/ domingo 18 de agosto de 2024

Opinión | Meditación del Padre Nuestro: Danos hoy nuestro pan de cada día

Jesús conoce el secreto: no es nuestra industria, ni nuestra astucia, la que nos provee del pan de cada día, sino sólo Él, el Padre del cielo. Nosotros podemos arar y sembrar todo lo que queramos, pero los resultados de nuestro esfuerzo dependen únicamente de Dios. ¿Qué haríamos si Él no diese fertilidad a los campos ni nos mandara su lluvia?

Una vez, una catequista quiso explicar a sus alumnos el tema de la creación, y al ver que uno de éstos traía una hermosa manzana roja para comérsela a la hora del recreo, le preguntó:

-Andrés, ¿podrías ponerte de pie y decir a tus compañeros de dónde viene esa manzana?

Quería la maestra, por supuesto, hablar al grupo del Dios providente, pero ya no pudo, porque Andrés, que era un niño que se las daba de muy espabilado, respondió:

-¡De Wall-Mart, maestro!

¡No nos riamos! Hay muchos que, sin ser ya niños, piensan de idéntica manera. No son capaces de ir más allá: ellos se quedan en Wall-Mart.

Incluso hay quienes se declaran ateos, y sin embargo comen. Tres veces al día los puede uno ver engullendo todo tipo de cosas, pero cuando les preguntas acerca de Dios, te responden, llenos de dignidad:

-¡Por favor! ¡Esas son cosas del pasado!

Pero Jesús sabe: sabe, con el salmista, que si Dios no cuida la ciudad, en vano vigilan los centinelas (Salmo 127, 1). ¿De qué serviría inclinarnos y sudar sobre la tierra dura si la semilla no muriese para brotar después llena de vida y de fruto? Si tener pan fuese algo natural, algo que nos fuese debido, Jesús no nos habría enseñado a pedirlo.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Otra traducción dice: “Nuestro pan necesario, dánosle hoy”. En el fondo se trata de lo mismo. Una traducción no contradice a la otra. Hay que pedir cada día el pan de hoy. ¿Y por qué no de una vez también el de mañana? ¿Por qué no matar dos pájaros de un tiro?

Esta enseñanza de Jesús de pedir cada día únicamente el pan de hoy está en consonancia con lo que dijo un día a sus discípulos y a todos los que lo escuchaban en la falta de un cerro: “Por eso les digo: no se inquieten pensando qué van a comer o qué van a beber para subsistir, o con qué vestirán su cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Fíjense en las aves del cielo: ni siembran ni cosechan ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas? Así que no se inquieten diciendo: ‘¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?’. Estas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe el Padre celestial lo que necesitan. Busquen primero el reino de Dios y hacer su voluntad, y todo lo demás les vendrá por añadidura. No se angustien por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán” (Mateo 5, 25-26. 31-34).

¿Ha muerto un pájaro de hambre alguna vez? Podrá haber muerto de una pedrada, pero no de hambre, pues el Padre cuida de su vuelo y sus alas. ¿Por qué, entonces, nos preocupamos los hombres, puesto que valemos mucho más –así lo dijo Jesús: no es un invento nuestro- que todos los pájaros del mundo? El que se angustia de más por estas cosas es el verdadero ateo, porque desconfía de la bondad de su Dios.

En el siglo II de nuestra era, un maestro judío, rabí Eleazar, decía: “Quien tiene para comer hoy y, no obstante, se queja diciendo: ‘¿Qué comeré mañana?’, es un individuo de fe mezquina”.

Cuando Jesús fue acusado ante la multitud de violar el reposo sabático, respondió así a sus acusadores: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Juan 5, 17). ¿Qué quiso decir con ello? ¿Se trataba de un enigma o de un acertijo? ¡Nada de eso! Y quien más bellamente ha disertado sobre este versículo que a muchos parece oscuro es nada menos que San Agustín (354-430). ¡Ni siquiera los teólogos modernos han sido más claros que él! He aquí, pues, lo que dijo:

“El precepto del sábado fue dado a los judíos para prefigurar el descanso espiritual que Dios prometió a los fieles que hicieran buenas obras. Descanso que el Señor Jesucristo confirmó por el misterio de su sepultura. Porque el sábado es el día en que él reposó en la tumba cuando ya había realizado todas su obras.

“Unos pueden pensar que Dios descansó de crear varios tipos de criaturas porque seguidamente creó nuevas especies, pero no: en este séptimo día no ha dejado de gobernar el cielo, la tierra y todos los otros seres que había creado; si no, todo se habría hundido en la nada inmediatamente. Porque el poder del Creador, la fuerza del Todopoderoso, es la causa por la que subsiste toda criatura; el mundo no podría subsistir ni durante un simple abrir y cerrar de ojos si Dios le retirase su apoyo” (El Génesis en sentido literal 4, 11-13).

Sí, también Jesús, como Dios, descansó el sábado, pero en la tumba. ¡Había realizado ya la nueva creación, es decir, la redención! Sólo después de decir: “Todo ha sido consumado” (Juan 19 30) se durmió y descansó todo aquel sábado. Mas el domingo de Pascua todo sería nuevo…

Si Dios –decían los teólogos medievales, siguiendo a San Agustín- se olvidara de nosotros aunque sólo fuera un segundo, volveríamos en ese mismo segundo a la nada de lo que salimos. ¿Comes? Entonces Dios no se ha olvidado de ti. ¿Tienes algo que llevarte a la boca y por eso vives? Entonces Dios sigue trabajando…

Jesús conoce el secreto: no es nuestra industria, ni nuestra astucia, la que nos provee del pan de cada día, sino sólo Él, el Padre del cielo. Nosotros podemos arar y sembrar todo lo que queramos, pero los resultados de nuestro esfuerzo dependen únicamente de Dios. ¿Qué haríamos si Él no diese fertilidad a los campos ni nos mandara su lluvia?

