/ domingo 1 de julio de 2018

¡A votar todos, para que no los boten!

Después de soportar un rosario interminable de fastidiosos spots políticos, al fin llega el crucial día de las votaciones, donde el pueblo decidirá quién ocupará la presidencia de la República, la gubernatura de ocho estados, la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, 500 diputados y 128 senadores.

Ojalá esta jornada electoral se lleve y concluya con tranquilidad, pues desgraciadamente fue una contienda brutalmente marcada por la violencia de bandas criminales que operan en todo el país, o tal vez enemigos políticos, que aprovechando que “el río suena” hacen de las suyas, sin pensar en el grave daño hecho a miles de familias que hoy lloran la ausencia de sus muertos.

Y que la voluntad del pueblo realmente se cumpla y se elija a hombres o mujeres honestos, con valor, coraje y amor a la Patria, para que puedan sacar a México de la negra borrasca donde se encuentra y para que Juan Pueblo y María Ciudadana, vivan mejor, en paz y armonía.

Para que la espera sea leve, “El Sol de San Luis” entrega a sus fieles lectores esta hermosa reflexión que forma parte de las compilaciones del padre Fernando Castro

Villanueva:

Hay una historia de un monje santo que vivía en el desierto, ayunaba y había adoptado la más abnegada pobreza. Mucha gente lo tenía por santo y se decía que era el hombre que estaba más cerca de Dios y así parecía, puesto que pasaba mucho tiempo en contemplación y diálogo con Dios. Un día, llegó a oídos del monje lo que la gente decía de él, y alentado por la curiosidad preguntó a Dios:-Dime Señor: ¿Es cierto lo que la gente dice de mí? -De verdad quieres saberlo? ¿Por qué estás tan interesado? Le preguntó Dios. El monje contestó: -No es la vanidad la que me mueve, sino el deseo de aprender. Si hay alguien más santo que yo, entonces quiero ser yo su discípulo para saber acercarme a Ti.

Dios le contestó: -Muy bien, baja por el sur del desierto al pueblo más cercano y pregunta por el carnicero, él es el más santo. El monje se sorprendió mucho con la respuesta del Señor, pues en aquella época, los carniceros gozaban de muy mala fama, pero obediente hizo lo que el Señor le indicó. Llegó al pueblo, observó con detenimiento al carnicero, en quien no encontró nada extraordinario. Incluso llegó a dudar; le pareció de bruscos modales, algo malhumorado y observó que cada chica hermosa que llegaba a la carnicería era mirada de forma –no muy sana- por el carnicero. Cuando terminó de atender a la gente y se disponía a cerrar el negocio, el carnicero, sorprendido preguntó que quería. Él le contó el motivo que lo había llevado a verlo y el carnicero quedó más sorprendido todavía.

-Mire padre, yo no dudo de su palabra, pero me sorprende mucho que Dios le haya dicho eso. Yo soy un gran pecador, aunque voy a la iglesia, no lo hago con la frecuencia que debería. Pero, en fin, mi casa es su casa. Y lo invitó a pasar y comer con él. En la habitación, se encontraba un anciano postrado en cama. Inmediatamente le dio de comer en la boca y lo arropó con cariño para que durmiera. -Perdone mi indiscreción –le dijo el monje al carnicero- ¿es su padre? –No, no lo es –respondió el carnicero. En realidad, es una larga historia. -¿Podría contármela? Dijo el monje. -A usted se la contaré, pues sé que los monjes saben guardar secretos. Este hombre fue quien mató a mi padre y cuando vino al pueblo, mi primer impulso fue matarlo para vengarlo, pero él estaba viejo y enfermo y sentí compasión. Luego recordé a mi padre, quien siempre me enseñó a perdonar, y en su nombre decidí tratarlo con amor. Tal como si hubiera tratado a mi padre si viviera.

“No está más cerca de Dios el que cumple prácticas de piedad o dedica mucho tiempo a realizar actos religiosos, sino aquel que ama y perdona aún al que lo odia, porque quien obra así, hace lo mismo que Dios”.


