía. En su lugar,la niña de once años sostenía con una sola mano unaresma de hojas blancas que pesaban más de dos kilos. La fuerzade la niña delgadita fue adquiriendo notoriedad con suscompañeros de la primaria, que miraban de cerca cómotrotaba, giraba y lanzaba un block de hojas cada vez más lejosde distancia, similar a los clavados que se aventaba en la acequiade su casa de barro con sus tres hermanos. La fuerza de NoraLeticia con el lanzamiento del montón de hojas blancas la hizollegar a eventos deportivos regionales y uno nacional enlanzamiento de disco.

Antes que Chayito o cualquier otro profesorla descartaran para correr por su extrema delgadez, Nora Leticia yale había soltado un par de lágrimas a la Virgenpreguntándose por qué le decían que no, cuando ellase sentía potente y capaz de superar su aparente inhabilidadpara el deporte. No había competido en una pista pero estabaconvencida de su vocación y quería intentarlo.

La niña Nora Leticia, cuyos ojosparecen dos lagos a media tarde, husmeaba en las navidades en losbasureros de colonias pudientes donde las mamás dejabanabandonados los juguetes decembrinos usados para reemplazarlos pornuevos, mientras ella sacaba de los escombros su primer muñecasin pelo y rayada.

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Llegando a la adolescencia, Nora Leticiacaminaba por la Plaza Juárez de Monclova cuando se enteróde la carrera tres kilómetros y que comenzaría la tardedel 12 de diciembre en honor a la Virgen de Guadalupe. Quien secoronara como ganador de la carrera, recibiría una copa doradade su tamaño. Entonces pensó en Cuca, su mamá,viéndola correr con el ceño fruncido y diciendo sin decirque “correr es cosa de huevones, que eso no dejanada”. Si Cuca supiera de su ilusión por competir, delas ganas que tiene ahorita por inscribirse a la carrera, seguro lediría que no, que eso es para la gente desocupada que no tienenada qué hacer, que en casa había que ayudarle con laventa de gorditas, tamales y empanadas.

Desobedecer a Cuca daba miedo, en cualquierépoca, a cualquier edad. “Me podía pegar con uncinto”, pensó Nora Leticia y el miedo a la reprimendamaterna la alejó por un instante de la caseta deinscripción.

Caminó dando vueltas a la manzana,revisando el letrero que anunciaba la carrera, volvió asonreír, a imaginarse veloz y en la meta recibiendo la copadorada. Nora Leticia tenía tantas ganas de correr y correr,que sacó de la cabeza a Cuca, el cinto y lo que viniera. Sicorrer era de gente desocupada, ella quería ocuparse enello.

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Se inscribió a la carrera con totalsigilo. Para entonces, Monclova estaba llena de luces de navidad encentros comerciales, tiendas de abarrotes y autoservicio.NoraLeticia esperó esa jornada con la misma ansiedad juvenil conla que desde niña aguardaba la clase de deportes donde cargarun block y correr 400 metros era el paraíso. Con su secretomejor guardado, vistiendo un pants viejo, una playera de teladelgada “de manguita” y un par de tenis polvorientos,se puso en el punto de partida. Arrodillada en posición felinaa punto de cazar, la niña de ojos azules ondeó su coletade caballo y cuando se dio el banderazo de salida, conoció laactividad que la haría feliz el resto de su vida.

— “Yo empecé a correr,correr y correr. Desde el arranque iba adelante, me despeguéde todo el grupo y me fui, me fui…”, rememoraemocionada.

