/ domingo 30 de junio de 2024

Opinión | Historias del Padre Mateo

El padre Mateo Crawley (1875-1960) fue un gran apóstol del Sagrado Corazón de Jesús: en su vida no hizo otra cosa que hablar de este corazón siempre incendiado o incendiado. Y cuando el padre Mateo murió en Valparaíso, donde por entonces residía, el secretario del Estado Vaticano escribió a los superiores de su Congregación el siguiente cable: “El Santo Padre está totalmente familiarizado con la misión que este infatigable apóstol llevó a cabo durante toda su vida: la difusión del culto del Sagrado Corazón. Por esto es consolador pensar que la triste pérdida que ha sufrido vuestra Congregación se compensa con la presencia en el cielo -como podemos creer- de un nuevo y poderoso protector”. Su labor, para decir lo ya, era conocida y apreciada en todo el mundo.

Pero pasemos a lo nuestro. Los libros del padre Mateo Crawley, al que hasta hace poco no conocía y al que ahora admiro, están llenas de historias: unas cáusticas, otras divertidas, pero todas edificantes. Y como son tan buenas, no me he resistido a la tentación de transcribir aquí por lo menos las que quepan.

1. “En una comunidad religiosa faltaba fervor, sobre todo en la Superiora. Ésta me dijo un día que habría querido hacer un hermoso triduo al Sagrado Corazón para obtener una gracia grande: muchas vocaciones con muchas dotes intelectuales… Pero yo le respondí que vocaciones tenía suficientes; que aceptaba predicar el triduo, pero para conseguir una sola cosa: que Nuestro Señor suscitase una santa en medio de ellas, comenzando por ella misma”.

2. “No hagáis, hermanas, como aquella monja que decía: ‘No quiero darle el meñique, porque sé que dándoselo, el Señor tomará los cinco dedos, y la mano, y todo lo demás”.

3. “Un sacerdote en punto de muerte, después de treinta años de ruda labor, estaba muy turbado, y su confesor trataba de consolarlo recordándole su predicación y sus buenas obras. El moribundo, entonces, respondió:

“-He trabajado mucho, ¡pero he amado tan poco!”.

4. “Un joven sacerdote me decía haber probado todo para re-cristianizar su parroquia, y no había conseguido resultado alguno. Le pregunté:

“-¿Ha probado ser un santo?

“-Eso, no.

“-Pues comience por eso”.

5. “Una hermanita un tanto soñadora quería hacer penitencia y solicitó de su superiora que le diera una disciplina: porque quería ser santa.

“A los pocos días, llegó al convento una hermana enferma de 75 años. Era una persona de mucho respeto y había trabajado mucho por la comunidad. La superiora llamó a la hermana de la disciplina y le dijo:

“-Usted ocupa la mejor pieza, pues tiene dos ventanas. ¿No la cedería usted a una buena hermana de edad avanzada?

“Respondió la joven:

“-¡También yo necesito aire para vivir!

“-Está bien. Devuélvame la disciplina y desocupe la pieza. ¡No entiende usted, no piensa que más vale refrenar la lengua y las palabras! ¡Cree, en cambio, que se pueden hacer milagros con una cadenita de hierro!”.

6. “No imitéis, hermanas, a aquella religiosa que por haber recibido un reproche de su Superiora, no le dirigió la palabra durante cinco años. Murió después, de repente. ¿Qué habremos de pensar de esta alma? Y, con todo, seguiremos diciendo a Jesús:

“-Te amo, Señor, con todo el corazón.

“¡Conciencia falsa! Si nos fuera dado oír a Nuestro Señor, oiríamos estas palabras:

“-Ve ante todo a decir a tu hermana que la amas; luego regresa a decirme que me amas a mí; de lo contrario, no te escucho.

7. “Haced como aquel sastre, que decía en todo momento: ‘Jesús, os amo; dadme almas’, y salvaba con ello más almas que los predicadores”.

8. “La santidad, hermanas, no es la disciplina ni el cilicio. Y si no os dedicáis a Dios como debéis, en vez de volveros locas de amor por el Sagrado Corazón, os volveréis locas, pero de otro modo”.

9. “Por mi parte, si en la hora de mi muerte, Él me dijese: ‘¡Has empujado demasiado a las almas hacia la confianza!’, yo le respondería: ‘¡Tú, oh Señor, me lo has enseñado!”.

10. En un convento, una hermana decía ver a la Santísima Trinidad. Habiendo oído el Papa que sacerdotes y hasta obispos iban a entrevistarla, envió a un religioso para ver de qué se trataba.

“La hermana fue llamada al locutorio y el religioso le preguntó.

“-¿Es usted la gran santa de la que hablan Roma y el mundo entero?

“-Sí, padre.

