Por Víctor Hugo Guel González
El Salmo 77 es un cántico que expresa una oración de angustia profunda, pero también su transición hacia la confianza en Dios. A través de esta lamentación personal, se nos muestra cómo incluso en los momentos más oscuros de nuestra vida, recordar las obras de Dios puede restaurar nuestra fe y esperanza.
El Salmo comienza con un clamor desesperado: "Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y él me escuchará" (v.1). El salmista describe su angustia como abrumadora, llegando al punto de que ni siquiera puede hablar o dormir (v.4). Es un sentimiento que muchos pueden reconocer: aquellos momentos en los que la desesperación parece demasiado pesada para soportar, cuando las palabras fallan y parece que no hay solución visible.
En estos versículos, el salmista nos enseña algo valioso: es válido y necesario traer nuestra angustia ante Dios. A veces, la tentación es retraerse o esconder nuestros problemas, pero este salmo nos muestra que Dios escucha nuestros clamores, incluso cuando parecen estar llenos de dudas y desesperanza.
Después de expresar su angustia, el salmista pasa a una segunda etapa crucial: la reflexión. "Me acordé de los días antiguos; meditaba en todas tus obras; reflexionaba en las obras de tus manos" (v.11-12). En medio de su angustia, el salmista decide recordar las grandes obras que Dios ha hecho en el pasado. Esta acción es transformadora. Mientras reflexiona en la fidelidad y poder de Dios, su perspectiva cambia.
Esta es una enseñanza vital para aquellos que atraviesan tiempos de sufrimiento: al meditar en cómo Dios ha sido fiel en el pasado, encontramos la fuerza para enfrentar el presente. Los recuerdos de las intervenciones divinas anteriores pueden ser el ancla que nos sostiene en medio de la tormenta.
El Salmo concluye con una reafirmación de la grandeza de Dios. "Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder" (v.14). Aquí, el salmista reconoce que, aunque no pueda ver una solución inmediata a sus problemas, sabe que Dios sigue siendo poderoso y misericordioso. Este reconocimiento de la soberanía de Dios es clave para su restauración espiritual.
El recordatorio de cómo Dios redimió a su pueblo en el pasado, como en la historia del éxodo (v.16-19), refuerza la confianza del salmista. Si Dios pudo salvar a Israel de la esclavitud, ¿no podría también intervenir en sus circunstancias? Esta confianza en la capacidad redentora de Dios lleva al salmista de la desesperación a la paz.
La circunstancia descrita en este Salmo es profundamente humana. Pasamos por momentos de angustia en los que parece que Dios está distante, pero el llamado es a seguir clamando a Él, a recordar sus obras y a confiar en su poder.
En última instancia, este salmo nos recuerda que no importa cuán oscuros sean nuestros momentos de angustia, Dios está presente. Él escucha nuestros lamentos, y al meditar en su fidelidad, podemos movernos de la desesperación a la confianza en su amor inmutable.