Nora Leticia se fue, era cierto. Sealejó de la incomprensión del que le dijo no sirves parael deporte, salió corriendo a buscar el sí, encontróen esos pasos el convencimiento de que era capaz. Se fue y con ellase alejó el miedo de pensar en una mamá enojada listapara el castigo. Esa noche, Nora Leticia se fue, voló. Sedespidió de esa niña que desde la primaria escondiósu gusto por correr sin haber corrido. Se puso tenis y avanzócon la velocidad de una gacela perseguida por un león.Recordó las impertinencias de los incrédulos que desde laprimaria creían que su cuerpo delgado no resistía ni 200metros, ahora iba por tres kilómetros y no tenía ni sed,ni cansancio, ni calambres. Siguió erguida, a paso veloz,sola, completamente sola, se dio el lujo de mirar con el rabo delojo como cuando acompañaba a mamá a verla lavar ropaajena. No vaciló en pensar que era la primera, que nadiemás iba a su paso, que era la saeta que Cupido clavó enel corazón de los mortales. Cuando la imagen de cinco metrosde la Virgen de Guadalupe se impuso, la miró, se miraron, y elcorazón palpitó con fuerza. “Sentí unaemoción gigante” rememora Nora Leticia en el deportivomonclovense que lleva su nombre, 40 años después de haberganado la primera carrera Guadalupana.

La sargento de las medallas

Antes de que el sol se asome, Nora Leticiaha dejado a un lado el atuendo deportivo que desde hace tresdécadas se ha convertido en su piel: pants de algodónhasta los tobillos, tenis abultados del talón, y una sudaderaque cubre los brazos de las madrugadas heladas cuando lamayoría duerme y ella entrena atletas de alto rendimiento enel Ejército mexicano.

La sargento Rocha entra al Colegio Militarde Popotla, ubicado en la Calzada México-Tacuba, en punto delas seis de la mañana. Para entonces, algunos puestos vendentamales y atole muy caliente en la avenida, mientras lostranseúntes se frotan las manos. Adentro, la reja color verdemilitar deja ver una pista de 400 metros donde soldados pasancorriendo una, dos, tres, cuatro veces y sus cuerpos esbeltos dejanver el baile de sus pantalones a media pierna que se contonean alritmo de sus zancadas.

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En este ambiente castrense, Nora Leticia parece haber extraviadosu nombre. Aquí no se le conoce por la Saeta rubia, tampocopor el nombre compuesto que le puso Cuca al nacer. En elejército es “la sargento Rocha” y las letras delapellido van bordadas en la camisa verde militar que porta unaatleta de alto rendimiento.

Los brazos de la sargento Rocha permanecenrectos a la altura de los muslos mientras camina por la pista delcolegio militar recordando uno de sus logros deportivos trasconquistar la medalla de oro en los XIII Juegos Panamericanos 1999,realizados en Winnipeg, Canadá. Considerado el eventodeportivo más importante del continente, aquellosPanamericanos ubicaron a México entre los diez países conmás preseas deportivas. Esa victoria y sus otros grandeslogros propició la invitación más importante de sutrayectoria profesional: ser integrante de la Secretaría de laDefensa Nacional (Sedena).

Con seis medallas doradas, plateadas y debronce en su mano izquierda, Nora Leticia recuerda que llegando deCanadá a finales de los años 90, la vida le cambiópara siempre.

— Me invitaron a pertenecer alEjército Mexicano para representarlo en eventos nacionales einternacionales. Nunca lo dudé, pues correr es mipasión—, cuenta con la mirada fija en la pistaatlética destellando ese par de esmeraldas en la mirada quehacen juego con su uniforme militar.

— Siempre me gustó elejército, el uniforme y todo lo que conlleva portarlo—,expresa mientras observa sus botas, se mira de pies a cabeza hastatopar con las medallas que sostiene con orgullo en uno de suspuños.

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Rocha de la Cruz ingresó a las filascastrenses como soldado raso, la primera línea militar.Alcanzar los niveles siguientes fue de intenso sacrificio, similaral de haber dejado a su primera hija a cargo de su mamá paraformarse como atleta. Hoy, Rocha es sargento primero y está aseis meses de jubilarse de las filas militares.