Una vez, una catequista quiso explicar a sus alumnos el tema de la creación, y al ver que uno de éstos traía una hermosa manzana roja para comérsela a la hora del recreo, le preguntó:

-Andrés, ¿podrías ponerte de pie y decir a tus compañeros de dónde viene esa manzana?

Quería la maestra, por supuesto, hablar al grupo del Dios providente, pero ya no pudo, porque Andrés, que era un niño que se las daba de muy espabilado, respondió:

-¡De Wall-Mart, maestro!

¡No nos riamos! Hay muchos que, sin ser ya niños, piensan de idéntica manera. No son capaces de ir más allá: ellos se quedan en Wall-Mart.

Incluso hay quienes se declaran ateos, y sin embargo comen. Tres veces al día los puede uno ver engullendo todo tipo de cosas, pero cuando les preguntas acerca de Dios, te responden, llenos de dignidad:

-¡Por favor! ¡Esas son cosas del pasado!

Pero Jesús sabe: sabe, con el salmista, que si Dios no cuida la ciudad, en vano vigilan los centinelas (Salmo 127, 1). ¿De qué serviría inclinarnos y sudar sobre la tierra dura si la semilla no muriese para brotar después llena de vida y de fruto? Si tener pan fuese algo natural, algo que nos fuese debido, Jesús no nos habría enseñado a pedirlo.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Otra traducción dice: “Nuestro pan necesario, dánosle hoy”. En el fondo se trata de lo mismo. Una traducción no contradice a la otra. Hay que pedir cada día el pan de hoy. ¿Y por qué no de una vez también el de mañana? ¿Por qué no matar dos pájaros de un tiro?

Esta enseñanza de Jesús de pedir cada día únicamente el pan de hoy está en consonancia con lo que dijo un día a sus discípulos y a todos los que lo escuchaban en la falta de un cerro: “Por eso les digo: no se inquieten pensando qué van a comer o qué van a beber para subsistir, o con qué vestirán su cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Fíjense en las aves del cielo: ni siembran ni cosechan ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas? Así que no se inquieten diciendo: ‘¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?’. Estas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe el Padre celestial lo que necesitan. Busquen primero el reino de Dios y hacer su voluntad, y todo lo demás les vendrá por añadidura. No se angustien por el día de mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán” (Mateo 5, 25-26. 31-34).

¿Ha muerto un pájaro de hambre alguna vez? Podrá haber muerto de una pedrada, pero no de hambre, pues el Padre cuida de su vuelo y sus alas. ¿Por qué, entonces, nos preocupamos los hombres, puesto que valemos mucho más –así lo dijo Jesús: no es un invento nuestro- que todos los pájaros del mundo? El que se angustia de más por estas cosas es el verdadero ateo, porque desconfía de la bondad de su Dios.

En el siglo II de nuestra era, un maestro judío, rabí Eleazar, decía: “Quien tiene para comer hoy y, no obstante, se queja diciendo: ‘¿Qué comeré mañana?’, es un individuo de fe mezquina”.

Cuando Jesús fue acusado ante la multitud de violar el reposo sabático, respondió así a sus acusadores: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Juan 5, 17). ¿Qué quiso decir con ello? ¿Se trataba de un enigma o de un acertijo? ¡Nada de eso! Y quien más bellamente ha disertado sobre este versículo que a muchos parece oscuro es nada menos que San Agustín (354-430). ¡Ni siquiera los teólogos modernos han sido más claros que él! He aquí, pues, lo que dijo:

“El precepto del sábado fue dado a los judíos para prefigurar el descanso espiritual que Dios prometió a los fieles que hicieran buenas obras. Descanso que el Señor Jesucristo confirmó por el misterio de su sepultura. Porque el sábado es el día en que él reposó en la tumba cuando ya había realizado todas su obras.

“Unos pueden pensar que Dios descansó de crear varios tipos de criaturas porque seguidamente creó nuevas especies, pero no: en este séptimo día no ha dejado de gobernar el cielo, la tierra y todos los otros seres que había creado; si no, todo se habría hundido en la nada inmediatamente. Porque el poder del Creador, la fuerza del Todopoderoso, es la causa por la que subsiste toda criatura; el mundo no podría subsistir ni durante un simple abrir y cerrar de ojos si Dios le retirase su apoyo” (El Génesis en sentido literal 4, 11-13).

Sí, también Jesús, como Dios, descansó el sábado, pero en la tumba. ¡Había realizado ya la nueva creación, es decir, la redención! Sólo después de decir: “Todo ha sido consumado” (Juan 19 30) se durmió y descansó todo aquel sábado. Mas el domingo de Pascua todo sería nuevo…

Si Dios –decían los teólogos medievales, siguiendo a San Agustín- se olvidara de nosotros aunque sólo fuera un segundo, volveríamos en ese mismo segundo a la nada de lo que salimos. ¿Comes? Entonces Dios no se ha olvidado de ti. ¿Tienes algo que llevarte a la boca y por eso vives? Entonces Dios sigue trabajando…