“-Puede usted retirarse, hermana. Con esto tengo”.

El padre Mateo Crawley (1875-1960) fue un gran apóstol del Sagrado Corazón de Jesús: en su vida no hizo otra cosa que hablar de este corazón siempre incendiado o incendiado. Y cuando el padre Mateo murió en Valparaíso, donde por entonces residía, el secretario del Estado Vaticano escribió a los superiores de su Congregación el siguiente cable: “El Santo Padre está totalmente familiarizado con la misión que este infatigable apóstol llevó a cabo durante toda su vida: la difusión del culto del Sagrado Corazón. Por esto es consolador pensar que la triste pérdida que ha sufrido vuestra Congregación se compensa con la presencia en el cielo -como podemos creer- de un nuevo y poderoso protector”. Su labor, para decir lo ya, era conocida y apreciada en todo el mundo.

Pero pasemos a lo nuestro. Los libros del padre Mateo Crawley, al que hasta hace poco no conocía y al que ahora admiro, están llenas de historias: unas cáusticas, otras divertidas, pero todas edificantes. Y como son tan buenas, no me he resistido a la tentación de transcribir aquí por lo menos las que quepan.

1. “En una comunidad religiosa faltaba fervor, sobre todo en la Superiora. Ésta me dijo un día que habría querido hacer un hermoso triduo al Sagrado Corazón para obtener una gracia grande: muchas vocaciones con muchas dotes intelectuales… Pero yo le respondí que vocaciones tenía suficientes; que aceptaba predicar el triduo, pero para conseguir una sola cosa: que Nuestro Señor suscitase una santa en medio de ellas, comenzando por ella misma”.

2. “No hagáis, hermanas, como aquella monja que decía: ‘No quiero darle el meñique, porque sé que dándoselo, el Señor tomará los cinco dedos, y la mano, y todo lo demás”.

3. “Un sacerdote en punto de muerte, después de treinta años de ruda labor, estaba muy turbado, y su confesor trataba de consolarlo recordándole su predicación y sus buenas obras. El moribundo, entonces, respondió:

“-He trabajado mucho, ¡pero he amado tan poco!”.

4. “Un joven sacerdote me decía haber probado todo para re-cristianizar su parroquia, y no había conseguido resultado alguno. Le pregunté:

“-¿Ha probado ser un santo?

“-Eso, no.

“-Pues comience por eso”.

5. “Una hermanita un tanto soñadora quería hacer penitencia y solicitó de su superiora que le diera una disciplina: porque quería ser santa.

“A los pocos días, llegó al convento una hermana enferma de 75 años. Era una persona de mucho respeto y había trabajado mucho por la comunidad. La superiora llamó a la hermana de la disciplina y le dijo:

“-Usted ocupa la mejor pieza, pues tiene dos ventanas. ¿No la cedería usted a una buena hermana de edad avanzada?

“Respondió la joven:

“-¡También yo necesito aire para vivir!

“-Está bien. Devuélvame la disciplina y desocupe la pieza. ¡No entiende usted, no piensa que más vale refrenar la lengua y las palabras! ¡Cree, en cambio, que se pueden hacer milagros con una cadenita de hierro!”.

6. “No imitéis, hermanas, a aquella religiosa que por haber recibido un reproche de su Superiora, no le dirigió la palabra durante cinco años. Murió después, de repente. ¿Qué habremos de pensar de esta alma? Y, con todo, seguiremos diciendo a Jesús:

“-Te amo, Señor, con todo el corazón.

“¡Conciencia falsa! Si nos fuera dado oír a Nuestro Señor, oiríamos estas palabras:

“-Ve ante todo a decir a tu hermana que la amas; luego regresa a decirme que me amas a mí; de lo contrario, no te escucho.

7. “Haced como aquel sastre, que decía en todo momento: ‘Jesús, os amo; dadme almas’, y salvaba con ello más almas que los predicadores”.

8. “La santidad, hermanas, no es la disciplina ni el cilicio. Y si no os dedicáis a Dios como debéis, en vez de volveros locas de amor por el Sagrado Corazón, os volveréis locas, pero de otro modo”.

9. “Por mi parte, si en la hora de mi muerte, Él me dijese: ‘¡Has empujado demasiado a las almas hacia la confianza!’, yo le respondería: ‘¡Tú, oh Señor, me lo has enseñado!”.

10. En un convento, una hermana decía ver a la Santísima Trinidad. Habiendo oído el Papa que sacerdotes y hasta obispos iban a entrevistarla, envió a un religioso para ver de qué se trataba.

“La hermana fue llamada al locutorio y el religioso le preguntó.

“-¿Es usted la gran santa de la que hablan Roma y el mundo entero?

“-Sí, padre.

“-Puede usted retirarse, hermana. Con esto tengo”.