Mucho ha pasado desde que la sargento Rochaescaló de soldado a la posición actual en la Sedena.Aunque le cuesta hablar de ella misma, la relevancia de su destrezadeportiva cobra notoriedad al pertenecer a una institucióncomo el Ejército mexicano, que hasta hace apenas onceaños decretó el principio de igualdad en las fuerzasarmadas tras siglos de excluir a las mujeres de sus filas. Hasta1938, las mujeres mexicanas que quisieran entrar al ejércitotenían como única posibilidad la Escuela Militar deEnfermeras, una profesión que de antemano asumía elcuidado del otro como una vocación exclusivamente femenina.Pasarían 35 años para que fuera posible el ingreso dealgunas mujeres en la Escuela Médico Militar y deOdontología.

Las cifras de participación femeninaen la Sedena muestran lo que conlleva para cualquier sargentoprimero, como Nora Leticia, portar ese uniforme militar con el quehoy camina con la espalda erguida por los pasillos del ColegioMilitar de Popotla. En albores de los años 90, cuandoaceptó la invitación de unirse al Ejército deMéxico para representarlo en eventos deportivos nacionales einternacionales, de 191 mil militares, sólo alrededor de seismil eran mujeres. Las mujeres soldado también eranminoría. Rocha fue una de las tres mil féminas con eserango, en una institución que en esa época contaba conmás de 60 mil soldados varones.

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Ganarse el respeto deportivo entrenandomilitares de alto rendimiento no era una cuestión de velocidady preseas: la Sedena parece no tener prisa en hacer que las mujeresconquisten posiciones jerárquicas de poder. Secretario deDefensa, general de división, general de brigada, generalbrigadier: más de 540 militares han desfilado por lasposiciones de mando más importantes del Ejército mexicanoen los últimos cincuenta años. Ninguna de esasjerarquías ha sido para una mujer.

Década y media colmaron a la sargentoRocha y al Ejército mexicano de gloria deportiva. Tras lograren muchas ocasiones los tres primeros lugares de los principaleseventos deportivos, la sargento Rocha hizo lo que sabe hacer desdeniña: correr como gacela, concentrarse como quien hacemeditación budista y tener disciplina de acero para entrenar,levantarse antes de las cinco de la mañana, comer sano yperseguir un sueño como una leona hambrienta detrás deuna presa. La atleta y sargento del Ejército mexicano, trajooro, plata y bronce, o viceversa, en los Juegos Centroamericanos ydel Caribe 1998, en Maracaibo, Venezuela; El Salvador, SanSalvador, en el 2002; y Cartagena, Colombia, en el 2006.También obtuvo preseas en los Juegos Panamericanos enWinnipeg, Canadá, 1999; Santo Domingo, RepúblicaDominicana en el 2003, y Río de Janeiro, Brasil, en el 2007:En el Campeonato Iberoamericano de Atletismo en Lisboa 1998 y enGuatemala 2002.

Veinte años ininterrumpidos dedicadosal atletismo, más de la mitad en el Ejército mexicano,tres posiciones jerárquicas alcanzadas en la Sedena.Comenzó siendo soldado con las cifras de participaciónfemenina en desventaja. Hoy a punto de terminar su carrera comoentrenadora de atletas de alto rendimiento, hay 17 mil sargentosvarones contra mil sargentos primero como ella.


La saeta rubia entró a la pista de losJuegos Panamericanos de 1999 en Winnipeg, Canadá, sin serfavorita y con la edad en contra: 32 años. Para muchosvelocistas y fondistas profesionales, Nora Leticia Rocha de la Cruzera una atleta veterana. Para una mujer inquebrantable como ella,la edad es poca cosa comparada con el poder de su mente.