Comentarios: altagracia_155@hotmail.com


Después de soportar un rosario interminable de fastidiosos spots políticos, al fin llega el crucial día de las votaciones, donde el pueblo decidirá quién ocupará la presidencia de la República, la gubernatura de ocho estados, la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, 500 diputados y 128 senadores.

Ojalá esta jornada electoral se lleve y concluya con tranquilidad, pues desgraciadamente fue una contienda brutalmente marcada por la violencia de bandas criminales que operan en todo el país, o tal vez enemigos políticos, que aprovechando que “el río suena” hacen de las suyas, sin pensar en el grave daño hecho a miles de familias que hoy lloran la ausencia de sus muertos.

Y que la voluntad del pueblo realmente se cumpla y se elija a hombres o mujeres honestos, con valor, coraje y amor a la Patria, para que puedan sacar a México de la negra borrasca donde se encuentra y para que Juan Pueblo y María Ciudadana, vivan mejor, en paz y armonía.

Para que la espera sea leve, “El Sol de San Luis” entrega a sus fieles lectores esta hermosa reflexión que forma parte de las compilaciones del padre Fernando Castro

Villanueva:

Hay una historia de un monje santo que vivía en el desierto, ayunaba y había adoptado la más abnegada pobreza. Mucha gente lo tenía por santo y se decía que era el hombre que estaba más cerca de Dios y así parecía, puesto que pasaba mucho tiempo en contemplación y diálogo con Dios. Un día, llegó a oídos del monje lo que la gente decía de él, y alentado por la curiosidad preguntó a Dios:-Dime Señor: ¿Es cierto lo que la gente dice de mí? -De verdad quieres saberlo? ¿Por qué estás tan interesado? Le preguntó Dios. El monje contestó: -No es la vanidad la que me mueve, sino el deseo de aprender. Si hay alguien más santo que yo, entonces quiero ser yo su discípulo para saber acercarme a Ti.

Dios le contestó: -Muy bien, baja por el sur del desierto al pueblo más cercano y pregunta por el carnicero, él es el más santo. El monje se sorprendió mucho con la respuesta del Señor, pues en aquella época, los carniceros gozaban de muy mala fama, pero obediente hizo lo que el Señor le indicó. Llegó al pueblo, observó con detenimiento al carnicero, en quien no encontró nada extraordinario. Incluso llegó a dudar; le pareció de bruscos modales, algo malhumorado y observó que cada chica hermosa que llegaba a la carnicería era mirada de forma –no muy sana- por el carnicero. Cuando terminó de atender a la gente y se disponía a cerrar el negocio, el carnicero, sorprendido preguntó que quería. Él le contó el motivo que lo había llevado a verlo y el carnicero quedó más sorprendido todavía.

-Mire padre, yo no dudo de su palabra, pero me sorprende mucho que Dios le haya dicho eso. Yo soy un gran pecador, aunque voy a la iglesia, no lo hago con la frecuencia que debería. Pero, en fin, mi casa es su casa. Y lo invitó a pasar y comer con él. En la habitación, se encontraba un anciano postrado en cama. Inmediatamente le dio de comer en la boca y lo arropó con cariño para que durmiera. -Perdone mi indiscreción –le dijo el monje al carnicero- ¿es su padre? –No, no lo es –respondió el carnicero. En realidad, es una larga historia. -¿Podría contármela? Dijo el monje. -A usted se la contaré, pues sé que los monjes saben guardar secretos. Este hombre fue quien mató a mi padre y cuando vino al pueblo, mi primer impulso fue matarlo para vengarlo, pero él estaba viejo y enfermo y sentí compasión. Luego recordé a mi padre, quien siempre me enseñó a perdonar, y en su nombre decidí tratarlo con amor. Tal como si hubiera tratado a mi padre si viviera.

“No está más cerca de Dios el que cumple prácticas de piedad o dedica mucho tiempo a realizar actos religiosos, sino aquel que ama y perdona aún al que lo odia, porque quien obra así, hace lo mismo que Dios”.


Comentarios: altagracia_155@hotmail.com


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