Omar Carreón Abud
No lo olvidemos. Vivimos en un mundo profundamente dividido entre los que producen la riqueza y los que se quedan con ella. Para apropiarse de la riqueza que producen otros se necesita obligadamente que exista una enorme masa de seres humanos que no posean ningún instrumento ni materia prima que sirva para producir y que estén, por tanto, obligados a venderse a sí mismos, si no de una vez por todas, sí por jornada, por semana o mes, que tengan que vender, pues, su fuerza de trabajo. Esa fuerza de trabajo se vende por lo que vale, es decir, por la suma de lo que cuesta mantenerla y reproducirla, pero no se vende nunca por un equivalente de lo que produce, pues produce más, mucho más, y ahí está el negocio, ahí está el secreto de las inmensas ganancias, de las insólitas e insultantes fortunas.
Para que el cuadro de los que producen la riqueza y los que se quedan con ella quede completo, hay que decir que los distinguidos beneficiarios necesitan permanentemente materias primas para transformarlas en productos terminados y necesitan también de manera constante, grandes masas de compradores de las mercancías que producen para que los artículos terminados se transformen en dinero y puedan hacer realidad sus ganancias; de nada les servirá si no las venden, por ejemplo, un millón de latas de cerveza o dos millones de trusas pues no producen para emborracharse ni para lucir el físico, producen para obtener inmensas utilidades.
Ahora bien, está claro que la naturaleza no produce seres humanos que monopolicen las materias primas y los medios de producción, ni produce tampoco seres desposeídos totalmente de ellos, eso lo produce solamente la sociedad mediante un largo proceso histórico en el cual, desde su inicio hasta la época actual, está férreamente involucrada la fuerza, el pillaje y la violencia. Las guerras de conquista de esclavos y de tierras son ya conocidas, y la sujeción de hombres, mujeres y niños a la tierra de un gran señor son, también, muy conocidas y han llegado a provocar grandes revoluciones en el mundo y, más recientemente, el abastecimiento permanente y en grandes cantidades de materias primas cercanas y lejanas, así como el aseguramiento de mercados exclusivos para vender los productos terminados, ha causado grandes matanzas coloniales en todo el mundo.
¿Por qué ahora la tragedia reciente del pueblo palestino (y también la persecución y matanza de judíos durante la Segunda Guerra Mundial) habría de requerir una explicación diferente? Han sido los que se apropian brutalmente de recursos naturales, materias primas y mercados los que han causado la Primera Guerra Mundial y, como consecuencia de ella, la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, la matanza de seis millones de judíos y de 27 millones de habitantes de los pueblos de la Unión Soviética. Han sido los grandes capitales del mundo los que han empujado a los trabajadores judíos a marcharse a vivir a territorios tradicionalmente habitados por árabes, han sido ellos los que han organizado y pagado sangrientas conquistas territoriales para expulsar a los árabes y son ellos los que se han opuesto a que convivan en paz y armonía.
Los judíos, los musulmanes, los cristianos y los católicos, los hombres y las mujeres que viven de su trabajo, no son enemigos ni pretenden exterminarse unos a otros, antes bien, se ayudan y colaboran todos los días durante toda su vida productiva. Basta recordar, para comprobarlo y convencerse de que esto es absolutamente cierto, la existencia de poderosas factorías en Washington, Chicago y Dallas, en Estados Unidos, y en Londres, París y Berlín, en Europa, en donde a los representantes de los potentados no les interesa indagar la religión de los solicitantes de empleo para acomodarlos en la rápida y eficiente línea de producción, ahí la coordinación y la armonía son indispensables y, por tanto, sorprendentes. Así conviene al capital.
¿Por qué entonces los trabajadores palestinos y los israelitas no pueden tener sus propios Estados y vivir en paz como buenos vecinos? Porque a sus amos capitalistas no les conviene. ¿No fueron los oligarcas ingleses y norteamericanos de origen judío los que empezaron a divulgar, a organizar y a financiar entre los judíos dispersos por Europa la idea de volver a Sion y vivir eternamente felices? ¿No fueron ellos los que organizaron, pagaron y armaron a las primeras colonias judías que se establecieron en tierras pobladas por árabes y palestinos? ¿No son ellos los que pagan y levantan de un día para otro grandes unidades habitacionales en tierras que se reconocen legalmente como palestinas para albergar a los trabajadores que requieren sus negocios? ¿No son ellos los que organizan el transporte diario de esos obreros a sus empleos y los que mandan al ejército a cuidar día y noche esas viviendas? ¿No son ellos los que se benefician inmensamente al estar usando a los trabajadores judíos y sus familias como escudos humanos para su expansión territorial? Sí, señor; allí, así conviene al capital.
Sigo. Si bien es cierto que las tierras de Palestina que los imperialistas decidieron ocupar desde fines del siglo XIX no son precisamente ricas en recursos naturales, sí son muy importantes como posición estratégica para contener y, en un momento dado, lanzar una embestida en contra de Irán, Líbano, Jordania, Siria y otros más, y son también territorios decisivos para controlar o tener influencia en el este del mar Mediterráneo, el canal de Suez y el estrecho del Bósforo. Se trata, pues, de una política imperialista en toda la extensión de la palabra.
Por eso se expulsó por la fuerza a los palestinos de la tierra que ocupaban, por eso se han librado varias guerras contra ellos con varios pretextos, por eso se les tiene viviendo hostilizados y muy vigilados en la zona de Cisjordania e inhumanamente hacinados en la Franja de Gaza sin reconocerles la categoría de país, al mismo tiempo que se les invade, ataca y bombardea cada vez que les conviene a los gobernantes israelíes que representan fielmente a los imperialistas occidentales.
Así se explica que los gobernantes de Israel no se comporten como judíos compasivos, sino como ¡vaya paradoja de la historia! fascistas sanguinarios que están obligando mediante bombardeos a la población civil desarmada, es decir, a un millón de palestinos, a concentrarse en el sur de la diminuta Franja de Gaza amontonados cruelmente con el otro millón al que se le “permite” continuar en sus viviendas, así se explica que se esté utilizando el pavoroso fósforo blanco para que ardan días hasta la muerte criaturas inocentes, así se explica que bombardeen un hospital repleto de heridos, enfermos, médicos y enfermeros, causando, según se reporta, 500 muertes de un solo golpe.
No es la protección, no es el escudo, ni siquiera la venganza por las muertes causadas por la incursión de Hamás el pasado día siete de octubre, no, no es, se trata de la continuación de la conquista de tierras y el espantoso sometimiento de poblaciones del medio oriente y del mundo entero que desde hace muchos años lleva a cabo el imperialismo. Más ahora que exigen mejores condiciones de trabajo y se rebelan los trabajadores de Francia, de Inglaterra, de Alemania y de Estados Unidos, ahora que se liberan del yugo colonial los países del Sahel en África, que la guerra de sus validos en Ucrania está perdida, que Rusia se mantiene incólume y que China tiene un producto interno bruto igual al de Estados Unidos y una población seis veces mayor. Así debe entenderse la atroz propaganda occidental contra los palestinos, así el repentino viaje de Joseph Biden y sus amenazas guerreristas. Es, pues, el salvajismo secular de los explotadores.
I/P