Antes de pararse en esa pista marrónpara desafiar la incredulidad de su resistencia y velocidadtreintañera, la saeta era ya una campeona. Un añoatrás, en 1998 y pasando los treinta años, la saeta deflequillo curvado en la frente logró un récord nacionalque la inmortaliza: con 4 minutos 11 segundos y 26 centésimas,Nora Leticia se puso al frente en los 1500 metros femenil, unaprueba desconocida para ella porque pocas veces la habíacorrido y su especialidad eran los 5,000 y 10,000 metros planos. Enveinte años, nadie más ha podido igualar esos 4 minutos11 segundos y 26 centésimas.

Ese mismo año, de la mano del expresidente Ernesto Zedillo, Nora Leticia Rocha recibió elPremio Nacional del Deporte. La saeta se ganó el derecho aobtener el máximo reconocimiento del deporte nacional por serdécima a nivel mundial en los 10 mil metros en Atenas,Grecia.

Por llevarse la presea de oro en los 10 milmetros planos en Winnipeg, Canadá y ocupar el cuarto lugar enla Copa Mundial de Atletismo en Johannesburgo, Sudáfrica, enla prueba de 5000 metros planos donde “sólo iba lamejor del continente” recuerda la saeta. Uno por prueba, elmejor de cada una; a ella le tocaría representar a Méxicoen cuatro ocasiones.

Es 1999 y en los Juegos Panamericanos deWinnipeg, Canadá, el reloj marca el banderizo de salida parala competencia de 10,000 metros planos. Aquí se va por todo onada. La saeta rubia aparece en la primera vuelta en el quintolugar, mientras en su casa materna en Monclova, Coahuila, hay unafiesta en su nombre. Se mezclan abrazos, las vivas y el revolotearde las gallinas.

El pelotón delantero se integra porcinco competidoras, allí va ella, la saeta de Monclova. Lacanadiense Connelly aparece en el primer lugar en la primeracurva.

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La mexicana aún está entre las cinco primeras. En elminuto 12 el bloque se fragmenta: tres atletas se adelantan algrupo. Ahora el tercer lugar es para la mexicana. Un minutodespués, la colombiana Stella Castro rebasa de casa, lacanadiense. Durante todo el tramo de esta curva lidera lacolombiana y la canadiense y la mexicana se han alejado. Conformeacaba la curva, la canadiense acelera y rebasa a la colombiana, lacuarta competidora empieza a incrementar el ritmo, se acerca a NoraLeticia. La emoción crece. El grupo puntero secierra.

Última vuelta. Nora Leticia ve a unacompetidora de Estados Unidos frente a ella. Es la velocistaRochelle Steele. La monclovense le sacó una vuelta completa ala mujer que, en los primeros minutos, estaba por delante deella.La saeta monclovense siente en su pecho el rebote de lamedalla de la Virgen de Guadalupe, a quien se encomendó antesde empezar la competencia. El cronómetro marca 32 minutos 56segundos para la ganadora, Nora Leticia Rocha de la Cruz, se llevala medalla de oro y obtiene un récord panamericano. La edad esun número.

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La Guadalupana

Diciembre de 1978 en Monclova. En la casade los Rocha de la Cruz la Virgen de Guadalupe tiene un espacioespecial en los corazones de la familia que confían en ella.Están convencidos desde siempre que sus problemas no se puedenresolver sin el auxilio de la Virgen morena.

Los secretos de Nora Leticia Rocha, unaniña nacida para triunfar, fueron confiados a la emperatrizguadalupana.

La saeta rubia era una niña tandelgada, que verla correr alteraba al más prudente. NoraLeticia tenía la imagen de una niña que no era: rica yfrágil. Su piel blanca y ojos entre azules y verdes, lahacían ver como la hija de una familia monclovense adineradaque se esmeraba por recortarse el flequillo a la altura de lascejas. La pequeña güera era de figura tan esbelta, quecualquiera asumiría que no podía cargar ni la mochila conla que todos los días llegaba a la Primaria Pública de ElChamizal, en Monclova, Coahuila.

