El dilema de las Riquezas
Lucas 12:15-21
Por Víctor Hugo Guel González
En Lucas 12:15-21, Jesús nos presenta una advertencia clara sobre las riquezas y el materialismo. Dice: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). Estas palabras son especialmente relevantes en una sociedad donde la prosperidad material se valora como el principal indicador de éxito. A través de la parábola del rico insensato, Jesús nos invita a definir nuestras prioridades y a considerar qué es lo importante en la vida.
La historia que Jesús relata es la de un hombre próspero que, al ver que sus cosechas eran abundantes, decide derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar sus bienes. Después de haber asegurado su riqueza, el hombre se dice a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” (v. 19). Sin embargo, Dios le dice: “¡Necio! Esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (v. 20). En un solo momento, toda la confianza del hombre en sus riquezas se desmorona. No había previsto lo más importante: su relación con Dios y su preparación para la eternidad.
La advertencia de Jesús comienza con un llamado a guardarse de la avaricia. La avaricia no sólo se refiere al deseo excesivo de más bienes, sino también a la falsa seguridad que encontramos en lo material. El hombre rico en la parábola pensaba que su vida estaría segura porque había acumulado muchos bienes, pero ignoraba que la vida es frágil y temporal.
Jesús señala que la vida de una persona no se mide por la cantidad de posesiones que tiene. Esta es una enseñanza contracultural, ya que a menudo se cree que cuanto más tenemos, mejor vivimos. Sin embargo, Cristo nos recuerda que la verdadera riqueza no radica en lo material, sino en lo espiritual. La vida plena se encuentra en nuestra relación con Dios, no en la acumulación de cosas temporales.
Al final de la parábola, Jesús concluye con una advertencia: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (v. 21). La riqueza para con Dios se refiere a la vida espiritual, a la fe, al amor, y a las buenas obras que reflejan un corazón transformado. En contraste con el hombre insensato, ser rico para con Dios significa vivir con una perspectiva eterna, donde nuestras acciones y decisiones están guiadas por el deseo de agradar a Dios y cumplir su voluntad.
En nuestra sociedad, donde el éxito se mide por logros y bienes, las palabras de Jesús son un recordatorio urgente de que debemos buscar primero el reino de Dios. La avaricia no solo nos aleja de una relación correcta con Dios, sino que también puede robarnos el gozo, la paz y el propósito que vienen de una vida centrada en Él. Las riquezas, por sí solas, no nos garantizan la felicidad ni la vida eterna.
El llamado de Jesús es claro: debemos ser ricos para con Dios, poniendo nuestra confianza no en los bienes temporales, sino en la vida eterna que solo Él puede ofrecer.