Rubén Orozco, artista de ya una larga e importante trayectoria proveniente de Guadalajara, Jalisco, ha dedicado su trabajo escultórico fielmente a una sola convicción: reinterpretar la realidad.
El método que más se le adecuó para dicho ejercicio fue a través de la expresión hiperrealista, corriente o tendencia artística que vio su nacimiento a finales de la década de los sesentas, y que intenta reflejar la realidad con la mayor exactitud posible.
Vendría bien desmenuzar esta palabra para adquirir un cercano entendimiento al trabajo de nuestro artista; el prefijo hiper- se refiere a algo sobre o por encima de, en este caso, de la palabra “realismo”, que a su vez se compone del sufijo –ismo (tendencia o doctrina) sobre la palabra “real”, que al mismo tiempo, esta proviene del latín realis, que significa relativo a la cosa.
Es curioso como esta palabra ha sido finamente elaborada, porque al final, lo que representa es una corriente artística que se basa en la reproducción fiel e igualmente elaborada de la realidad. Lo interesante aquí es cómo Orozco asume lo que es o lo que puede significarle la realidad con su obra.
Sin embargo, la reinterpretación puede ser una práctica que se queda corta con todo lo que realmente ocurre en el proceso creativo del escultor, pues sus piezas nos dan muestra leal de que él quiere rebasar los límites de una mera reproducción.
Para tener una mayor comprensión de la visión artística-sensible que tiene Orozco sobre la vida, debemos formular una especie de marco conceptual, y para dicho propósito se plantea en primer lugar la teoría creada por el filósofo griego Aristóteles, aquella que habla sobre la mimesis.
Así define y conceptualiza la obra del talentoso artista Rubén Orozco, el reconocido Gestor Cultural Daniel Ramírez, quien agrega: Pareciera que las manos de Rubén poseen más memoria que su propia memoria , y no es una vaga afirmación pues es perceptible la manera en que estas llevan a la praxis la teoría fundada por el griego.
Si bien es cierto que la palabra mimesis es escurridiza, vamos a entenderla, tal y como las manos de Rubén lo hacen, como aquel espejo del entorno tanto natural como social, sobretodo este último. Sería arriesgado asumir un matiz peyorativo como de una imitación o una mera copia de algo para este trabajo artístico, al final ¿de qué le serviría a un artista de semejante talla como la de Rubén imitar o copiar? La respuesta es contundente, de nada.
La mimesis trabajada por sus manos nos lleva a sentir algo más, a reconocernos como lo que somos, como seres humanos capaces de imaginar, repensar, deconstruir y reconstruir lo que nos rodea, por lo menos socioculturalmente hablando, desde nuestra percepción sensorial.
A lo largo de la historia, la mimesis ha sido motivo de problematización que es fascinante y confuso a la vez, pero que, desde su encarnación escultórica procreada por Rubén, nos dirige a encontrar una posible solución. Que su trabajo artístico sea motivo de cuestionarnos sobre qué es real, de hacernos la gran pregunta: ¿Qué es la verdad? Y de paso saber qué hacemos nosotros en la verdad.
Desde otra perspectiva que pone en tela de juicio el ejercicio fidedigno de la mimesis, Platón, otro de los grandes pensadores de la antigua Grecia, solía admirar la calidad estética de lo creado por artistas y poetas, pero no dejaba de adjudicarle el juicio de réplicas o imitaciones de la realidad, con tintes de superficialidad y de vulgar subjetividad.
En pocas palabras, el arte en general, decía Platón, no es más que sombra de la realidad y que solo provoca dar respuestas emocionales y no racionales ante el dilema producido por la existencia humana; es decir, que la mimesis, como parte del proceso creativo, solo crea bellas mentiras.
Rubén funge como moderador en este debate entre los dos pensadores, pero que con su arte demuestra una inclinación hacia la creencia fundada en que la mimesis es la apropiación y la resignificación de la realidad expresada con los más altos dotes sensibles y técnicos del artista, y debido a esto, nos hallamos en la posibilidad latente de agregar el segundo concepto en la formulación de nuestro marco: La catarsis.
El arte nos conmueve, nos comunica y nos hace sentir (vivos), y por eso es que existe, porque es necesario reencontrarnos con nuestro humanismo, y la emoción que suscita la escultura de Rubén es catártica.
Así como la palabra mimesis, la palabra catarsis se halla en dificultades para ser definida, pero gracias a la creación escultórica de nuestro artista en cuestión, logramos declarar que la catarsis funciona como una medicina para moderar o canalizar nuestras emociones. El arte es motivo para apasionarnos pero la catarsis dirigida a esta producción deja una sensación de despejo de la mente y del corazón permitiendo que tomemos decisiones más racionales de lo que queremos percibir del mundo exterior comenzando con el interior.
De esta manera, el argumento se ve enriquecido a favor de Aristóteles gracias al arte de Orozco que actualmente engalana nuestra realidad contemporánea. En resumidas cuentas, sus esculturas son el resultado de un proceso de observación, de cuestionamiento, de entendimiento, de apropiación y de resignificación de la realidad, y la catarsis asume un papel con el que acentúa el valor del arte hacia lo socioafectivo y emotivo, es decir, que esta “reproducción” escultórica hiperrealista nos lleve a sentirnos conmovidos tocando la fibra más sensible de la condición humana que producen las manos de longeva memoria de nuestro escultor jalisciense.