Chayito fue la primera maestra deEducación física y deportes en acertar y equivocarse conlas cualidades de Nora Leticia Rocha. Con poco presupuesto, lamaestra se las ingenió para pintar con gis los carrilesimaginarios de una pista atlética, y anotaba en su libreta lasmejores habilidades de cada niño. Nora Leticia “estabaque se desbarataba de lo delgadita”, recuerda su mentora,pero vaya sorpresa se llevó el primer día que puso a lapequeña a entrenar para lanzar disco.

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Sin material didáctico para realizar los entrenamientos,Chayito instruyó a Nora Leticia a recorrer 500 metros trotandoy hacer giros para lanzar un disco que no tenía. En su lugar,la niña de once años sostenía con una sola mano unaresma de hojas blancas que pesaban más de dos kilos. La fuerzade la niña delgadita fue adquiriendo notoriedad con suscompañeros de la primaria, que miraban de cerca cómotrotaba, giraba y lanzaba un block de hojas cada vez más lejosde distancia, similar a los clavados que se aventaba en la acequiade su casa de barro con sus tres hermanos. La fuerza de NoraLeticia con el lanzamiento del montón de hojas blancas la hizollegar a eventos deportivos regionales y uno nacional enlanzamiento de disco.

Antes que Chayito o cualquier otro profesorla descartaran para correr por su extrema delgadez, Nora Leticia yale había soltado un par de lágrimas a la Virgenpreguntándose por qué le decían que no, cuando ellase sentía potente y capaz de superar su aparente inhabilidadpara el deporte. No había competido en una pista pero estabaconvencida de su vocación y quería intentarlo.

La niña Nora Leticia, cuyos ojosparecen dos lagos a media tarde, husmeaba en las navidades en losbasureros de colonias pudientes donde las mamás dejabanabandonados los juguetes decembrinos usados para reemplazarlos pornuevos, mientras ella sacaba de los escombros su primer muñecasin pelo y rayada.

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Llegando a la adolescencia, Nora Leticiacaminaba por la Plaza Juárez de Monclova cuando se enteróde la carrera tres kilómetros y que comenzaría la tardedel 12 de diciembre en honor a la Virgen de Guadalupe. Quien secoronara como ganador de la carrera, recibiría una copa doradade su tamaño. Entonces pensó en Cuca, su mamá,viéndola correr con el ceño fruncido y diciendo sin decirque “correr es cosa de huevones, que eso no dejanada”. Si Cuca supiera de su ilusión por competir, delas ganas que tiene ahorita por inscribirse a la carrera, seguro lediría que no, que eso es para la gente desocupada que no tienenada qué hacer, que en casa había que ayudarle con laventa de gorditas, tamales y empanadas.

Desobedecer a Cuca daba miedo, en cualquierépoca, a cualquier edad. “Me podía pegar con uncinto”, pensó Nora Leticia y el miedo a la reprimendamaterna la alejó por un instante de la caseta deinscripción.

Caminó dando vueltas a la manzana,revisando el letrero que anunciaba la carrera, volvió asonreír, a imaginarse veloz y en la meta recibiendo la copadorada. Nora Leticia tenía tantas ganas de correr y correr,que sacó de la cabeza a Cuca, el cinto y lo que viniera. Sicorrer era de gente desocupada, ella quería ocuparse enello.

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Se inscribió a la carrera con totalsigilo. Para entonces, Monclova estaba llena de luces de navidad encentros comerciales, tiendas de abarrotes y autoservicio.NoraLeticia esperó esa jornada con la misma ansiedad juvenil conla que desde niña aguardaba la clase de deportes donde cargarun block y correr 400 metros era el paraíso. Con su secretomejor guardado, vistiendo un pants viejo, una playera de teladelgada “de manguita” y un par de tenis polvorientos,se puso en el punto de partida. Arrodillada en posición felinaa punto de cazar, la niña de ojos azules ondeó su coletade caballo y cuando se dio el banderazo de salida, conoció laactividad que la haría feliz el resto de su vida.

