/ viernes 11 de octubre de 2024

Opinión | La política para el bien común

La educación como herramienta de empoderamiento para niñas y mujeres

Estimadas y estimados lectores, el acceso a la educación es un derecho fundamental y uno de los pilares más sólidos para garantizar el empoderamiento de las niñas y mujeres en nuestro país. A través de la educación, no solo se promueve la equidad de género, sino que se proporciona a las mujeres las herramientas necesarias para romper ciclos de pobreza y dependencia económica, transformando sus vidas y contribuyendo al desarrollo económico y social del país.

A nivel global, las mujeres han enfrentado históricamente barreras para acceder a la educación. En México, aunque ha habido avances significativos, persisten brechas importantes que impiden que muchas niñas y mujeres alcancen su máximo potencial. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 49% de las mujeres mayores de 15 años no han concluido la educación media superior, lo que limita su acceso a oportunidades laborales bien remuneradas y, en muchos casos, perpetúa la pobreza intergeneracional.

Esta falta de acceso educativo no es solo una cuestión de desigualdad económica, sino también una barrera para el ejercicio pleno de sus derechos. En las comunidades más marginadas, especialmente en áreas rurales e indígenas, las niñas enfrentan mayores obstáculos, como la pobreza extrema, el trabajo infantil o el matrimonio temprano, que las alejan de las aulas. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) señala que en 2022, el 19.4% de las mujeres en zonas rurales no tenía acceso a la educación, una cifra alarmante que subraya la necesidad de políticas públicas focalizadas a este sector.

La educación, sin embargo, es la llave para superar estas dificultades. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), por cada año adicional de escolaridad que una niña recibe, su ingreso futuro puede aumentar entre un 10% y un 20%. Esto no solo impacta a nivel individual, sino que tiene efectos multiplicadores en sus familias y comunidades. Las mujeres educadas tienen una mayor capacidad para tomar decisiones informadas sobre su salud, su vida reproductiva y la educación de sus hijos, lo que contribuye a mejorar la calidad de vida de las futuras generaciones.

Además, la educación es un factor clave para reducir la dependencia económica. En un país como México, donde el 70% de las mujeres en edad laboral no participa activamente en la economía formal, es evidente que el rezago educativo se traduce en una falta de acceso a trabajos dignos. Las mujeres con mayor nivel educativo tienen más probabilidades de obtener empleos formales, con prestaciones y protección social, lo que les permite ganar independencia financiera y reducir su vulnerabilidad a la violencia y explotación.

Un claro ejemplo de esta relación entre educación y empoderamiento económico lo vemos en la creciente participación de las mujeres en profesiones tradicionalmente dominadas por hombres. Según datos de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS), el número de mujeres en carreras de ingeniería y tecnología ha aumentado en los últimos años, gracias a la promoción de políticas de inclusión educativa. Esto demuestra que, cuando se eliminan las barreras de acceso, las mujeres no solo contribuyen a la economía, sino que también se posicionan en sectores estratégicos que impulsan el desarrollo del país.

No obstante, para lograr un verdadero cambio, no basta con garantizar el acceso a la educación básica; es necesario que las políticas públicas se orienten a promover la continuidad educativa, especialmente en el nivel medio superior y superior, donde la deserción escolar es mayor entre las mujeres. Los programas de becas, así como los apoyos para madres jóvenes, son iniciativas que han demostrado ser efectivas para retener a las estudiantes en el sistema educativo. Un informe de la Secretaría de Educación Pública (SEP) de 2023 indica que las tasas de graduación entre mujeres aumentaron un 15% en los últimos cinco años gracias a este tipo de programas, aunque aún queda mucho por hacer.

La educación es una de las herramientas más poderosas para romper los ciclos de pobreza. Las niñas que logran completar su formación académica tienen más probabilidades de acceder a empleos bien remunerados, lo que les permite no solo mejorar su propia calidad de vida, sino también la de sus familias. Este efecto en cadena, que comienza con la educación, es esencial para construir una sociedad más justa y equitativa, donde las mujeres tengan las mismas oportunidades de desarrollo que los hombres.

Garantizar el acceso a una educación de calidad para las niñas y mujeres en México es una inversión a largo plazo en la igualdad de género y el desarrollo sostenible. Solo cuando todas las niñas tengan la oportunidad de aprender, podremos avanzar hacia un país donde la pobreza, la exclusión y la dependencia económica sean parte del pasado.

Muchas gracias por su atención y lectura. Sigámonos cuidándonos por favor. Nos leemos en quince días.

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