— “Yo empecé a correr,correr y correr. Desde el arranque iba adelante, me despeguéde todo el grupo y me fui, me fui…”, rememoraemocionada.

Nora Leticia se fue, era cierto. Sealejó de la incomprensión del que le dijo no sirves parael deporte, salió corriendo a buscar el sí, encontróen esos pasos el convencimiento de que era capaz. Se fue y con ellase alejó el miedo de pensar en una mamá enojada listapara el castigo. Esa noche, Nora Leticia se fue, voló. Sedespidió de esa niña que desde la primaria escondiósu gusto por correr sin haber corrido. Se puso tenis y avanzócon la velocidad de una gacela perseguida por un león.Recordó las impertinencias de los incrédulos que desde laprimaria creían que su cuerpo delgado no resistía ni 200metros, ahora iba por tres kilómetros y no tenía ni sed,ni cansancio, ni calambres. Siguió erguida, a paso veloz,sola, completamente sola, se dio el lujo de mirar con el rabo delojo como cuando acompañaba a mamá a verla lavar ropaajena. No vaciló en pensar que era la primera, que nadiemás iba a su paso, que era la saeta que Cupido clavó enel corazón de los mortales. Cuando la imagen de cinco metrosde la Virgen de Guadalupe se impuso, la miró, se miraron, y elcorazón palpitó con fuerza. “Sentí unaemoción gigante” rememora Nora Leticia en el deportivomonclovense que lleva su nombre, 40 años después de haberganado la primera carrera Guadalupana.

La sargento de las medallas

Antes de que el sol se asome, Nora Leticiaha dejado a un lado el atuendo deportivo que desde hace tresdécadas se ha convertido en su piel: pants de algodónhasta los tobillos, tenis abultados del talón, y una sudaderaque cubre los brazos de las madrugadas heladas cuando lamayoría duerme y ella entrena atletas de alto rendimiento enel Ejército mexicano.

La sargento Rocha entra al Colegio Militarde Popotla, ubicado en la Calzada México-Tacuba, en punto delas seis de la mañana. Para entonces, algunos puestos vendentamales y atole muy caliente en la avenida, mientras lostranseúntes se frotan las manos. Adentro, la reja color verdemilitar deja ver una pista de 400 metros donde soldados pasancorriendo una, dos, tres, cuatro veces y sus cuerpos esbeltos dejanver el baile de sus pantalones a media pierna que se contonean alritmo de sus zancadas.

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En este ambiente castrense, Nora Leticia parece haber extraviadosu nombre. Aquí no se le conoce por la Saeta rubia, tampocopor el nombre compuesto que le puso Cuca al nacer. En elejército es “la sargento Rocha” y las letras delapellido van bordadas en la camisa verde militar que porta unaatleta de alto rendimiento.

Los brazos de la sargento Rocha permanecenrectos a la altura de los muslos mientras camina por la pista delcolegio militar recordando uno de sus logros deportivos trasconquistar la medalla de oro en los XIII Juegos Panamericanos 1999,realizados en Winnipeg, Canadá. Considerado el eventodeportivo más importante del continente, aquellosPanamericanos ubicaron a México entre los diez países conmás preseas deportivas. Esa victoria y sus otros grandeslogros propició la invitación más importante de sutrayectoria profesional: ser integrante de la Secretaría de laDefensa Nacional (Sedena).

Con seis medallas doradas, plateadas y debronce en su mano izquierda, Nora Leticia recuerda que llegando deCanadá a finales de los años 90, la vida le cambiópara siempre.

— Me invitaron a pertenecer alEjército Mexicano para representarlo en eventos nacionales einternacionales. Nunca lo dudé, pues correr es mipasión—, cuenta con la mirada fija en la pistaatlética destellando ese par de esmeraldas en la mirada quehacen juego con su uniforme militar.

— Siempre me gustó elejército, el uniforme y todo lo que conlleva portarlo—,expresa mientras observa sus botas, se mira de pies a cabeza hastatopar con las medallas que sostiene con orgullo en uno de suspuños.

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Rocha de la Cruz ingresó a las filascastrenses como soldado raso, la primera línea militar.Alcanzar los niveles siguientes fue de intenso sacrificio, similaral de haber dejado a su primera hija a cargo de su mamá paraformarse como atleta. Hoy, Rocha es sargento primero y está aseis meses de jubilarse de las filas militares.

Mucho ha pasado desde que la sargento Rochaescaló de soldado a la posición actual en la Sedena.Aunque le cuesta hablar de ella misma, la relevancia de su destrezadeportiva cobra notoriedad al pertenecer a una institucióncomo el Ejército mexicano, que hasta hace apenas onceaños decretó el principio de igualdad en las fuerzasarmadas tras siglos de excluir a las mujeres de sus filas. Hasta1938, las mujeres mexicanas que quisieran entrar al ejércitotenían como única posibilidad la Escuela Militar deEnfermeras, una profesión que de antemano asumía elcuidado del otro como una vocación exclusivamente femenina.Pasarían 35 años para que fuera posible el ingreso dealgunas mujeres en la Escuela Médico Militar y deOdontología.

Las cifras de participación femeninaen la Sedena muestran lo que conlleva para cualquier sargentoprimero, como Nora Leticia, portar ese uniforme militar con el quehoy camina con la espalda erguida por los pasillos del ColegioMilitar de Popotla. En albores de los años 90, cuandoaceptó la invitación de unirse al Ejército deMéxico para representarlo en eventos deportivos nacionales einternacionales, de 191 mil militares, sólo alrededor de seismil eran mujeres. Las mujeres soldado también eranminoría. Rocha fue una de las tres mil féminas con eserango, en una institución que en esa época contaba conmás de 60 mil soldados varones.

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Ganarse el respeto deportivo entrenandomilitares de alto rendimiento no era una cuestión de velocidady preseas: la Sedena parece no tener prisa en hacer que las mujeresconquisten posiciones jerárquicas de poder. Secretario deDefensa, general de división, general de brigada, generalbrigadier: más de 540 militares han desfilado por lasposiciones de mando más importantes del Ejército mexicanoen los últimos cincuenta años. Ninguna de esasjerarquías ha sido para una mujer.

Década y media colmaron a la sargentoRocha y al Ejército mexicano de gloria deportiva. Tras lograren muchas ocasiones los tres primeros lugares de los principaleseventos deportivos, la sargento Rocha hizo lo que sabe hacer desdeniña: correr como gacela, concentrarse como quien hacemeditación budista y tener disciplina de acero para entrenar,levantarse antes de las cinco de la mañana, comer sano yperseguir un sueño como una leona hambrienta detrás deuna presa. La atleta y sargento del Ejército mexicano, trajooro, plata y bronce, o viceversa, en los Juegos Centroamericanos ydel Caribe 1998, en Maracaibo, Venezuela; El Salvador, SanSalvador, en el 2002; y Cartagena, Colombia, en el 2006.También obtuvo preseas en los Juegos Panamericanos enWinnipeg, Canadá, 1999; Santo Domingo, RepúblicaDominicana en el 2003, y Río de Janeiro, Brasil, en el 2007:En el Campeonato Iberoamericano de Atletismo en Lisboa 1998 y enGuatemala 2002.

Veinte años ininterrumpidos dedicadosal atletismo, más de la mitad en el Ejército mexicano,tres posiciones jerárquicas alcanzadas en la Sedena.Comenzó siendo soldado con las cifras de participaciónfemenina en desventaja. Hoy a punto de terminar su carrera comoentrenadora de atletas de alto rendimiento, hay 17 mil sargentosvarones contra mil sargentos primero como ella.


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